jueves, julio 27, 2006

I. Buenas Cosas Mal Dispuestas

Martes, 1 de enero del 2002. Apenas a unos cuantos minutos -o una hora quizás-, de haber comenzado este nuevo año. La polución propia de los juegos pirotécnicos que los mocosos del barrio no cesaban de prender una y otra vez, así como también la humareda generada por la adulta e insana costumbre de quemar desperdicios mamarrachentos de forma humanoide -que horas antes dizque representaban el mal año que nos dejó-, inundaban el ambiente no sólo de la cuadra y de otras calles aledañas, sino también del aire que respirábamos en casa mi familia y yo, aquella cenicienta madrugada.

Precisamente ellos, los demás miembros de mi clan familiar, aún se encontraban sentados en la mesa, departiendo de una amena conversación, luego de haber disfrutado todos juntos de una opípara cena, propia de estas fechas. Minutos antes, habíamos compartido ya del brindis de rigor, los saludos respectivos, los buenos deseos y todas aquellas cursilerías que se estilan en ocasiones como estas. Culminado entonces este ritual familiar, tal y como es mi costumbre, me retiré muy cortésmente del grupo, dispuesto a desparramarme a mis anchas en el mueble más amplio de la casa, a hacer la digestión respectiva.

Trataba de conciliar el sueño de alguna forma. Siendo sin embargo, poco mas de la una de la mañana, no quería ir a la cama tan temprano. Sin ningún esfuerzo lograba oír desde mi apoltronada ubicación, todo el movimiento callejero propio de gente con planes muy bien asegurados de cómo disfrutar este primer día de este capicúa nuevo año. Mocosos, adolescentes y gente adulta, iban y venían de una calle a otra -muchos de ellos con sus mejores galas-, gritándose de un extremo a otro, dispuestos seguramente a avisar a los demás camaradas y enrumbarse a la farra respectiva, a la fiestita de rigor, al bailongo de fin de año, a la chupeta obligada de aquellos que ven en este día, una oportunidad imperdonable para intoxicar su organismo al máximo, ya sea con la popular cerveza, afamados licores y también con aquellos otros de dudosa preparación. O quizás sencillamente, con el simplísimo deseo de vagabundear por ahí y no ser tan pelmazos de pasarla en casa, como yo.

La verdad, a mí poco o nada me entusiasmaba la idea de desatarme en excesos un uno de enero. Hasta hace unos años sí, por supuesto, como todo el mundo. Pero hablamos de añejos tiempos, cuando la efervescente adolescencia me empujaba por curiosos y vericuetos destinos, sólo para tratar de divertirme como todo los demás y no quedarme estúpidamente en casa por ningún motivo.
Entusiasmo que con el pasar del tiempo, poco a poco fue extinguiéndose, dando paso al ocio y al amodorramiento más sabio y sensato. Atrás quedaban pues, las curiosas expediciones junto a Edgardo -misántropo y fiel amigo mío-, que por ese entonces moría como todo el mundo a ser reconocido por todos los demás; tratando de divertirse lo más que se pueda en ocasiones tan destacadas como éstas -bajo discutibles resultados, valga la aclaración-, ya sea en alguna discoteca o juerga junto a otros compañeros suyos, e incluso alguna prometedora tranca que apareciese por ahí, no dejando para nada que los años de su juventud se le escurran de las manos sin cumplir su jaranero cometido. Total, sólo se vive una vez, dicen.

Mas hoy, no tenía ganas de comunicarme con él y acordar algún escabroso encuentro de ésos y lanzarnos una vez más a alguna otra aventura fiesteril o discotequera, condenada muy ciertamente al fracaso, sobre todo porque nunca me satisfizo del todo salir con él. Pero no se me malentienda,
Edgardo era un tipo simpatiquísimo, muy interesante y con quien valía la pena departir más de una amena conversación en su grata compañía (no en vano andaba con él de un lado para otro, por aquellos divertidos años). Sucede que a mis agobiados veinticinco calendarios ya había advertido -honestamente, no sin poca resignación- que las fiestas de fin de año no estaban hechas para mí. Así haya deseado o urdido -desde mi adolescencia incluso-, de algún plan maestro que inclinase la balanza a mi favor, la verdad es que pocas veces alcancé algún relativo éxito. Y por una grandísima vergüenza por parte de quien escribe, me permito la licencia de no detallar estos fallidos intentos en tratar de cambiar este inusitado sino en pos de mi perennemente frustrado esparcimiento.

Ahí estaba yo entonces, ese primer día de este nuevo 2002.
Cerrando los ojos y tratando de confortarme lo más que pudiese en aquel mullido sillón, mientras minutos antes oía un inagotable solo de teléfono, repicando una y otra vez. No me molestaba siquiera en abandonar mi ubicación, pues estaba seguro que ninguna de esas llamadas serían para mí. Y efectivamente, no me equivoqué. Tales telefonemas aguardaban cualquier otro destino, a cualquier otro miembro de la familia, menos a mí. Y sinceramente tal situación no me molestaba en absoluto, pues en ese instante no quería por nada del mundo abandonar mi comodísima ubicación para atender alguna fastidiosa llamada por parte de la tía fulana, el primo sutano, el amigo mengano... y sólo para responder leseras, preguntándome lo que todo el mundo en estas fechas: "feliz año nuevo hijito...", "cómo estas primito...", "¿cómo la están pasando? ¿bien...?", "oye, ¿estará tu papá o tu mamá por ahí? pásamelo, pues...", "chao mijito, cuidate, no tomes tanto más tarde, eh...?" (tarados, ¿no saben que soy abstemio acaso?).

En algún momento, se me cruzó por la cabeza la idea de que a lo mejor Ivana se tomaría la molestia de llamar y saludarme por estas fechas.
Y es que Ivana era muy especial, pues se trataba de la única chica por quien éstos últimos años demostré muy sinceramente un insólito interés, y por quien durante un tiempo guardé la celosa esperanza de formalizar sentimentalmente alguna vez. Quizás ella hubiese sido mi última esperanza antes de haber tirado la toalla en ese aspecto, pero bueno... las cosas suelen darse por algo, y afortunadamente -para ella, obviamente- dicha oportunidad entre ambos jamás se concretó. Pero no todo fue para mal, pues Ivana y yo terminamos siendo muy buenos amigos, por muchos años más Compartimos muchos momentos agradables juntos, otros digamos que no tanto... imagino que como todo el mundo. Mas, cada vez que la recordaba, irremediablemente evocaba aquellas interminables llamadas telefónicas suyas, cuando años atrás, poco después de habernos conocido, solía hacer a mi casa una y otra vez. Infinitas e inolvidables conversaciones que duraban horas de horas y que muchas veces me provocaban intensos dolores en la oreja, brazos y articulaciones, por atenderla tan diligentemente tanto tiempo.

