sábado, agosto 06, 2005

Hombres ( II )

Caso 3: "Mati-maticamente" Imposible


Pasaron varios años para "curar" mi fijación por otro hombre. Entre otras cosas por lo decepcionantes que resultaban éstos en la forma cómo manejaban las cosas. También contaba el hecho de que no tenía la mínima certeza de que, efectivamente, en los muchachos en los que fijaba mi atención, existiese un sentimiento o -por lo menos- alguna "tendencia" recíproca de por medio. Ni con Manolito ni con Juanín tuve la completa seguridad de que a lo mejor ellos sintiesen los mismos impulsos o deseos que yo.... aunque claro, por ese entonces todos teníamos como aliado el pretexto de la confundida adolescencia y los sentimientos encontrados que ésta arrastra consigo.

Y es que las dudas acerca de las ambigüedades sexuales terminan aquí (incluyéndome). Pues es a partir de este período en que podría asegurar en un 60 por ciento (e incluso más osadamente en un 85 por ciento para adelante, pero hay que dejar chance también a las probabilidades) de que, con los hombres con los que me toparía de ahora en adelante, éstos tendrían (tienen, me reafirmo hasta la actualidad) una clara manifestación gay que acentuaría aún más su particular atractivo. Cosa que, efectivamente ocurrió con el peculiar Matías.

Lo conocí cuando cumplí veintitrés años y si mal no recuerdo, él era cinco o seis años menor que yo. Para ese entonces, obviamente yo ya tenía mucho más claras las cosas e incluso ya me había aventurado a cometer algunas travesurillas sexuales que -vale la pena señalar- las comencé a perpetrar tardíamente ya bien entradito en las veinte primaveras. Y como suele ser recurrente en estos casos, el chatín éste (una peculiaridad más a su encanto personal) no tenía ni la más puta idea de mi existencia en las clases de preparación pre-univesitaria que llevábamos juntos. Y a diferencia de los casos anteriores, a Matías sí podría clasificarlo como un muchacho simpaticón y carismático. No era la gran cosa físicamente hablando (flaco y más bajo que yo, pero sin llegar a horrorosos extremos) mas sí, hay que admitirlo: el condenado éste tenía su gracia. Gracia que pensándolo bien, hasta el día de hoy, al parecer, no ha sabido aprovechar. Y que de animarse a hacerlo, bien podría llevarlo mucho más lejos de donde se encuentra ahora. Pero bueno, ese es otro cantar.

Lo cierto es que, pasado unos meses de estudiar juntos y sin haber entablado alguna conversación anteriormente, la casualidad nos dio la oportunidad de romper el hielo y platicar frente a frente por primera vez. Con un diálogo absurdo, dicho sea de paso, pero muy valioso a fin de cuentas, pues fue fundamental para conseguir un acercamiento con Matías y que -valgan verdades- luego de un mes manteniéndolo como un sueño largamente acariciado, por fin se hacía realidad.

Luego de esa primera conversación, de pronto y de la noche a la mañana, ya nos encontrábamos saludándonos en los pasillos de la academia, conversando con otros compañeros de clase en común y bueno... todo hubiese acabado allí (pues la verdad no tenía muchas aspiraciones con él) de no ser porque un buen día, después de las clases diarias, luego de recorrer una considerable cantidad de cuadras para tomar el bus que me llevase de nuevo a casa, tal y como solía hacerlo todos los días, de pronto me doy con la sorpresa de que el condenado chaparro ¡...había estado siguiéndome! Y luego de tal sorpresa (por parte de ambos) de hallarnos ante tan extrañas circunstancias, Mati entonces atinó a acercárseme más y con una nerviosa sonrisa, toma de pronto la palabra y me pregunta si le permitía seguir acompañándome (¡!).

La sorpresa para mí fue obviamente positiva. Hasta hace unos meses este muchacho apenas sabía de mi existencia. Y de pronto ahora le daba por seguirme hasta mi paradero de bus. ¿Era todo esto "normal"? Cierto que el muchacho me gustaba, pero la verdad no se me había cruzado en la sesera (por lo menos hasta ese entonces) si alguna vez Mati se había fijado en mí. Aparte de que, cuando entré a estudiar en la academia, me había hecho el firme propósito de aprovechar el tiempo al máximo para ingresar a la universidad (en serio, aunque no lo crean), y en dichos planes no había espacio para fijarme y/o distraerme en hueveos con tipo alguno. Aparte de que me parecía una oportunidad extremadamente lejana el ligar con alguien del mismo centro de estudios, o peor aún, que precisamente el tipo que de una forma u otra llame mi atención sienta acaso una atracción llamémosle remotamente recíproca. Y si a eso le añadimos el factor de que por ese entonces ya comenzaba a fijar mi atención en hombres mas maduritos (de preferencia de 35 años en adelante), pues jamás me hubiese imaginado en babear por un mocosete menor que yo... mucho menos con características que en un primer momento no iban conmigo en lo absoluto (¿chato y delgado? Si por los que moría -muero hasta la fecha- era por los llenitos y más altos que yo).

