jueves, julio 27, 2006

I. Buenas Cosas Mal Dispuestas

Martes, 1 de enero del 2002. Apenas a unos cuantos minutos -o una hora quizás-, de haber comenzado este nuevo año. La polución propia de los juegos pirotécnicos que los mocosos del barrio no cesaban de prender una y otra vez, así como también la humareda generada por la adulta e insana costumbre de quemar desperdicios mamarrachentos de forma humanoide -que horas antes dizque representaban el mal año que nos dejó-, inundaban el ambiente no sólo de la cuadra y de otras calles aledañas, sino también del aire que respirábamos en casa mi familia y yo, aquella cenicienta madrugada.

Precisamente ellos, los demás miembros de mi clan familiar, aún se encontraban sentados en la mesa, departiendo de una amena conversación, luego de haber disfrutado todos juntos de una opípara cena, propia de estas fechas. Minutos antes, habíamos compartido ya del brindis de rigor, los saludos respectivos, los buenos deseos y todas aquellas cursilerías que se estilan en ocasiones como estas. Culminado entonces este ritual familiar, tal y como es mi costumbre, me retiré muy cortésmente del grupo, dispuesto a desparramarme a mis anchas en el mueble más amplio de la casa, a hacer la digestión respectiva.

Trataba de conciliar el sueño de alguna forma. Siendo sin embargo, poco mas de la una de la mañana, no quería ir a la cama tan temprano. Sin ningún esfuerzo lograba oír desde mi apoltronada ubicación, todo el movimiento callejero propio de gente con planes muy bien asegurados de cómo disfrutar este primer día de este capicúa nuevo año. Mocosos, adolescentes y gente adulta, iban y venían de una calle a otra -muchos de ellos con sus mejores galas-, gritándose de un extremo a otro, dispuestos seguramente a avisar a los demás camaradas y enrumbarse a la farra respectiva, a la fiestita de rigor, al bailongo de fin de año, a la chupeta obligada de aquellos que ven en este día, una oportunidad imperdonable para intoxicar su organismo al máximo, ya sea con la popular cerveza, afamados licores y también con aquellos otros de dudosa preparación. O quizás sencillamente, con el simplísimo deseo de vagabundear por ahí y no ser tan pelmazos de pasarla en casa, como yo.

La verdad, a mí poco o nada me entusiasmaba la idea de desatarme en excesos un uno de enero. Hasta hace unos años sí, por supuesto, como todo el mundo. Pero hablamos de añejos tiempos, cuando la efervescente adolescencia me empujaba por curiosos y vericuetos destinos, sólo para tratar de divertirme como todo los demás y no quedarme estúpidamente en casa por ningún motivo.
Entusiasmo que con el pasar del tiempo, poco a poco fue extinguiéndose, dando paso al ocio y al amodorramiento más sabio y sensato. Atrás quedaban pues, las curiosas expediciones junto a Edgardo -misántropo y fiel amigo mío-, que por ese entonces moría como todo el mundo a ser reconocido por todos los demás; tratando de divertirse lo más que se pueda en ocasiones tan destacadas como éstas -bajo discutibles resultados, valga la aclaración-, ya sea en alguna discoteca o juerga junto a otros compañeros suyos, e incluso alguna prometedora tranca que apareciese por ahí, no dejando para nada que los años de su juventud se le escurran de las manos sin cumplir su jaranero cometido. Total, sólo se vive una vez, dicen.

Mas hoy, no tenía ganas de comunicarme con él y acordar algún escabroso encuentro de ésos y lanzarnos una vez más a alguna otra aventura fiesteril o discotequera, condenada muy ciertamente al fracaso, sobre todo porque nunca me satisfizo del todo salir con él. Pero no se me malentienda,
Edgardo era un tipo simpatiquísimo, muy interesante y con quien valía la pena departir más de una amena conversación en su grata compañía (no en vano andaba con él de un lado para otro, por aquellos divertidos años). Sucede que a mis agobiados veinticinco calendarios ya había advertido -honestamente, no sin poca resignación- que las fiestas de fin de año no estaban hechas para mí. Así haya deseado o urdido -desde mi adolescencia incluso-, de algún plan maestro que inclinase la balanza a mi favor, la verdad es que pocas veces alcancé algún relativo éxito. Y por una grandísima vergüenza por parte de quien escribe, me permito la licencia de no detallar estos fallidos intentos en tratar de cambiar este inusitado sino en pos de mi perennemente frustrado esparcimiento.

Ahí estaba yo entonces, ese primer día de este nuevo 2002.
Cerrando los ojos y tratando de confortarme lo más que pudiese en aquel mullido sillón, mientras minutos antes oía un inagotable solo de teléfono, repicando una y otra vez. No me molestaba siquiera en abandonar mi ubicación, pues estaba seguro que ninguna de esas llamadas serían para mí. Y efectivamente, no me equivoqué. Tales telefonemas aguardaban cualquier otro destino, a cualquier otro miembro de la familia, menos a mí. Y sinceramente tal situación no me molestaba en absoluto, pues en ese instante no quería por nada del mundo abandonar mi comodísima ubicación para atender alguna fastidiosa llamada por parte de la tía fulana, el primo sutano, el amigo mengano... y sólo para responder leseras, preguntándome lo que todo el mundo en estas fechas: "feliz año nuevo hijito...", "cómo estas primito...", "¿cómo la están pasando? ¿bien...?", "oye, ¿estará tu papá o tu mamá por ahí? pásamelo, pues...", "chao mijito, cuidate, no tomes tanto más tarde, eh...?" (tarados, ¿no saben que soy abstemio acaso?).