Trescientos sesenta y cinco días atrás -si mal no recordaba-, había llamado a Ivana por estas mismas circunstancias. Y otros trescientos sesenta y cinco días antes, hice exactamente lo mismo, pero en aquella oportunidad no la encontré en casa. Recordé entonces que la última ocasión en que la llamé para desearle un feliz 2001 noté que mi saludo telefónico no le había caído muy en gracia que digamos. Creo incluso que en aquella oportunidad, ésa última llamada de mi parte fue "celebrada" muy bochornosamente por sus padres, casi casi como si de un acontecimiento pre-nupcial se tratase, avergonzándola muy terriblemente. No fue mi intención ponerla en semejantes aprietos, pero bueno... ya la metida de pata estaba hecha y la moraleja clarísima de esta historia era de que,
si quería volver a llamarla por navidad, año nuevo, fiestas patrias, cumpleaños, cambio de mando o cualquier otra embarazosa festividad, pues existían otros medios políticamente más correctos que considerar... como por ejemplo llamar a su tan flamantísimo (como costosísimo) teléfono celular. Idea que no me parecía nada simpática, dicho sea de paso, pues afrontar la idea de que ella tenga un celular muchísimo antes que yo, hería profundamente mi enorme y estúpido orgullo machista.

Volviendo al punto, esta noche de año nuevo no quería importunar a nadie, ni mucho menos quería que alguien me importunase a mí. Aplicando sabiamente la ley del Talión, o mucho mejor, la ley descrita en la misma palabra divina, pero con palabras mucho más efectivas y comprensibles para estos acelerados tiempos: "no jodas a otros, tal como no quisieras que te jodan a ti". Estaba segurísimo entonces, de que esta noche no ocurriría nada especial que arruinase mi tan bien ganado letargo. Dudaba muchísimo que alguien se acordara de mí para saludarme por esta fecha, o lo que era peor, que por ejemplo, algún incauto (Edgardo, segurito que únicamente él ¿quién más si no?) osará caer por mi casa para animarme a salir a sortear los duros peligros que ofrecería esta aún humeante noche. No, nica, never...
Me apenaba (y aterrorizaba)imaginar que precisamente esta noche, en ese preciso momento, en cualquier otra parte de nuestra gran capital (o del país entero incluso), estaría ocurriendo más de un accidente, crimen, o cualquier otro siniestro que cobrase varias vidas que lamentar. No hace mucho, las primera planas de los diarios y la televisión mostraron desgarradoras imágenes de un pavoroso incendio, producto de la torpeza y negligencia de ciertas autoridades, y que lamentablemente arrastró consigo muchas víctimas. Y el sólo hecho de imaginar ser parte de una cifra más de estas escalofriantes estadísticas, hizo que me aferrase con más ganas a mi sillón, a no querer moverme de allí, por lo menos por un buen rato más, antes de retirarme al único destino que me esperaba luego: mi queridísima y bien adquirida cama.

Visualicé entonces el desperdicio de día que resultaría horas más tarde. Y es que no hay nada más terrible que vivir el primer día de enero, bajo la deprimente luz del día. Las calles, todas sucias, cubiertas todas ellas con el hollín y cenizas provocadas por la mugrosa colectividad, ebrios zigzagueando por doquier en impúdicas e insanas circunstancias, mocosos y mocosas corriendo y gritando como orates -dizque jugando- con más y más productos explosivos, bajo la negligente anuencia de sus padres... Y bajo tan miserables condiciones, si en ese preciso momento el Ser Supremo o algún providencial geniecillo me hubiese podido conceder un único deseo...
sin lugar a dudas hubiese pedido largarme de ese maldito barrio hacia un lugar retirado, lejos, muy lejos, en el campo, separado del mundanal ruido y sus malditos parroquianos, escapando a un sitio mucho mas puro, silencioso, con mucho verde a mi alrededor. No importaba si solo o acompañado, la consigna era clarísima: huir de este miasma a como dé lugar.

Imaginé entonces, que de haber podido elegir un acompañante con quién huir a tan paradisíaco destino, inevitablemente hubiera escogido a Matías. Cierto, ya no tenía noticias suyas desde que separamos caminos desde un año atrás. Ahora él se encontraba estudiando una respeble carrera universitaria, en una no tan prestigiosa universidad, pero eso era lo de menos. Hoy, Matías estaba muy bien posicionado -valorativamente hablando-, al menos mucho mejor que yo. Y por ello y por otras razones más, dudaba mucho que justo el día de hoy, fuese él quien en este momento se acordase precisamente de mí.

Exactamente un año atrás, por estas mismas fiestas, guardé celosamente la esperanza de que Matías recordara llamar a mi casa para saludarme. En cada timbrada telefónica de aquella nochebuena y año nuevo respectivos, mi corazón no dejaba de acelerarse cada vez más y más. Lamentablemente, ninguna de aquellas llamadas eran para mí, o por lo menos provenían remotamente de él. Y tal actitud despectiva e inmisericorde de su parte, me hirió tan profundamente al punto de que el resto de aquellas disipadas noches, no dejé de pensar un sólo minuto en él, imaginando si a lo mejor me recordaría por lo menos un par de fugaces minutos, evocando los momentos que pasamos juntos, las estupideces que cometí a causa de su reacia actitud hacia mí, y sobre todo,
si a estas alturas comprendía que lo que sentía hacia él era algo más que una simple amistad... pero en fin. Recordar que exactamente un año atrás, estuve en vilo, al pie del teléfono, pensando si Matías me recordaba tan igual como yo a él... en este momento me provocaba poco menos que una sonrisa absurda.

No tenía entonces más nada que hacer en mi sala. Era poco más de la una de la mañana y las llamadas al teléfono y a la puerta de mi domicilio, poco a poco comenzaban a desaparecer. La casa entonces comenzaba a sentirse más sola, más silenciosa, más mía, como siempre ocurre estos últimos uno de enero. Ya los demás miembros de mi familia comenzaban a abandonar el hogar, dispuestos a amanecerse en alguna que otra francachela por ahí, y bien sabía que no regresarían hasta bien entrada la luz del día. Mis viejos, por otra parte, más tranquilos y sabios, se disponían a descansar merecidamente en su habitación, luego de tanto alboroto y ajetreo contraídos por esta disparata celebración.

Me encontraba ya dispuesto a abandonar la sala, quizás a escuchar algo de música más tranquilamente en mi cuarto, antes de abandonarme por completo a los brazos de Morfeo. Las recientes canciones del unplugged de La Ley y del primer disco de Estopa (suceso del pop majo, desde hace un año atrás) me rebotaban en la cabeza una y otra vez, bajo la indiscutible intención de volverlos a oír desde el discman por unas cuantas veces más. Fue entonces que recordé que exactamente siete días atrás, la había pasado fenomenal viendo tele. Y es que a diferencia de años anteriores, en que sólo podría encontrarse en la caja boba programas de soporífero contenido (en su mayoría, abrumadores operetas y mediocres films, dignos de un público "culto y sensible" que no tiene otra cosa que hacer que quedarse en casa el primer día de un nuevo año), en aquella ocasión me había desternillado y divertido como un reverendo chancho al dedicarme buena parte de la madrugada navideña (entiéndase las primeras horas del 25 de diciembre), viendo en mi canal de cable favorito, otro imperdible episodio de mi programa preferido. ¿Su nombre? South Park.