En fin, volviendo a la escena de Mati y yo, preguntándome él con algo de pena si podía acompañarme el resto del camino y esperando seguramente que no lo rechace, pues obviamente que acepté gustoso su amable gesto. Es más, de pronto tenerlo así al lado mío, repentinamente me alegró la tarde. Y bueno, siempre me había gustado la idea de pasearme por las calles con un chico simpático al lado. Y dejándose de cosas, a pesar de todo, Matías lo era.

A partir de aquel momento, días van, días vienen, nuestra confianza comenzó a afianzarse cada vez más. Se volvió entonces una costumbre irnos juntos, solos él y yo (a veces con uno que otro impertinente compañero más, que a larga cuadras más abajo nos despedía) cada salida de clases a caminar por ahí y conversar de todo un poco. Por ese entonces en Lima se había desatado el boom de internet y la creciente fiebre comenzaba a manifestarse tímidamente en algunos locales que ofrecían sus servicios por hora a un costo medianamente razonable. Primero fui yo quien solitariamente descubría las bondades de tan curiosa y novedosa tecnología; luego convencí a Matías de enseñarle a navegar en los ciber, abrir su propio correo electrónico y visitar las paginas de chat que por aquella época eran la locura y motivo fundamental de que tanto mocoso se quedara pegado horas de horas al vicio de la red.

No recuerdo hasta ese momento haberme sentido "enamorado" de Matías, pero tampoco había necesidad de preguntármelo. Era clarísimo que me encantaba estar a su lado y al parecer él también disfrutaba de estar al lado mío ¿Qué de malo podría haber entonces en que compartiéramos algún tiempo juntos, o que le ayudase a manejar herramientas como internet? La verdad hasta ese instante nunca vi amenazada nuestra amistad, todo lo contrario. Quizás a partir de ese momento me percaté de que me había convertido en uno de sus compañeros más frecuentes tanto en clase como fuera de ella, ya sea a la hora de salida o viajando en el mismo bus y bueno... Tampoco es que quisiera estar con él tooooodo el tiempo, ni tampoco aspiraba a llegar a algo más (sentimentalmente hablando, claro está). La cosa era bien sencilla, disfrutar juntos estos momentos que sin proponérnoslo se presentaban y si en algún momento las cosas apuntasen a algo más, pues bienvenido sea. Y si no, pues normal, no habría por qué lamentarlo.

Para cuando acabamos nuestros estudios en la academia todo parecía indicar que ya no nos volveríamos a encontrar. Claro, siempre habría la remota esperanza de volver a contactarnos por e-mail (¡bendito internet!) o por teléfono (aunque este medio sí resultaba algo faltoso). Y nada, haberse dado el gusto de haber compartido el tiempo con alguien simpático con quien me había llevado de maravillas. Pero había un detalle con el cual no contaba y que sería crucial durante los próximos meses.

Para el próximo semestre decidí cambiar de academia y opté por un medio más "seguro" para ingresar a la universidad. Todo indicaba que estudiaría en un centro pre-universitario, mas quiso la casualidad que precisamente Matías también apuntase a lo mismo. Y grande fue mi sorpresa cuando ambos nos enteramos que estudiaríamos otros seis meses más, juntos y en el mismo complejo pre universitario el mismo día de nuestras inscripción ¿El destino? ¿Casualidad? ¿Consecuencia lógica?

No. Por esos años no era tan paranoico como para pensar de que quizás Matías había decidido estudiar en el mismo sitio que yo, sólo para seguirme los pasos y no separarse de mí. Además, para ese entonces jamás se me había ocurrido fijarme en él como algo más que un simple amigo, aunque reconozco que me gustaba. Y la verdad, pasé por alto cualquier idea sin fundamento que quizás podría habérseme ocurrido de haberle seguido dando vueltas al asunto (¡quién me viera y quién me ve!). El asunto era simple, uno de los amigos con los cuales mejor me llevaba el ciclo anterior en la otra academia, ahora estaría estudiando conmigo, en el mismo centro pre-universitario los próximos meses ¿qué de malo podría ocurrir entonces si hasta ahora nunca habíamos tenido problema alguno?

Sí, hasta ahora.

Para cuando comenzamos a estudiar en el centro pre, la cosa se había puesto más dura. Ya no disponíamos de mucho tiempo libre como para escaparnos a la salida juntos y vagar por ahí. El ritmo de trabajo de este sitio era más exigente, pues cada cierto tiempo en este lugar se tomaban exámenes de puntaje acumulativo (amén de las pruebas diarias) que es tomado en cuenta en resultados finales para ingresar o no la facultad a la cual se postula (quienes han estado en un sitio de estos, sabrán a lo que me refiero). Y toda esta agobiante rutina arrastraba consigo el consecuente stress (huachafa palabra, pero de alguna forma hay que llamarlo) que a más de uno afectaba los ánimos.