En algún momento, se me cruzó por la cabeza la idea de que a lo mejor Ivana se tomaría la molestia de llamar y saludarme por estas fechas.
Y es que Ivana era muy especial, pues se trataba de la única chica por quien éstos últimos años demostré muy sinceramente un insólito interés, y por quien durante un tiempo guardé la celosa esperanza de formalizar sentimentalmente alguna vez. Quizás ella hubiese sido mi última esperanza antes de haber tirado la toalla en ese aspecto, pero bueno... las cosas suelen darse por algo, y afortunadamente -para ella, obviamente- dicha oportunidad entre ambos jamás se concretó. Pero no todo fue para mal, pues Ivana y yo terminamos siendo muy buenos amigos, por muchos años más Compartimos muchos momentos agradables juntos, otros digamos que no tanto... imagino que como todo el mundo. Mas, cada vez que la recordaba, irremediablemente evocaba aquellas interminables llamadas telefónicas suyas, cuando años atrás, poco después de habernos conocido, solía hacer a mi casa una y otra vez. Infinitas e inolvidables conversaciones que duraban horas de horas y que muchas veces me provocaban intensos dolores en la oreja, brazos y articulaciones, por atenderla tan diligentemente tanto tiempo.

Trescientos sesenta y cinco días atrás -si mal no recordaba-, había llamado a Ivana por estas mismas circunstancias. Y otros trescientos sesenta y cinco días antes, hice exactamente lo mismo, pero en aquella oportunidad no la encontré en casa. Recordé entonces que la última ocasión en que la llamé para desearle un feliz 2001 noté que mi saludo telefónico no le había caído muy en gracia que digamos. Creo incluso que en aquella oportunidad, ésa última llamada de mi parte fue "celebrada" muy bochornosamente por sus padres, casi casi como si de un acontecimiento pre-nupcial se tratase, avergonzándola muy terriblemente. No fue mi intención ponerla en semejantes aprietos, pero bueno... ya la metida de pata estaba hecha y la moraleja clarísima de esta historia era de que,
si quería volver a llamarla por navidad, año nuevo, fiestas patrias, cumpleaños, cambio de mando o cualquier otra embarazosa festividad, pues existían otros medios políticamente más correctos que considerar... como por ejemplo llamar a su tan flamantísimo (como costosísimo) teléfono celular. Idea que no me parecía nada simpática, dicho sea de paso, pues afrontar la idea de que ella tenga un celular muchísimo antes que yo, hería profundamente mi enorme y estúpido orgullo machista.

Volviendo al punto, esta noche de año nuevo no quería importunar a nadie, ni mucho menos quería que alguien me importunase a mí. Aplicando sabiamente la ley del Talión, o mucho mejor, la ley descrita en la misma palabra divina, pero con palabras mucho más efectivas y comprensibles para estos acelerados tiempos: "no jodas a otros, tal como no quisieras que te jodan a ti". Estaba segurísimo entonces, de que esta noche no ocurriría nada especial que arruinase mi tan bien ganado letargo. Dudaba muchísimo que alguien se acordara de mí para saludarme por esta fecha, o lo que era peor, que por ejemplo, algún incauto (Edgardo, segurito que únicamente él ¿quién más si no?) osará caer por mi casa para animarme a salir a sortear los duros peligros que ofrecería esta aún humeante noche. No, nica, never...
Me apenaba (y aterrorizaba)imaginar que precisamente esta noche, en ese preciso momento, en cualquier otra parte de nuestra gran capital (o del país entero incluso), estaría ocurriendo más de un accidente, crimen, o cualquier otro siniestro que cobrase varias vidas que lamentar. No hace mucho, las primera planas de los diarios y la televisión mostraron desgarradoras imágenes de un pavoroso incendio, producto de la torpeza y negligencia de ciertas autoridades, y que lamentablemente arrastró consigo muchas víctimas. Y el sólo hecho de imaginar ser parte de una cifra más de estas escalofriantes estadísticas, hizo que me aferrase con más ganas a mi sillón, a no querer moverme de allí, por lo menos por un buen rato más, antes de retirarme al único destino que me esperaba luego: mi queridísima y bien adquirida cama.

Visualicé entonces el desperdicio de día que resultaría horas más tarde. Y es que no hay nada más terrible que vivir el primer día de enero, bajo la deprimente luz del día. Las calles, todas sucias, cubiertas todas ellas con el hollín y cenizas provocadas por la mugrosa colectividad, ebrios zigzagueando por doquier en impúdicas e insanas circunstancias, mocosos y mocosas corriendo y gritando como orates -dizque jugando- con más y más productos explosivos, bajo la negligente anuencia de sus padres... Y bajo tan miserables condiciones, si en ese preciso momento el Ser Supremo o algún providencial geniecillo me hubiese podido conceder un único deseo...
sin lugar a dudas hubiese pedido largarme de ese maldito barrio hacia un lugar retirado, lejos, muy lejos, en el campo, separado del mundanal ruido y sus malditos parroquianos, escapando a un sitio mucho mas puro, silencioso, con mucho verde a mi alrededor. No importaba si solo o acompañado, la consigna era clarísima: huir de este miasma a como dé lugar.