Esos mocosos, sí que te hacían ver las cosas de manera ejemplar. Y como me dijo alguna vez el buen Edgardo -y por quien una vez más le doy absoluta razón-, el contenido y mensaje final de este inteligente programa, distaba mucho de sólo ser una mera sátira a la sociedad norteamericana, mas unas cuantas dosis cargadísimas de hablar soez. Esta pandilla de avezados infantes de este ¿imaginario? pueblo de Colorado, de pronto se habían convertido en mis héroes absolutos al tratar sabiamente y sin miramiento alguno, temas tan disímiles y controversiales, como lo pueden ser la política, la religión, el sexo, y muchos otros más. Todo ello manejado bajo una forma tan insolentemente brillante, que sus creadores merecían mucho más que mis más sinceros respetos (una reverencia absoluta, diría más bien). Y qué mejor manera de pasar las primeras horas este nuevo año, que viendo la maratón de episodios que seguramente mi adorado canal de cable (en realidad, el único que solía ver, de los otros ochenta y tantos que disponía en programación) transmitiría con motivo de esta fecha, tal como lo hicieron una semana atrás por navidad (aún recordaba el último episodio que transmitieron esa vez, en donde hacía su aparición el mismísimo "Dios", en un capítulo relacionado a cómo veía la pandilla la llegada de la pubertad). Una fructífera noche llena de irreverencia al máximo prometía esta primera madrugada del 2002. No envidié entonces para nada a aquellos pobres parroquianos, dispuestos a abandonarse en antros dizque de diversión, a intoxicar su organismo y perderse ante sabrá Dios qué otros bizarros designios. Que el Absoluto los acompañe entonces, que yo me quedaba tranquilito en casa viendo nuevos episodios de South Park y que obviamente no me perdería por nada de este mundo.

Prendí entonces la tele. Mis viejos ya se habían retirado a dormir. No había entonces ningún roche o vergüenza de por medio para ver a mis engreídos. Sintonicé el canal acostumbrado, pero... algo muy extraño estaba sucediendo. Sencillamente ¡había desaparecido! En su lugar habían puesto otra cosa, otro canal de los tantos aburridos que no deja de colocar la estúpida compañía de cable. "A lo mejor lo han cambiado de ubicación", pensé.
Comencé a revisar entonces, uno por uno, todos los canales para encontrar tan solo al único que me importaba. Al único que me había vuelto tele-adicto desde que tengo uso de razón, al único canal que me regocijaba ver cada noche, por su inteligente propuesta de animación para adultos. Al que por casualidad, me hizo descubrir que existía una excelentísima serie animada que -lo reafirmo- ninguna otra pusilánime estación televisiva de ese entonces, hubiese osado de colocar en su soporífera programación. Busqué y busqué desesperadamente revisando cada uno de los demás canales. Y con cada decepción, mi desesperación iba en aumento.

Era imposible. Casi todos los canales de siempre estaban allí, ofreciendo su insípida programación de todos los días. Mas el único canal que me importaba y por el cual valía la pena volver a tener fe en la televisión, sencillamente había desaparecido, no aparecía por ninguna parte.
Revisé de nuevo, zappeando cuidadosamente todos y cada uno de los malditos canales... una vez más... y otra... y otra... ¡Mierda! Mis sospechas, temores e impotencia comenzaban a tornarse en una terrible realidad. ¡Habían desaparecido de la programación al único canal por el cual valía la pena pagar este mugroso y deficiente servicio de cable!

Basuras... hijos de perra... malparidos... asomaron por mi cabeza todas las maldiciones imaginables e insultos dirigidos a los responsables de semejante abuso. Bonito regalo que la compañía de mierda del cable, se había esmerado en ofrecernos por estas fiestas. Es cierto que esperaron hasta después de navidad para hacer esta jugada tan infame, pero de todos modos... igual habían liquidado -por razones que aún no alcanzaba a comprender del todo-, a uno de los canales por los cuales tenía la camiseta bien puesta.
Y algo me decía que esta situación no se debería precisamente por fallas técnicas, o que el problema resultaría temporal. Sencillamente a estos imbéciles del cable no se les había ocurrido mejor idea que eliminar al único canal valioso de entre toda su pomposa y estúpida parrilla de programación. Imaginé entonces, que en ese mismo momento, mi querido canal estaría transmitiendo desde algún lugar del planeta y sin ningún problema, aquellos episodios de South Park que aún no había visto y que, de no ser por este maldito boicot, bien podría estar disfrutándolo muy relajadamente recostado desde mi sillón, carcajeándome una vez más, como casi siempre, de las ocurrencias de Stan Marsh, Kyle Broflovski, Kenny McKormick y Eric Theodoro Cartman (¡cómo adoraba a ese gordo cabrón!). Grandiosa forma de comenzar este año, con una notable baja que lamentar, y bajo la exasperación y abatimientos absolutos.

En ese infausto primer día del 2002, comprendí entonces que a lo mejor ya no volvería a disfrutar de esta adorable pandilla. Paradójicamente, no sólo habían matado a Kenny, sino también a sus otros compañeritos de aventuras, a todos los habitantes del pueblo incluso...
Y todo porque a unos malparidos de la compañía de cable les había dado la gana de suprimirlos de su programación. Con todo, nada más había por hacer... salvo apagar resignadamente el televisor y dedicar con profundo desprecio las habituales palabras del pequeño Kyle a los responsables de tamaño ultraje televisivo:

- ¡Hijos de puta...!

martes, julio 11, 2006

Hombres ( IV )

Caso IV: El Lado Oscuro De Lord Vader

En todas las familias, dinastías y linajes nunca falta la llamada "oveja negra". Ese personaje incomprensible, renegado, enigmático y disoluto que jamás desfallece si de hacernos la vida imposible se trata. Los hay de varios tipos, mas podría agruparlos básicamente en dos: los que son explícitamente unos hijos de puta, que no esconden sus intenciones desde el comienzo... y los peligrosamente sugerentes, que para nada demuestran ser un problema, pero que al poco tiempo de conocerlos enseñan las garras, revelándose tal cual son en realidad. Inicialmente aparentan ser tipos serenos, calmados, jamás se les ve perturbados ante nada, y que con una flema absoluta -innata en ellos-, esperan pacientemente que ciertas cosas les ocurran ¡...y que por la maldita suerte que tienen, favorablemente eso mismo les sucede!

No me detendré mucho en comentar sobre el "Lord Vader" que se cruzó en mi camino, pues más adelante trataré extensamente sobre él. Salvo acotar que, al igual que el famosísimo personaje de George Lucas, este modesto Lord con quien me topé al poco tiempo de separarme de Matías, resultó tan siniestro y castigador como el de la pantalla grande. Sucumbí muchos arrebatos y decepciones por su causa... bajo dispares y lamentables resultados. Mas cuando, por fin la batalla terminó y acabé derrotado (otra vez), con el corazón cuarteado, el espíritu maltrecho y bajo mínimas expectativas en el porvenir... fueron acaso dichas circunstancias las que favorecieron adecuadamente al momento exacto de considerar en la lejanía de mi sombrío horizonte, a esa persona que en definitiva cambiaría considerablemente mi forma de comprender muchas cosas de la vida. Y sobre todo, experimentar profundamente de sentimientos que hasta aquel momento se encontraban vedados para mí, ofreciéndome dar vuelta a la página e iniciar juntos un nuevo capítulo en nuestras vidas.


Caso V: Die, go...! Die...!