No detallaré la horrorosa experiencia que puede ser el vivir una rutina diaria como ésa y estar expectante -por ejemplo- de los resultados de las evaluaciones publicados en el patio principal a vista y paciencia de todo el mundo (para muchos -me incluyo- era algo terrible revisar sus notas y ver que fulanito o menganito había sacado un mejor/menor resultado que uno). Definitivamente era algo que te afecta, te jode el día, la semana, el mes... Y si a todo ello le sumamos la eterna presión de sacar como sea los mejores resultados para no perder la oportunidad de ganar una vacante, pues no siempre me acompañaba el mejor de los humores a la hora de ir todos los días para allá.

Resumiendo: si los días en la academia eran un sueño, pues estos días en la pre eran una pesadilla. Una tortuosa pesadilla diaria.

Todos estos acontecimientos mellaron mi actitud en ese entonces. Con un poco de suerte, apenas podía disponer de algo de tiempo para encontrarme con Mati, saludarlo y preguntarle qué ondas, pero... ¿Cómo? ¿Ahora el niño tenía varios amigos con cuales conversar y apenas se daba el tiempo siquiera para decirme "hola"? Bueno, en una situación tan stressante, no había nada de extraordinario que ahora se hubiese vuelto de pronto más sociable con el resto. Pero... lo que sí no me cuadró fue que de pronto, tan de la noche a la mañana, el buen Mati se las hubiese ingeniado en encontrarse una "amiguita" especial a quien engreír y hacer especiales mimos.

De pronto dejó de importarme todo. Y la verdad, creo que fui muy temerario al hacer notar (muy sutilmente, dicho sea de paso) mi incomodidad respecto a su actitud tan afable con la tipa que andaba tan enfrascado últimamente. Luego de ingeniármelas y asegurarme de que con la susodicha no pretendía absolutamente nada más que una simple amistad (al menos eso decía él), no podía contener mis impulsivos -muy privados, eso sí- ataques de celos. Sentía rabia que de pronto Mati me hubiese dejado de lado y por una chica digamos poco agraciada. Después de todo lo que pasamos juntos, la confianza que en algún momento pensé que había sembrado en él. Y no sólo eso. Tal parecía que mi cambio de actitud (debido a las rutinas estudiantiles y a su insólita conducta straight) lo había afectado de tal forma que poco a poco prefirió mantenerse cada vez más distanciado de mí. Ello no hizo más que acrecentar mi ira y despreciarlo tan profundamente... pero con la misma intensidad de querer tenerlo al lado mío y que me prodigase las mismas atenciones que tan primorosamente gastaba en otros (particularmente en "otra") y que hoy por hoy tan infamemente me negaba.

Creo que a partir de ese momento hasta la fecha, las cosas entre ambos cambiaron dramáticamente. Sencillamente Mati dejó de hablarme cada vez más. Al punto que cada vez que nos encontrábamos a la salida de estudiar, mientras los nervios hacían presa de mí ("sé que volverán mis dos piernas a temblar, mis dos piernas temblarán..."), él por su parte ni bien me veía a lo lejos, seguramente lamentaría su suerte al tener que cruzarse necesariamente conmigo. Y en más de una ocasión, sin lugar a dudas habrá huído del camino como alma que lleva el diablo.

A la fecha, mucha gente afirma que soy algo celoso y la verdad no pongo mis manos al fuego cuando paso por arranques como esos. Mucho menos creo tener la habilidad absoluta de poder disimular estas emociones tan fácilmente. Pienso que de ello algo se habrá dado cuenta Mati, de ahí que su distanciamiento conmigo haya resultado cada vez más profundo. Lamentablemente.

Hubo muchas peleas y reconciliaciones entre ambos durante aquel periodo semestral, huelga detallar todos y cada uno con los que nos topamos en el camino. Desafortunadamente para el final de clases, perdí la excelente oportunidad de poder despedirme de él, tal y como se merecía. Pues a pesar de todas estas eventualidades que vivimos, aún recordaba entrañablemente y con mucho cariño todos los buenos momentos que alguna vez pasamos juntos y que precisamente estos últimos malos ratos que atravesamos -aunque suene extraño decirlo- nos sirvieran de experiencia para afianzar en algún momento nuestra curiosa relación que, con un poco de coraje (de su parte) y de comprensión (por el mío), bien pudo haber llegado a buen puerto.

Mas lo que nunca imaginé, ocurrió cuando -tiempo después y sin proponérnoslo casi-, vivimos juntos una noche muy especial...

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Fuera de Contexto
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Un abrazo a todos y nos seguimos leyendo...