Imaginé entonces, que de haber podido elegir un acompañante con quién huir a tan paradisíaco destino, inevitablemente hubiera escogido a Matías. Cierto, ya no tenía noticias suyas desde que separamos caminos desde un año atrás. Ahora él se encontraba estudiando una respeble carrera universitaria, en una no tan prestigiosa universidad, pero eso era lo de menos. Hoy, Matías estaba muy bien posicionado -valorativamente hablando-, al menos mucho mejor que yo. Y por ello y por otras razones más, dudaba mucho que justo el día de hoy, fuese él quien en este momento se acordase precisamente de mí.

Exactamente un año atrás, por estas mismas fiestas, guardé celosamente la esperanza de que Matías recordara llamar a mi casa para saludarme. En cada timbrada telefónica de aquella nochebuena y año nuevo respectivos, mi corazón no dejaba de acelerarse cada vez más y más. Lamentablemente, ninguna de aquellas llamadas eran para mí, o por lo menos provenían remotamente de él. Y tal actitud despectiva e inmisericorde de su parte, me hirió tan profundamente al punto de que el resto de aquellas disipadas noches, no dejé de pensar un sólo minuto en él, imaginando si a lo mejor me recordaría por lo menos un par de fugaces minutos, evocando los momentos que pasamos juntos, las estupideces que cometí a causa de su reacia actitud hacia mí, y sobre todo,
si a estas alturas comprendía que lo que sentía hacia él era algo más que una simple amistad... pero en fin. Recordar que exactamente un año atrás, estuve en vilo, al pie del teléfono, pensando si Matías me recordaba tan igual como yo a él... en este momento me provocaba poco menos que una sonrisa absurda.

No tenía entonces más nada que hacer en mi sala. Era poco más de la una de la mañana y las llamadas al teléfono y a la puerta de mi domicilio, poco a poco comenzaban a desaparecer. La casa entonces comenzaba a sentirse más sola, más silenciosa, más mía, como siempre ocurre estos últimos uno de enero. Ya los demás miembros de mi familia comenzaban a abandonar el hogar, dispuestos a amanecerse en alguna que otra francachela por ahí, y bien sabía que no regresarían hasta bien entrada la luz del día. Mis viejos, por otra parte, más tranquilos y sabios, se disponían a descansar merecidamente en su habitación, luego de tanto alboroto y ajetreo contraídos por esta disparata celebración.

Me encontraba ya dispuesto a abandonar la sala, quizás a escuchar algo de música más tranquilamente en mi cuarto, antes de abandonarme por completo a los brazos de Morfeo. Las recientes canciones del unplugged de La Ley y del primer disco de Estopa (suceso del pop majo, desde hace un año atrás) me rebotaban en la cabeza una y otra vez, bajo la indiscutible intención de volverlos a oír desde el discman por unas cuantas veces más. Fue entonces que recordé que exactamente siete días atrás, la había pasado fenomenal viendo tele. Y es que a diferencia de años anteriores, en que sólo podría encontrarse en la caja boba programas de soporífero contenido (en su mayoría, abrumadores operetas y mediocres films, dignos de un público "culto y sensible" que no tiene otra cosa que hacer que quedarse en casa el primer día de un nuevo año), en aquella ocasión me había desternillado y divertido como un reverendo chancho al dedicarme buena parte de la madrugada navideña (entiéndase las primeras horas del 25 de diciembre), viendo en mi canal de cable favorito, otro imperdible episodio de mi programa preferido. ¿Su nombre? South Park.

Esos mocosos, sí que te hacían ver las cosas de manera ejemplar. Y como me dijo alguna vez el buen Edgardo -y por quien una vez más le doy absoluta razón-, el contenido y mensaje final de este inteligente programa, distaba mucho de sólo ser una mera sátira a la sociedad norteamericana, mas unas cuantas dosis cargadísimas de hablar soez. Esta pandilla de avezados infantes de este ¿imaginario? pueblo de Colorado, de pronto se habían convertido en mis héroes absolutos al tratar sabiamente y sin miramiento alguno, temas tan disímiles y controversiales, como lo pueden ser la política, la religión, el sexo, y muchos otros más. Todo ello manejado bajo una forma tan insolentemente brillante, que sus creadores merecían mucho más que mis más sinceros respetos (una reverencia absoluta, diría más bien). Y qué mejor manera de pasar las primeras horas este nuevo año, que viendo la maratón de episodios que seguramente mi adorado canal de cable (en realidad, el único que solía ver, de los otros ochenta y tantos que disponía en programación) transmitiría con motivo de esta fecha, tal como lo hicieron una semana atrás por navidad (aún recordaba el último episodio que transmitieron esa vez, en donde hacía su aparición el mismísimo "Dios", en un capítulo relacionado a cómo veía la pandilla la llegada de la pubertad). Una fructífera noche llena de irreverencia al máximo prometía esta primera madrugada del 2002. No envidié entonces para nada a aquellos pobres parroquianos, dispuestos a abandonarse en antros dizque de diversión, a intoxicar su organismo y perderse ante sabrá Dios qué otros bizarros designios. Que el Absoluto los acompañe entonces, que yo me quedaba tranquilito en casa viendo nuevos episodios de South Park y que obviamente no me perdería por nada de este mundo.