  • Que llegues a los 26 años sin que te conozcan pareja oficial, no es nada del otro jueves.
  • Que a esa edad te topes con muchachos menores que tú, puede hasta resultar latoso.
  • Que precisamente, un muchacho diez años menor, se gane tu atención por su simpatía, forma de ser y buen gusto, es admirable.
  • Que ese mismo muchacho, al poco tiempo y sin darte cuenta, se robe tu corazón, es de cuidado.
  • Que notes que ese sentimiento que te nace hacia él, puede ser lamentablemente no correspondido, es doloroso.
  • Que más adelante, ese muchacho comience a tomar consideraciones especiales contigo, es esperanzador.
  • Que él y tú comiencen a salir juntos -solos, los dos-, puede ser magnífico.
  • Qué primero tú y luego él, comiencen a agarrarle gusto a furtivos encuentros acompañados de inevitables e incomparables muestras de afecto, es estimulante.
  • Que él comience a llamarte por teléfono para decir que te quiere, te extraña y que muere por volverte a ver al día siguiente, es enternecedor.
  • Que de cuando en cuando, discutan o se enemisten por cualquier lesera, es natural.
  • Que él y tú manifiesten después, que morían por una reconciliación, es gratificante.
  • Que te nazca escribirle a su correo cada cierto tiempo, épicos y extensos mails contándole lo mucho que le quieres, le extrañas y lo que verdaderamente significa en tu vida, es halagador.
  • Que recuerden en llamarse religiosamente por teléfono -ya sea por cumpleaños o fiestas de fin de año- con los saluditos y/o presentes de rigor, es emotivo.
  • Que él y tú conserven varias fotos en donde salen juntos, es valioso.
  • Que él te considere tan necesario en su vida y diga que eres "un enviado del cielo", es conmovedor.
  • Que comiences a notar que tu vida ha dado un positivo y notable giro, al consagrarla muy especialmente a él, es encomiable.
  • Mas, que ese muchacho por quien te desvives, sea tu pareja... es tal vez pedir demasiado.

Así, en estas líneas podría resumirse la aparición de Diego en mi vida. Y quizás para comprender un poco mejor lo que verdaderamente ocurrió en este contrapunto de sentimientos encontrados, sería conveniente revisar esta historia desde el comienzo. Hasta hace unos cuantos, pero aún frescos años atrás... transitando por aquellos días y circunstancias que hicieron posible que alguien tan insólitamente especial como él, se cruzara en mi camino; compartiendo así juntos, más de una interesante, inolvidable y valiosa experiencia en cada uno de nuestros corazones (¡Va para ti, muchacho...!).

Mientras tanto, quién mejor que Fangoria para poner punto final a éste capítulo. Tal vez en la lírica de su tema "Hombres" (que no por coincidencia estos últimos cuatro episodios fueron rotulados bajo ese mismo nombre, como un justo homenaje) se encuentre la respuesta a muchas de las interrogantes acerca del universo interior masculino. Y es que "hay hombres que no existen", "hay hombres que ocultan la verdad", "hay hombres que recuerdan"... y quizás en gran mayoría "hay hombres que no entienden".

Pero bueno, que Olvido Gara se encargue de recordarnos todo eso y más, con la canción y video de este tema. Disfrútenlo... y sobre todo, a tomarlo en consideración.



"Hoy hay luna llena..."

sábado, julio 01, 2006

Hombres ( III )

Para cuando Mati y yo separamos caminos, habrían de pasar varios meses para volver a vernos las caras. Él, por un lado, ya había logrado ingresar a otra universidad (no a la que inicialmente postulamos juntos), mientras que por otro, quien escribe seguía en sus trece, preparándose para tratar de alcanzar un cupo en alguna otra escuela con tanto o más prestigio como que la inicialmente escogí, por la época en que él y yo estudiamos juntos.

Durante esos meses, aislados uno del otro, muchas veces me entraba cierta nostalgia de saber cómo se encontraría él. Pero en algo frenaba estos ímpetus, cuando imaginaba que ahora, siendo ya un chico universitario, Mati apenas me recordaría. La experiencia me había hecho entender que el ambiente universitario es una competencia muy dura, cuando de lidiar con éste se trata: con tantos chicos y chicas que pudiesen robarle su atención... y que temerariamente logren su objetivo, sin ningún inconveniente de por medio. Y lo peor, con uno a la distancia, de brazos cruzados, sin nada más que esperar a dar el salto victorioso de ingresar a la universidad (¡la que fuere!) para así tener el pretexto adecuado de buscarle, comentándole la "buena noticia", y alcanzar de esta forma un mismo "status".

Afortunadamente, no fue necesario esperar tanto tiempo para comunicarme con él y darle el encuentro. Quiso la casualidad, que por esos días se presentase el concierto de una de sus bandas preferidas, en una discoteca cercana a mi casa. La ocasión era propicia entonces, para intentar una comunicación con él y convencerlo de ir juntos, a esta inusitada oportunidad de disfrutar este espectáculo.

Y esa noche, luego de varios meses, por fin Mati y yo pudimos volvernos a ver. Él, por su parte, no pudo disimular las impresiones que tenía de mí, luego de tanto tiempo: "Has engordado, seguro que cuando tomas una ducha y miras hacia abajo, apenas logras ver los dedos de tus pies", fue su jocoso comentario, quizás para romper un improbable hielo de nuestra naciente conversación. Algo muy válido, si tomamos en cuenta que muy probablemente la última vez que nos topamos, fue en alguna incómoda situación. Y que precisamente dicha razón fuese la responsable de no volver a dirigirnos la palabra por mucho tiempo, hasta esa misma noche.

Luego de intercambiar comentarios sobre nuestras respectivas situaciones (él muy feliz contando sobre los beneficios de su nuevo entorno académico, yo con mi perpetua preparación por ingresar a alguna otra universidad) nos dirigimos al lugar del concierto. Grande sería nuestra sorpresa, cuando al entrar a la disco, nos enteramos que el evento había sido cancelado a último minuto por motivos exclusivamente de la banda. Que mil disculpas, que el local no tenía responsabilidad alguna y bla bla bla. Sólo quedaba vernos las caras Mati y yo, luego de tan desconcertante noticia.

Lamenté haberlo hecho venir de su casa -desde una prudente distancia y tan tarde-, sólo para enterarnos de este embuste. Mati no lo lamentó tanto la verdad. Me comentó que al menos, este hecho había sido un buen pretexto para vernos las caras, luego de tanto tiempo (¡grande!). Que la noche era joven y que todavía podíamos aprovecharla un tiempo más. Idea que celebré con mucho gusto, sobre todo por venir de alguien por quien en algún momento sentí una intensa atracción.

Dejé todo en sus manos. Después de todo, aún sentía cierta culpa de ser el responsable de haberle presionado en continuar nuestra "amistad", y no quería meter la pata nuevamente. Nos dirigimos a una panadería cercana, y entre los dos, juntamos dinero para comprar una botella de vino (maravillosa sugerencia suya, valga la aclaración) para consumirla en algún lugar del camino.

La verdad, luego de comprar este licor, me sentí muy corto, pues no se "estila" que dos muchachos (solos y varones) tomen vino así nomás, en plena calle y a vista y paciencia de cualquiera. Que si fuese cualquier otro licor, ya sea cerveza, trago corto o menjunje equis, vaya y pase. Pero ¿vino? Bueno, yo le había comentado a Matías minutos antes, que la cerveza no me gustaba mucho. Así que supongo que lo del vino era para agradarme pero... ¿él y yo tomando solos, en algún lugar de la calle? ¿no parecía sospechosamente romántico (y sospechosamente gay además)?

Cuando quisimos dar curso a la botella y consumirla, me cercioré de que lo hiciéramos en el lugar más alejado y menos transitado de la calle. Un poco por la idea de que, a esas horas de la noche, era algo peligroso estar exponiéndose por ahí, con tanta delincuencia y pandillaje pululando en cada esquina. Pero más lo hice pensando en que no quería que NADIE nos viera en una situación tan EVIDENTE entre Mati y yo: libando libremente en la calle, únicamente él y yo, con un licor digamos "no tan apropiado" entre dos tipos que se denominan simplemente amigos. Y sobre todo, encontrando un sitio lo suficientemente tranquilo para no sentirnos cortos ni avergonzarnos en ningún momento por lo que pudiera suceder aquella noche que desde ya, prometía mucho.

Nos perdimos por las calles, hasta llegar a un afortunado techado que encontramos minutos después. La noche estaba algo avanzada, muy silenciosa y solitaria, mas aún no llegaba a la medianoche. Incluso me atrevería a afirmar que hubo una espléndida luna llena iluminando nuestro entorno, no obstante.... creo que sería mejor recordarla así, con ese halo romántico respirándose cada minuto de nuestra inimaginable cita.

Mati abrió la botella y brindamos por nuestro encuentro. Por los diferentes rumbos que habíamos alcanzado en nuestras vidas, hasta ese momento. Por la misma noche en sí, cómplice de tan furtivo encuentro entre alguien tan especialmente diferente como Mati y un descarriado como yo -quien por cierto, ya comenzaba a sentir a partir de ese instante, algo más que una simple atracción física hacia él-. Y es que definitivamente, el vino es el licor del amor. De eso no hay la menor duda.

Tomamos varios vasos, conversamos muchas cosas y advertimos otras tantas. Como la luna tan especialmente suspendida e iluminada en el oscuro firmamento, el frío que se respiraba en el ambiente, pero que poco mellaba en nuestro encuentro.... Quizás por efecto del licor, o por el hecho de estar al lado de Mati en una situación como ésta (que ni planificada pudo haberme salido mejor), bloqueé cualquier imprevisto o cosa negativa que pudiese ocurrir a nuestro alrededor, inclusive en el resto del universo.

La idea de estar juntos, solos, él y yo, tan apartados de todos y de todo, me reconfortaba. Vi directamente a sus ojos una y otra vez. Y creí ver en ellos nuevamente ese brillo que alguna vez destiló su mirada el primer día que quiso conversar conmigo, hace unos años atrás. Mucho antes de que existieran esas amiguitas o circunstancias que posteriormente me lo arrebataron. Y sólo por un momento, por un pequeñísimo instante, creí percibir en él, que efectivamente, también había un deseo intenso, especial y sobre todo recíproco. Ese mismo deseo tan particular que me provocaba él duranteh estos últimos años, y que me empujó volverlo a buscar, hasta hallarlo frente a mí, aquella particular noche.

(Para variar, la insoportable canción Alejandro Sanz y The Corrs no dejaba de sonarme fuertemente en la cabeza, una y otra vez, por cada minuto críticamente romántico de esta cita. Pero me niego rotundamente a colocar PLAY a esta balada en mi blog.)

En algún momento pasó por mi mente la idea de sugerirle irnos a un lugar más privado, cosa que no me atreví a mencionar. Para cuando la botella se consumió y la noche comenzaba a tornarse peligrosamente en madrugada, decidimos abandonar el apacible techado que nos guareció momentos antes. A unas cuantas casas de allí, nos topamos irónicamente con un hostal. Creo que Mati no lo notó, pero yo sí. Los efectos del vino continuaban recorriéndome las venas, pero no tuve los cojones suficientes de comentarle la idea. Tenía ganas de estar con él, de abrazarlo, de besarlo y amarlo con todas las ganas contenidas en estos últimos años, pero no estaba seguro si efectivamente Matías hubiese querido lo mismo. Durante nuestra conversación no hablamos para nada de mis sentimientos, o por lo menos de la idea que me gustaba como hombre. Y a decir verdad, no quería arruinar la noche con alguna mala interpretación de mis deseos, los más puros y bellos que pudiese haber parido aquella noche (amén de que, muy probablemente ese hostal nos hubiera negado el ingreso, por ciertas políticas estúpidamente homofóbicas que aún comparten muchos de estos lugares en nuestra ciudad).

Sin embargo, disfruté mucho de la idea de caminar junto a Mati en la nocturnidad, por los recovecos de aquellas calles desiertas. Únicamente bajo la luz de la luna y sin ninguna mirada curiosa que interrumpiera nuestro momento. Aquella vez, él se veía más adorable que muchas otras veces. Sentí que se comportaba como realmente le gustaba ser: amable, atento y muy cordial, conversándome mientras fijamente miraba mis ojos y sonreía tan dulce ante cada ocurrencia platicada en ese momento. Y para cuando nos dirigimos a la avenida principal, acompañándole a tomar el taxi que lo conduzca rumbo a su casa, sentí que nuestra relación volvía a tornarse sólida, quizás más que antes. A lo mejor este encuentro habría servido para afianzar más los sentimientos que sentíamos el uno por el otro. Posiblemente las dudas de Matías comenzarían a convertirse en certezas y las cosas podrían funcionar mejor de ahora en adelante. Esa noche fue pues, mágica, una escena arrancada de un cuento de hadas, llena de ternura y esperanza. Y con una radiante perspectiva iluminando el futuro.

Lamentablemente, dichas expectativas se desvanecieron tal como los efectos del vino de aquella noche. Durante las semanas y meses sucesivos a ese encuentro, traté de mantener vigente este acercamiento con Matías. Algunas veces me resultó, pero otras (la mayoría de veces) no tanto. Y es que parecía que él siempre buscaba pretextos o excusas para alejarse de mí. Y cuando yo creía que todo entre los dos estaba ya perdido y acabado, de pronto él me sorprendía con una llamada telefónica a casa, preguntado por mí y saludándome por uno que otro circunstancial (y hasta extravagante) motivo.

Había entonces que analizar las cosas con frialdad. Y desafortunadamente, los hechos demostraban que Matías era una persona desconcertantemente inestable. Por momentos,
me daba la impresión de que yo le atraía. Que al igual que él a mí, yo también le gustaba, que podría existir la remota esperanza de que sucediese algo entre los dos, pero... tal como iban las cosas, siendo yo el que siempre (o casi siempre) me daba el trabajo de llamar por teléfono o ir a buscarle, y sin que él intentase mover un solo dedo para demostrar algo de interés, reciprocidad o mínima empatía, pues... tal actitud suya poco a poco fue mellando mi interés en ganar su corazón. Me sentía hastiado, cada vez más, de hacer el papel de buena gente, del desprendido, de ofrecido y hasta de estúpido. Era claro que de seguir la situación así, ello no nos conduciría a ninguna parte.

Y dichas sospechas fueron confirmadas una de las últimas veces que lo visité. Mati me "sorprendió" con la repentina noticia de que ya tenía enamorada. Una tipa que vivía cerca de su casa y que a decir verdad, no era nada del otro mundo. Con todas las características de una chica muy poco agraciada, nimiamente interesante, y que muy convenientemente, más de un muchachito gay con conflictos de identidad, buscaría para disfrazar su sexualidad y callar así más de una insensata habladuría.