Prendí entonces la tele. Mis viejos ya se habían retirado a dormir. No había entonces ningún roche o vergüenza de por medio para ver a mis engreídos. Sintonicé el canal acostumbrado, pero... algo muy extraño estaba sucediendo. Sencillamente ¡había desaparecido! En su lugar habían puesto otra cosa, otro canal de los tantos aburridos que no deja de colocar la estúpida compañía de cable. "A lo mejor lo han cambiado de ubicación", pensé.
Comencé a revisar entonces, uno por uno, todos los canales para encontrar tan solo al único que me importaba. Al único que me había vuelto tele-adicto desde que tengo uso de razón, al único canal que me regocijaba ver cada noche, por su inteligente propuesta de animación para adultos. Al que por casualidad, me hizo descubrir que existía una excelentísima serie animada que -lo reafirmo- ninguna otra pusilánime estación televisiva de ese entonces, hubiese osado de colocar en su soporífera programación. Busqué y busqué desesperadamente revisando cada uno de los demás canales. Y con cada decepción, mi desesperación iba en aumento.

Era imposible. Casi todos los canales de siempre estaban allí, ofreciendo su insípida programación de todos los días. Mas el único canal que me importaba y por el cual valía la pena volver a tener fe en la televisión, sencillamente había desaparecido, no aparecía por ninguna parte.
Revisé de nuevo, zappeando cuidadosamente todos y cada uno de los malditos canales... una vez más... y otra... y otra... ¡Mierda! Mis sospechas, temores e impotencia comenzaban a tornarse en una terrible realidad. ¡Habían desaparecido de la programación al único canal por el cual valía la pena pagar este mugroso y deficiente servicio de cable!

Basuras... hijos de perra... malparidos... asomaron por mi cabeza todas las maldiciones imaginables e insultos dirigidos a los responsables de semejante abuso. Bonito regalo que la compañía de mierda del cable, se había esmerado en ofrecernos por estas fiestas. Es cierto que esperaron hasta después de navidad para hacer esta jugada tan infame, pero de todos modos... igual habían liquidado -por razones que aún no alcanzaba a comprender del todo-, a uno de los canales por los cuales tenía la camiseta bien puesta.
Y algo me decía que esta situación no se debería precisamente por fallas técnicas, o que el problema resultaría temporal. Sencillamente a estos imbéciles del cable no se les había ocurrido mejor idea que eliminar al único canal valioso de entre toda su pomposa y estúpida parrilla de programación. Imaginé entonces, que en ese mismo momento, mi querido canal estaría transmitiendo desde algún lugar del planeta y sin ningún problema, aquellos episodios de South Park que aún no había visto y que, de no ser por este maldito boicot, bien podría estar disfrutándolo muy relajadamente recostado desde mi sillón, carcajeándome una vez más, como casi siempre, de las ocurrencias de Stan Marsh, Kyle Broflovski, Kenny McKormick y Eric Theodoro Cartman (¡cómo adoraba a ese gordo cabrón!). Grandiosa forma de comenzar este año, con una notable baja que lamentar, y bajo la exasperación y abatimientos absolutos.

En ese infausto primer día del 2002, comprendí entonces que a lo mejor ya no volvería a disfrutar de esta adorable pandilla. Paradójicamente, no sólo habían matado a Kenny, sino también a sus otros compañeritos de aventuras, a todos los habitantes del pueblo incluso...
Y todo porque a unos malparidos de la compañía de cable les había dado la gana de suprimirlos de su programación. Con todo, nada más había por hacer... salvo apagar resignadamente el televisor y dedicar con profundo desprecio las habituales palabras del pequeño Kyle a los responsables de tamaño ultraje televisivo:

- ¡Hijos de puta...!

martes, julio 11, 2006

Hombres ( IV )

Caso IV: El Lado Oscuro De Lord Vader

En todas las familias, dinastías y linajes nunca falta la llamada "oveja negra". Ese personaje incomprensible, renegado, enigmático y disoluto que jamás desfallece si de hacernos la vida imposible se trata. Los hay de varios tipos, mas podría agruparlos básicamente en dos: los que son explícitamente unos hijos de puta, que no esconden sus intenciones desde el comienzo... y los peligrosamente sugerentes, que para nada demuestran ser un problema, pero que al poco tiempo de conocerlos enseñan las garras, revelándose tal cual son en realidad. Inicialmente aparentan ser tipos serenos, calmados, jamás se les ve perturbados ante nada, y que con una flema absoluta -innata en ellos-, esperan pacientemente que ciertas cosas les ocurran ¡...y que por la maldita suerte que tienen, favorablemente eso mismo les sucede!