No me detendré en analizar el por qué de ese comportamiento suyo, porque la verdad no me compete. Y a decir verdad, no me sentí ni remotamente celoso por tal "novedad". Al menos, yo en su lugar, me hubiese buscado una chica un poquito más interesante, de gustos algo refinados y eso sí, muchísimo más sensata... pero bueno, era el rollo de Mati. Así que la verdad, no me sentí mellado ni nada parecido al conocer a su "nueva" pareja. Aunque sí, me sentí fastidiado cuando en una ocasión, la tipa ésta no lo dejaba solo ni un segundo, cada vez que intentaba acercármele a Mati para conversarle privadamente unos momentos (¿qué pensaba ésta ordinaria? ¿qué me iba a violar a su "novio" por un miserable par de minutos que quería platicarle a solas?). Patética costumbre chicas, tomen nota.

Al ver como se manejaban ahora las cosas, no quedaba más que emprender la elegante retirada. Sobre todo porque Mati había optado por un camino, digamos poco inteligente. Si al menos hubiese escogido a una chica linda, agradable, siquiera algo simpática o con mediana madurez mental, podría escribir muy honestamente que ello me hubiera destrozado el corazón. Lo mismo si hubiera escogido a otro hombre de características interesantes o muy superiores, comparadas a las de quien escribe. Pero... como las cosas resultaron tremendamente desconcertantes (tal como ha sido Matías casi todo el tiempo que lo conozco), había pues poco o nada que lamentar. Y lo más importante, que ahora yo debería continuar adelante, sin dar marcha atrás (cosa nada difícil, a la luz de lo ya expuesto).

A veces lo recuerdo (no muchas, por cierto), cómo era él cuando lo conocí por primera vez, y cómo se veía las últimas ocasiones que lo vi. Su aspecto ha cambiado mucho y lamentablemente, no para bien. Ya no se ve tan agraciado como antes, ahora anda más bien con el cabello desaliñado, desordenado, con varios kilos de más que lo hacen ver espantosamente más bajo de que realmente es. La poca virilidad que emanaba antaño, se desvanece ahora aún más, perdiéndose en el desgarbado aspecto que se ha empecinado en lucir hoy. Al punto de que, cuando recuerdo su poco afortunado "nuevo" look, me pregunto cómo fue que alguna vez pude interesarme en un tipo como él, de apariencia tan poco interesante en la actualidad.

Y como colofón a esta entrega que tardó casi un año en ser posteada, comentaré que hace unas pocas semanas atrás, una noche, me di con la ¿grata? sorpresa de encontrarme con Matías en un bus, quien por cierto no había subido solo al vehículo, sino acompañado de una corriente tipita pelo pintado, que la verdad no llegué a reconocer. Ignoro si se trataba de la misma ordinaria que me presentó como su enamorada aquella ocasión, o si era alguna otra. Sinceramente no lo sé, ni me interesa. Tal y como no me interesó acercármele para saludarlo luego de tanto tiempo. Él por su parte, al subir al bus muchas calles después que yo, creo que no se percató (o quiero creer que fue así) de que yo viajaba en su mismo transporte, varios asientos detrás suyo. Y es que se encontraba demasiado absorto, conversándole a la (mal) pelo pintado ésa, al punto de que no le despegaba la vista ni la atención de encima, por ningún minuto y bajo ninguna circunstancia.

El bochornoso encuentro no duro mucho. Unas cuadras más abajo, Mati y su "amiga" bajaron del bus, mucho antes de llegar a mi destino. Y cuando lo hicieron, no pude evitar fisgonear por el vidrio tiznado y ver a la parejita. Y sinceramente sentí algo de pena al recordar cómo acabaron las cosas entre él y yo. Pues, hay gente que luego de una relación, sabe cómo quedan cuando todo acaba. Como amigos, en buena onda. O como enojados, que no pueden ni verse, si es que alguna vez vuelven a encontrarse. Lamentable, al día de hoy, me gustaría saber cómo hemos quedado Matías y yo luego de esta experiencia. ¿Amigos? Ya no lo somos, de eso estoy casi seguro. Pero enemistados o enojados, tampoco lo creo, no lo sé. Entonces, querido Mati ¿podrías responder la interrogante de contestarme qué somos? ¿o qué fuimos tú y yo, durante estos últimos años?

Creo que esa respuesta ya no me la podrás dar. Sobre todo porque, dudo mucho que quieras volver a verme alguna vez. Y es que hoy sé, que ya no lo harás. Quizás ya nunca más.

sábado, agosto 06, 2005

Hombres ( II )

Caso 3: "Mati-maticamente" Imposible


Pasaron varios años para "curar" mi fijación por otro hombre. Entre otras cosas por lo decepcionantes que resultaban éstos en la forma cómo manejaban las cosas. También contaba el hecho de que no tenía la mínima certeza de que, efectivamente, en los muchachos en los que fijaba mi atención, existiese un sentimiento o -por lo menos- alguna "tendencia" recíproca de por medio. Ni con Manolito ni con Juanín tuve la completa seguridad de que a lo mejor ellos sintiesen los mismos impulsos o deseos que yo.... aunque claro, por ese entonces todos teníamos como aliado el pretexto de la confundida adolescencia y los sentimientos encontrados que ésta arrastra consigo.

Y es que las dudas acerca de las ambigüedades sexuales terminan aquí (incluyéndome). Pues es a partir de este período en que podría asegurar en un 60 por ciento (e incluso más osadamente en un 85 por ciento para adelante, pero hay que dejar chance también a las probabilidades) de que, con los hombres con los que me toparía de ahora en adelante, éstos tendrían (tienen, me reafirmo hasta la actualidad) una clara manifestación gay que acentuaría aún más su particular atractivo. Cosa que, efectivamente ocurrió con el peculiar Matías.

Lo conocí cuando cumplí veintitrés años y si mal no recuerdo, él era cinco o seis años menor que yo. Para ese entonces, obviamente yo ya tenía mucho más claras las cosas e incluso ya me había aventurado a cometer algunas travesurillas sexuales que -vale la pena señalar- las comencé a perpetrar tardíamente ya bien entradito en las veinte primaveras. Y como suele ser recurrente en estos casos, el chatín éste (una peculiaridad más a su encanto personal) no tenía ni la más puta idea de mi existencia en las clases de preparación pre-univesitaria que llevábamos juntos. Y a diferencia de los casos anteriores, a Matías sí podría clasificarlo como un muchacho simpaticón y carismático. No era la gran cosa físicamente hablando (flaco y más bajo que yo, pero sin llegar a horrorosos extremos) mas sí, hay que admitirlo: el condenado éste tenía su gracia. Gracia que pensándolo bien, hasta el día de hoy, al parecer, no ha sabido aprovechar. Y que de animarse a hacerlo, bien podría llevarlo mucho más lejos de donde se encuentra ahora. Pero bueno, ese es otro cantar.

Lo cierto es que, pasado unos meses de estudiar juntos y sin haber entablado alguna conversación anteriormente, la casualidad nos dio la oportunidad de romper el hielo y platicar frente a frente por primera vez. Con un diálogo absurdo, dicho sea de paso, pero muy valioso a fin de cuentas, pues fue fundamental para conseguir un acercamiento con Matías y que -valgan verdades- luego de un mes manteniéndolo como un sueño largamente acariciado, por fin se hacía realidad.

Luego de esa primera conversación, de pronto y de la noche a la mañana, ya nos encontrábamos saludándonos en los pasillos de la academia, conversando con otros compañeros de clase en común y bueno... todo hubiese acabado allí (pues la verdad no tenía muchas aspiraciones con él) de no ser porque un buen día, después de las clases diarias, luego de recorrer una considerable cantidad de cuadras para tomar el bus que me llevase de nuevo a casa, tal y como solía hacerlo todos los días, de pronto me doy con la sorpresa de que el condenado chaparro ¡...había estado siguiéndome! Y luego de tal sorpresa (por parte de ambos) de hallarnos ante tan extrañas circunstancias, Mati entonces atinó a acercárseme más y con una nerviosa sonrisa, toma de pronto la palabra y me pregunta si le permitía seguir acompañándome (¡!).

La sorpresa para mí fue obviamente positiva. Hasta hace unos meses este muchacho apenas sabía de mi existencia. Y de pronto ahora le daba por seguirme hasta mi paradero de bus. ¿Era todo esto "normal"? Cierto que el muchacho me gustaba, pero la verdad no se me había cruzado en la sesera (por lo menos hasta ese entonces) si alguna vez Mati se había fijado en mí. Aparte de que, cuando entré a estudiar en la academia, me había hecho el firme propósito de aprovechar el tiempo al máximo para ingresar a la universidad (en serio, aunque no lo crean), y en dichos planes no había espacio para fijarme y/o distraerme en hueveos con tipo alguno. Aparte de que me parecía una oportunidad extremadamente lejana el ligar con alguien del mismo centro de estudios, o peor aún, que precisamente el tipo que de una forma u otra llame mi atención sienta acaso una atracción llamémosle remotamente recíproca. Y si a eso le añadimos el factor de que por ese entonces ya comenzaba a fijar mi atención en hombres mas maduritos (de preferencia de 35 años en adelante), pues jamás me hubiese imaginado en babear por un mocosete menor que yo... mucho menos con características que en un primer momento no iban conmigo en lo absoluto (¿chato y delgado? Si por los que moría -muero hasta la fecha- era por los llenitos y más altos que yo).

En fin, volviendo a la escena de Mati y yo, preguntándome él con algo de pena si podía acompañarme el resto del camino y esperando seguramente que no lo rechace, pues obviamente que acepté gustoso su amable gesto. Es más, de pronto tenerlo así al lado mío, repentinamente me alegró la tarde. Y bueno, siempre me había gustado la idea de pasearme por las calles con un chico simpático al lado. Y dejándose de cosas, a pesar de todo, Matías lo era.

A partir de aquel momento, días van, días vienen, nuestra confianza comenzó a afianzarse cada vez más. Se volvió entonces una costumbre irnos juntos, solos él y yo (a veces con uno que otro impertinente compañero más, que a larga cuadras más abajo nos despedía) cada salida de clases a caminar por ahí y conversar de todo un poco. Por ese entonces en Lima se había desatado el boom de internet y la creciente fiebre comenzaba a manifestarse tímidamente en algunos locales que ofrecían sus servicios por hora a un costo medianamente razonable. Primero fui yo quien solitariamente descubría las bondades de tan curiosa y novedosa tecnología; luego convencí a Matías de enseñarle a navegar en los ciber, abrir su propio correo electrónico y visitar las paginas de chat que por aquella época eran la locura y motivo fundamental de que tanto mocoso se quedara pegado horas de horas al vicio de la red.

No recuerdo hasta ese momento haberme sentido "enamorado" de Matías, pero tampoco había necesidad de preguntármelo. Era clarísimo que me encantaba estar a su lado y al parecer él también disfrutaba de estar al lado mío ¿Qué de malo podría haber entonces en que compartiéramos algún tiempo juntos, o que le ayudase a manejar herramientas como internet? La verdad hasta ese instante nunca vi amenazada nuestra amistad, todo lo contrario. Quizás a partir de ese momento me percaté de que me había convertido en uno de sus compañeros más frecuentes tanto en clase como fuera de ella, ya sea a la hora de salida o viajando en el mismo bus y bueno... Tampoco es que quisiera estar con él tooooodo el tiempo, ni tampoco aspiraba a llegar a algo más (sentimentalmente hablando, claro está). La cosa era bien sencilla, disfrutar juntos estos momentos que sin proponérnoslo se presentaban y si en algún momento las cosas apuntasen a algo más, pues bienvenido sea. Y si no, pues normal, no habría por qué lamentarlo.

Para cuando acabamos nuestros estudios en la academia todo parecía indicar que ya no nos volveríamos a encontrar. Claro, siempre habría la remota esperanza de volver a contactarnos por e-mail (¡bendito internet!) o por teléfono (aunque este medio sí resultaba algo faltoso). Y nada, haberse dado el gusto de haber compartido el tiempo con alguien simpático con quien me había llevado de maravillas. Pero había un detalle con el cual no contaba y que sería crucial durante los próximos meses.

Para el próximo semestre decidí cambiar de academia y opté por un medio más "seguro" para ingresar a la universidad. Todo indicaba que estudiaría en un centro pre-universitario, mas quiso la casualidad que precisamente Matías también apuntase a lo mismo. Y grande fue mi sorpresa cuando ambos nos enteramos que estudiaríamos otros seis meses más, juntos y en el mismo complejo pre universitario el mismo día de nuestras inscripción ¿El destino? ¿Casualidad? ¿Consecuencia lógica?

No. Por esos años no era tan paranoico como para pensar de que quizás Matías había decidido estudiar en el mismo sitio que yo, sólo para seguirme los pasos y no separarse de mí. Además, para ese entonces jamás se me había ocurrido fijarme en él como algo más que un simple amigo, aunque reconozco que me gustaba. Y la verdad, pasé por alto cualquier idea sin fundamento que quizás podría habérseme ocurrido de haberle seguido dando vueltas al asunto (¡quién me viera y quién me ve!). El asunto era simple, uno de los amigos con los cuales mejor me llevaba el ciclo anterior en la otra academia, ahora estaría estudiando conmigo, en el mismo centro pre-universitario los próximos meses ¿qué de malo podría ocurrir entonces si hasta ahora nunca habíamos tenido problema alguno?

Sí, hasta ahora.

Para cuando comenzamos a estudiar en el centro pre, la cosa se había puesto más dura. Ya no disponíamos de mucho tiempo libre como para escaparnos a la salida juntos y vagar por ahí. El ritmo de trabajo de este sitio era más exigente, pues cada cierto tiempo en este lugar se tomaban exámenes de puntaje acumulativo (amén de las pruebas diarias) que es tomado en cuenta en resultados finales para ingresar o no la facultad a la cual se postula (quienes han estado en un sitio de estos, sabrán a lo que me refiero). Y toda esta agobiante rutina arrastraba consigo el consecuente stress (huachafa palabra, pero de alguna forma hay que llamarlo) que a más de uno afectaba los ánimos.

No detallaré la horrorosa experiencia que puede ser el vivir una rutina diaria como ésa y estar expectante -por ejemplo- de los resultados de las evaluaciones publicados en el patio principal a vista y paciencia de todo el mundo (para muchos -me incluyo- era algo terrible revisar sus notas y ver que fulanito o menganito había sacado un mejor/menor resultado que uno). Definitivamente era algo que te afecta, te jode el día, la semana, el mes... Y si a todo ello le sumamos la eterna presión de sacar como sea los mejores resultados para no perder la oportunidad de ganar una vacante, pues no siempre me acompañaba el mejor de los humores a la hora de ir todos los días para allá.