No me detendré mucho en comentar sobre el "Lord Vader" que se cruzó en mi camino, pues más adelante trataré extensamente sobre él. Salvo acotar que, al igual que el famosísimo personaje de George Lucas, este modesto Lord con quien me topé al poco tiempo de separarme de Matías, resultó tan siniestro y castigador como el de la pantalla grande. Sucumbí muchos arrebatos y decepciones por su causa... bajo dispares y lamentables resultados. Mas cuando, por fin la batalla terminó y acabé derrotado (otra vez), con el corazón cuarteado, el espíritu maltrecho y bajo mínimas expectativas en el porvenir... fueron acaso dichas circunstancias las que favorecieron adecuadamente al momento exacto de considerar en la lejanía de mi sombrío horizonte, a esa persona que en definitiva cambiaría considerablemente mi forma de comprender muchas cosas de la vida. Y sobre todo, experimentar profundamente de sentimientos que hasta aquel momento se encontraban vedados para mí, ofreciéndome dar vuelta a la página e iniciar juntos un nuevo capítulo en nuestras vidas.


Caso V: Die, go...! Die...!

  • Que llegues a los 26 años sin que te conozcan pareja oficial, no es nada del otro jueves.
  • Que a esa edad te topes con muchachos menores que tú, puede hasta resultar latoso.
  • Que precisamente, un muchacho diez años menor, se gane tu atención por su simpatía, forma de ser y buen gusto, es admirable.
  • Que ese mismo muchacho, al poco tiempo y sin darte cuenta, se robe tu corazón, es de cuidado.
  • Que notes que ese sentimiento que te nace hacia él, puede ser lamentablemente no correspondido, es doloroso.
  • Que más adelante, ese muchacho comience a tomar consideraciones especiales contigo, es esperanzador.
  • Que él y tú comiencen a salir juntos -solos, los dos-, puede ser magnífico.
  • Qué primero tú y luego él, comiencen a agarrarle gusto a furtivos encuentros acompañados de inevitables e incomparables muestras de afecto, es estimulante.
  • Que él comience a llamarte por teléfono para decir que te quiere, te extraña y que muere por volverte a ver al día siguiente, es enternecedor.
  • Que de cuando en cuando, discutan o se enemisten por cualquier lesera, es natural.
  • Que él y tú manifiesten después, que morían por una reconciliación, es gratificante.
  • Que te nazca escribirle a su correo cada cierto tiempo, épicos y extensos mails contándole lo mucho que le quieres, le extrañas y lo que verdaderamente significa en tu vida, es halagador.
  • Que recuerden en llamarse religiosamente por teléfono -ya sea por cumpleaños o fiestas de fin de año- con los saluditos y/o presentes de rigor, es emotivo.
  • Que él y tú conserven varias fotos en donde salen juntos, es valioso.
  • Que él te considere tan necesario en su vida y diga que eres "un enviado del cielo", es conmovedor.
  • Que comiences a notar que tu vida ha dado un positivo y notable giro, al consagrarla muy especialmente a él, es encomiable.
  • Mas, que ese muchacho por quien te desvives, sea tu pareja... es tal vez pedir demasiado.

Así, en estas líneas podría resumirse la aparición de Diego en mi vida. Y quizás para comprender un poco mejor lo que verdaderamente ocurrió en este contrapunto de sentimientos encontrados, sería conveniente revisar esta historia desde el comienzo. Hasta hace unos cuantos, pero aún frescos años atrás... transitando por aquellos días y circunstancias que hicieron posible que alguien tan insólitamente especial como él, se cruzara en mi camino; compartiendo así juntos, más de una interesante, inolvidable y valiosa experiencia en cada uno de nuestros corazones (¡Va para ti, muchacho...!).

Mientras tanto, quién mejor que Fangoria para poner punto final a éste capítulo. Tal vez en la lírica de su tema "Hombres" (que no por coincidencia estos últimos cuatro episodios fueron rotulados bajo ese mismo nombre, como un justo homenaje) se encuentre la respuesta a muchas de las interrogantes acerca del universo interior masculino. Y es que "hay hombres que no existen", "hay hombres que ocultan la verdad", "hay hombres que recuerdan"... y quizás en gran mayoría "hay hombres que no entienden".

Pero bueno, que Olvido Gara se encargue de recordarnos todo eso y más, con la canción y video de este tema. Disfrútenlo... y sobre todo, a tomarlo en consideración.



"Hoy hay luna llena..."

sábado, julio 01, 2006

Hombres ( III )

Para cuando Mati y yo separamos caminos, habrían de pasar varios meses para volver a vernos las caras. Él, por un lado, ya había logrado ingresar a otra universidad (no a la que inicialmente postulamos juntos), mientras que por otro, quien escribe seguía en sus trece, preparándose para tratar de alcanzar un cupo en alguna otra escuela con tanto o más prestigio como que la inicialmente escogí, por la época en que él y yo estudiamos juntos.

Durante esos meses, aislados uno del otro, muchas veces me entraba cierta nostalgia de saber cómo se encontraría él. Pero en algo frenaba estos ímpetus, cuando imaginaba que ahora, siendo ya un chico universitario, Mati apenas me recordaría. La experiencia me había hecho entender que el ambiente universitario es una competencia muy dura, cuando de lidiar con éste se trata: con tantos chicos y chicas que pudiesen robarle su atención... y que temerariamente logren su objetivo, sin ningún inconveniente de por medio. Y lo peor, con uno a la distancia, de brazos cruzados, sin nada más que esperar a dar el salto victorioso de ingresar a la universidad (¡la que fuere!) para así tener el pretexto adecuado de buscarle, comentándole la "buena noticia", y alcanzar de esta forma un mismo "status".

Afortunadamente, no fue necesario esperar tanto tiempo para comunicarme con él y darle el encuentro. Quiso la casualidad, que por esos días se presentase el concierto de una de sus bandas preferidas, en una discoteca cercana a mi casa. La ocasión era propicia entonces, para intentar una comunicación con él y convencerlo de ir juntos, a esta inusitada oportunidad de disfrutar este espectáculo.

Y esa noche, luego de varios meses, por fin Mati y yo pudimos volvernos a ver. Él, por su parte, no pudo disimular las impresiones que tenía de mí, luego de tanto tiempo: "Has engordado, seguro que cuando tomas una ducha y miras hacia abajo, apenas logras ver los dedos de tus pies", fue su jocoso comentario, quizás para romper un improbable hielo de nuestra naciente conversación. Algo muy válido, si tomamos en cuenta que muy probablemente la última vez que nos topamos, fue en alguna incómoda situación. Y que precisamente dicha razón fuese la responsable de no volver a dirigirnos la palabra por mucho tiempo, hasta esa misma noche.

Luego de intercambiar comentarios sobre nuestras respectivas situaciones (él muy feliz contando sobre los beneficios de su nuevo entorno académico, yo con mi perpetua preparación por ingresar a alguna otra universidad) nos dirigimos al lugar del concierto. Grande sería nuestra sorpresa, cuando al entrar a la disco, nos enteramos que el evento había sido cancelado a último minuto por motivos exclusivamente de la banda. Que mil disculpas, que el local no tenía responsabilidad alguna y bla bla bla. Sólo quedaba vernos las caras Mati y yo, luego de tan desconcertante noticia.

Lamenté haberlo hecho venir de su casa -desde una prudente distancia y tan tarde-, sólo para enterarnos de este embuste. Mati no lo lamentó tanto la verdad. Me comentó que al menos, este hecho había sido un buen pretexto para vernos las caras, luego de tanto tiempo (¡grande!). Que la noche era joven y que todavía podíamos aprovecharla un tiempo más. Idea que celebré con mucho gusto, sobre todo por venir de alguien por quien en algún momento sentí una intensa atracción.

Dejé todo en sus manos. Después de todo, aún sentía cierta culpa de ser el responsable de haberle presionado en continuar nuestra "amistad", y no quería meter la pata nuevamente. Nos dirigimos a una panadería cercana, y entre los dos, juntamos dinero para comprar una botella de vino (maravillosa sugerencia suya, valga la aclaración) para consumirla en algún lugar del camino.

La verdad, luego de comprar este licor, me sentí muy corto, pues no se "estila" que dos muchachos (solos y varones) tomen vino así nomás, en plena calle y a vista y paciencia de cualquiera. Que si fuese cualquier otro licor, ya sea cerveza, trago corto o menjunje equis, vaya y pase. Pero ¿vino? Bueno, yo le había comentado a Matías minutos antes, que la cerveza no me gustaba mucho. Así que supongo que lo del vino era para agradarme pero... ¿él y yo tomando solos, en algún lugar de la calle? ¿no parecía sospechosamente romántico (y sospechosamente gay además)?

Cuando quisimos dar curso a la botella y consumirla, me cercioré de que lo hiciéramos en el lugar más alejado y menos transitado de la calle. Un poco por la idea de que, a esas horas de la noche, era algo peligroso estar exponiéndose por ahí, con tanta delincuencia y pandillaje pululando en cada esquina. Pero más lo hice pensando en que no quería que NADIE nos viera en una situación tan EVIDENTE entre Mati y yo: libando libremente en la calle, únicamente él y yo, con un licor digamos "no tan apropiado" entre dos tipos que se denominan simplemente amigos. Y sobre todo, encontrando un sitio lo suficientemente tranquilo para no sentirnos cortos ni avergonzarnos en ningún momento por lo que pudiera suceder aquella noche que desde ya, prometía mucho.

Nos perdimos por las calles, hasta llegar a un afortunado techado que encontramos minutos después. La noche estaba algo avanzada, muy silenciosa y solitaria, mas aún no llegaba a la medianoche. Incluso me atrevería a afirmar que hubo una espléndida luna llena iluminando nuestro entorno, no obstante.... creo que sería mejor recordarla así, con ese halo romántico respirándose cada minuto de nuestra inimaginable cita.

Mati abrió la botella y brindamos por nuestro encuentro. Por los diferentes rumbos que habíamos alcanzado en nuestras vidas, hasta ese momento. Por la misma noche en sí, cómplice de tan furtivo encuentro entre alguien tan especialmente diferente como Mati y un descarriado como yo -quien por cierto, ya comenzaba a sentir a partir de ese instante, algo más que una simple atracción física hacia él-. Y es que definitivamente, el vino es el licor del amor. De eso no hay la menor duda.

Tomamos varios vasos, conversamos muchas cosas y advertimos otras tantas. Como la luna tan especialmente suspendida e iluminada en el oscuro firmamento, el frío que se respiraba en el ambiente, pero que poco mellaba en nuestro encuentro.... Quizás por efecto del licor, o por el hecho de estar al lado de Mati en una situación como ésta (que ni planificada pudo haberme salido mejor), bloqueé cualquier imprevisto o cosa negativa que pudiese ocurrir a nuestro alrededor, inclusive en el resto del universo.

La idea de estar juntos, solos, él y yo, tan apartados de todos y de todo, me reconfortaba. Vi directamente a sus ojos una y otra vez. Y creí ver en ellos nuevamente ese brillo que alguna vez destiló su mirada el primer día que quiso conversar conmigo, hace unos años atrás. Mucho antes de que existieran esas amiguitas o circunstancias que posteriormente me lo arrebataron. Y sólo por un momento, por un pequeñísimo instante, creí percibir en él, que efectivamente, también había un deseo intenso, especial y sobre todo recíproco. Ese mismo deseo tan particular que me provocaba él duranteh estos últimos años, y que me empujó volverlo a buscar, hasta hallarlo frente a mí, aquella particular noche.

(Para variar, la insoportable canción Alejandro Sanz y The Corrs no dejaba de sonarme fuertemente en la cabeza, una y otra vez, por cada minuto críticamente romántico de esta cita. Pero me niego rotundamente a colocar PLAY a esta balada en mi blog.)

En algún momento pasó por mi mente la idea de sugerirle irnos a un lugar más privado, cosa que no me atreví a mencionar. Para cuando la botella se consumió y la noche comenzaba a tornarse peligrosamente en madrugada, decidimos abandonar el apacible techado que nos guareció momentos antes. A unas cuantas casas de allí, nos topamos irónicamente con un hostal. Creo que Mati no lo notó, pero yo sí. Los efectos del vino continuaban recorriéndome las venas, pero no tuve los cojones suficientes de comentarle la idea. Tenía ganas de estar con él, de abrazarlo, de besarlo y amarlo con todas las ganas contenidas en estos últimos años, pero no estaba seguro si efectivamente Matías hubiese querido lo mismo. Durante nuestra conversación no hablamos para nada de mis sentimientos, o por lo menos de la idea que me gustaba como hombre. Y a decir verdad, no quería arruinar la noche con alguna mala interpretación de mis deseos, los más puros y bellos que pudiese haber parido aquella noche (amén de que, muy probablemente ese hostal nos hubiera negado el ingreso, por ciertas políticas estúpidamente homofóbicas que aún comparten muchos de estos lugares en nuestra ciudad).

Sin embargo, disfruté mucho de la idea de caminar junto a Mati en la nocturnidad, por los recovecos de aquellas calles desiertas. Únicamente bajo la luz de la luna y sin ninguna mirada curiosa que interrumpiera nuestro momento. Aquella vez, él se veía más adorable que muchas otras veces. Sentí que se comportaba como realmente le gustaba ser: amable, atento y muy cordial, conversándome mientras fijamente miraba mis ojos y sonreía tan dulce ante cada ocurrencia platicada en ese momento. Y para cuando nos dirigimos a la avenida principal, acompañándole a tomar el taxi que lo conduzca rumbo a su casa, sentí que nuestra relación volvía a tornarse sólida, quizás más que antes. A lo mejor este encuentro habría servido para afianzar más los sentimientos que sentíamos el uno por el otro. Posiblemente las dudas de Matías comenzarían a convertirse en certezas y las cosas podrían funcionar mejor de ahora en adelante. Esa noche fue pues, mágica, una escena arrancada de un cuento de hadas, llena de ternura y esperanza. Y con una radiante perspectiva iluminando el futuro.

Lamentablemente, dichas expectativas se desvanecieron tal como los efectos del vino de aquella noche. Durante las semanas y meses sucesivos a ese encuentro, traté de mantener vigente este acercamiento con Matías. Algunas veces me resultó, pero otras (la mayoría de veces) no tanto. Y es que parecía que él siempre buscaba pretextos o excusas para alejarse de mí. Y cuando yo creía que todo entre los dos estaba ya perdido y acabado, de pronto él me sorprendía con una llamada telefónica a casa, preguntado por mí y saludándome por uno que otro circunstancial (y hasta extravagante) motivo.

Había entonces que analizar las cosas con frialdad. Y desafortunadamente, los hechos demostraban que Matías era una persona desconcertantemente inestable. Por momentos,
me daba la impresión de que yo le atraía. Que al igual que él a mí, yo también le gustaba, que podría existir la remota esperanza de que sucediese algo entre los dos, pero... tal como iban las cosas, siendo yo el que siempre (o casi siempre) me daba el trabajo de llamar por teléfono o ir a buscarle, y sin que él intentase mover un solo dedo para demostrar algo de interés, reciprocidad o mínima empatía, pues... tal actitud suya poco a poco fue mellando mi interés en ganar su corazón. Me sentía hastiado, cada vez más, de hacer el papel de buena gente, del desprendido, de ofrecido y hasta de estúpido. Era claro que de seguir la situación así, ello no nos conduciría a ninguna parte.

Y dichas sospechas fueron confirmadas una de las últimas veces que lo visité. Mati me "sorprendió" con la repentina noticia de que ya tenía enamorada. Una tipa que vivía cerca de su casa y que a decir verdad, no era nada del otro mundo. Con todas las características de una chica muy poco agraciada, nimiamente interesante, y que muy convenientemente, más de un muchachito gay con conflictos de identidad, buscaría para disfrazar su sexualidad y callar así más de una insensata habladuría.

No me detendré en analizar el por qué de ese comportamiento suyo, porque la verdad no me compete. Y a decir verdad, no me sentí ni remotamente celoso por tal "novedad". Al menos, yo en su lugar, me hubiese buscado una chica un poquito más interesante, de gustos algo refinados y eso sí, muchísimo más sensata... pero bueno, era el rollo de Mati. Así que la verdad, no me sentí mellado ni nada parecido al conocer a su "nueva" pareja. Aunque sí, me sentí fastidiado cuando en una ocasión, la tipa ésta no lo dejaba solo ni un segundo, cada vez que intentaba acercármele a Mati para conversarle privadamente unos momentos (¿qué pensaba ésta ordinaria? ¿qué me iba a violar a su "novio" por un miserable par de minutos que quería platicarle a solas?). Patética costumbre chicas, tomen nota.

Al ver como se manejaban ahora las cosas, no quedaba más que emprender la elegante retirada. Sobre todo porque Mati había optado por un camino, digamos poco inteligente. Si al menos hubiese escogido a una chica linda, agradable, siquiera algo simpática o con mediana madurez mental, podría escribir muy honestamente que ello me hubiera destrozado el corazón. Lo mismo si hubiera escogido a otro hombre de características interesantes o muy superiores, comparadas a las de quien escribe. Pero... como las cosas resultaron tremendamente desconcertantes (tal como ha sido Matías casi todo el tiempo que lo conozco), había pues poco o nada que lamentar. Y lo más importante, que ahora yo debería continuar adelante, sin dar marcha atrás (cosa nada difícil, a la luz de lo ya expuesto).

A veces lo recuerdo (no muchas, por cierto), cómo era él cuando lo conocí por primera vez, y cómo se veía las últimas ocasiones que lo vi. Su aspecto ha cambiado mucho y lamentablemente, no para bien. Ya no se ve tan agraciado como antes, ahora anda más bien con el cabello desaliñado, desordenado, con varios kilos de más que lo hacen ver espantosamente más bajo de que realmente es. La poca virilidad que emanaba antaño, se desvanece ahora aún más, perdiéndose en el desgarbado aspecto que se ha empecinado en lucir hoy. Al punto de que, cuando recuerdo su poco afortunado "nuevo" look, me pregunto cómo fue que alguna vez pude interesarme en un tipo como él, de apariencia tan poco interesante en la actualidad.

Y como colofón a esta entrega que tardó casi un año en ser posteada, comentaré que hace unas pocas semanas atrás, una noche, me di con la ¿grata? sorpresa de encontrarme con Matías en un bus, quien por cierto no había subido solo al vehículo, sino acompañado de una corriente tipita pelo pintado, que la verdad no llegué a reconocer. Ignoro si se trataba de la misma ordinaria que me presentó como su enamorada aquella ocasión, o si era alguna otra. Sinceramente no lo sé, ni me interesa. Tal y como no me interesó acercármele para saludarlo luego de tanto tiempo. Él por su parte, al subir al bus muchas calles después que yo, creo que no se percató (o quiero creer que fue así) de que yo viajaba en su mismo transporte, varios asientos detrás suyo. Y es que se encontraba demasiado absorto, conversándole a la (mal) pelo pintado ésa, al punto de que no le despegaba la vista ni la atención de encima, por ningún minuto y bajo ninguna circunstancia.

El bochornoso encuentro no duro mucho. Unas cuadras más abajo, Mati y su "amiga" bajaron del bus, mucho antes de llegar a mi destino. Y cuando lo hicieron, no pude evitar fisgonear por el vidrio tiznado y ver a la parejita. Y sinceramente sentí algo de pena al recordar cómo acabaron las cosas entre él y yo. Pues, hay gente que luego de una relación, sabe cómo quedan cuando todo acaba. Como amigos, en buena onda. O como enojados, que no pueden ni verse, si es que alguna vez vuelven a encontrarse. Lamentable, al día de hoy, me gustaría saber cómo hemos quedado Matías y yo luego de esta experiencia. ¿Amigos? Ya no lo somos, de eso estoy casi seguro. Pero enemistados o enojados, tampoco lo creo, no lo sé. Entonces, querido Mati ¿podrías responder la interrogante de contestarme qué somos? ¿o qué fuimos tú y yo, durante estos últimos años?

Creo que esa respuesta ya no me la podrás dar. Sobre todo porque, dudo mucho que quieras volver a verme alguna vez. Y es que hoy sé, que ya no lo harás. Quizás ya nunca más.