Resumiendo: si los días en la academia eran un sueño, pues estos días en la pre eran una pesadilla. Una tortuosa pesadilla diaria.

Todos estos acontecimientos mellaron mi actitud en ese entonces. Con un poco de suerte, apenas podía disponer de algo de tiempo para encontrarme con Mati, saludarlo y preguntarle qué ondas, pero... ¿Cómo? ¿Ahora el niño tenía varios amigos con cuales conversar y apenas se daba el tiempo siquiera para decirme "hola"? Bueno, en una situación tan stressante, no había nada de extraordinario que ahora se hubiese vuelto de pronto más sociable con el resto. Pero... lo que sí no me cuadró fue que de pronto, tan de la noche a la mañana, el buen Mati se las hubiese ingeniado en encontrarse una "amiguita" especial a quien engreír y hacer especiales mimos.

De pronto dejó de importarme todo. Y la verdad, creo que fui muy temerario al hacer notar (muy sutilmente, dicho sea de paso) mi incomodidad respecto a su actitud tan afable con la tipa que andaba tan enfrascado últimamente. Luego de ingeniármelas y asegurarme de que con la susodicha no pretendía absolutamente nada más que una simple amistad (al menos eso decía él), no podía contener mis impulsivos -muy privados, eso sí- ataques de celos. Sentía rabia que de pronto Mati me hubiese dejado de lado y por una chica digamos poco agraciada. Después de todo lo que pasamos juntos, la confianza que en algún momento pensé que había sembrado en él. Y no sólo eso. Tal parecía que mi cambio de actitud (debido a las rutinas estudiantiles y a su insólita conducta straight) lo había afectado de tal forma que poco a poco prefirió mantenerse cada vez más distanciado de mí. Ello no hizo más que acrecentar mi ira y despreciarlo tan profundamente... pero con la misma intensidad de querer tenerlo al lado mío y que me prodigase las mismas atenciones que tan primorosamente gastaba en otros (particularmente en "otra") y que hoy por hoy tan infamemente me negaba.

Creo que a partir de ese momento hasta la fecha, las cosas entre ambos cambiaron dramáticamente. Sencillamente Mati dejó de hablarme cada vez más. Al punto que cada vez que nos encontrábamos a la salida de estudiar, mientras los nervios hacían presa de mí ("sé que volverán mis dos piernas a temblar, mis dos piernas temblarán..."), él por su parte ni bien me veía a lo lejos, seguramente lamentaría su suerte al tener que cruzarse necesariamente conmigo. Y en más de una ocasión, sin lugar a dudas habrá huído del camino como alma que lleva el diablo.

A la fecha, mucha gente afirma que soy algo celoso y la verdad no pongo mis manos al fuego cuando paso por arranques como esos. Mucho menos creo tener la habilidad absoluta de poder disimular estas emociones tan fácilmente. Pienso que de ello algo se habrá dado cuenta Mati, de ahí que su distanciamiento conmigo haya resultado cada vez más profundo. Lamentablemente.

Hubo muchas peleas y reconciliaciones entre ambos durante aquel periodo semestral, huelga detallar todos y cada uno con los que nos topamos en el camino. Desafortunadamente para el final de clases, perdí la excelente oportunidad de poder despedirme de él, tal y como se merecía. Pues a pesar de todas estas eventualidades que vivimos, aún recordaba entrañablemente y con mucho cariño todos los buenos momentos que alguna vez pasamos juntos y que precisamente estos últimos malos ratos que atravesamos -aunque suene extraño decirlo- nos sirvieran de experiencia para afianzar en algún momento nuestra curiosa relación que, con un poco de coraje (de su parte) y de comprensión (por el mío), bien pudo haber llegado a buen puerto.

Mas lo que nunca imaginé, ocurrió cuando -tiempo después y sin proponérnoslo casi-, vivimos juntos una noche muy especial...

____________________________________________

Fuera de Contexto
Sólo para comentarles que el acceso al blog Un Día Es Un Día figura en la columna de linkeados. Quienes quieran seguir visitándolo, allí encontrarán el enlace o bien pueden ubicarlo en mi profile de blogger.

Un abrazo a todos y nos seguimos leyendo...

domingo, julio 31, 2005

Hombres ( I )

Foto película "Cachorro" (2004), cortesía Manga Films

Desde que el mundo es mundo, mucho se ha escrito sobre las mujeres. Ejemplos sobran: existen desde los medievalmente artísticos hasta los arriesgadamente modernos. Faltaría espacio quizás en señalar alguna que otra ejemplar cita que nos ayude a descifrar el tantas veces llamado complejo y misterioso universo de la mujer.

Viendo más fácilmente desde nuestro presente, tratar de catalogar al tipo de mujeres con las cuales nos topamos durante nuestra efímera existencia no es tarea fácil (queda para el recuerdo la impecable prosa del flaco Joaquín Sabina en "Mujeres Fatal"). Y ni hablar del otro extremo lleno de ejemplos deleznables (sin ir muy lejos, pregúntale a Arjona y su desembozado ¿homenaje? "Mujeres", tan conmovedor como una patada a los ovarios).

Pero ¿y que me dicen de los hombres? ¿Acaso somos tan fáciles, sencillos, menos complicados o poco misteriosos como para jactarnos de ello? Pues me atrevería a decir que no. Y es curioso que existan pocas referencias, tratados o incluso canciones que se atrevan siquiera a hablar del no menos confuso mundo masculino. Paradójicamente cierto, aunque me encuentre casi absolutamente seguro de que por cada mujer catalogada por el común de caballeros como "complicada", existe un varón con las mismas características, locuras, misterios y demás mitos-realidades que éste arrastre consigo (hasta me atrevería a afirmar que existen dos o más por cada fémina, pero bueno...).

Tratar de comprender a un hombre no es tarea fácil. Lo es sí, llamar su atención, acercársele, ser su amigo e incluso convertirte en su confidente más cercano. Más los problemas comienzan cuando precisamente, deseas continuar ser ese alguien especial para él... sobre todo cuando comprendes que el impulso que te empuja a dicho acercamiento es algo más que una simple y sencilla amistad.

Por un curioso designio del destino, un buen y lejano día descubrí que los hombres me atraían mucho más intensamente que las mujeres. Peliaguda decisión admitir tamaña declaración (créanme, cuesta tiempo) y que no viene al caso detallar en este momento. El quid del asunto comienza cuando luego de comprender mi realidad, asumo el consecuente reto de encauzar mi destino junto a algún otro individuo con quien compartir afinidades y sentimientos en el campo afectivo. Reto más peliagudo aún, pues en ese ámbito tal parece que la buena fortuna no ha estado de mi parte al cien por ciento. Y es que en toda mi vida, habré puesto mis ojos en hombres (¡y de qué tipo!) que de una u otra forma consideré en su momento que valían la pena. Claro, todo ello de acuerdo a las circunstancias y etapas (considérese sobretodo el alocado e imprudente período adolescente). Y a decir verdad, en tales oportunidades, obtuve poco o nulo éxito. ¿Tendrá ello que ver quizás con el misterio que encierra comprender el mundo masculino en su completa cabalidad? Quién sabe. A lo mejor, examinar estos casos colocándolos bajo el microscopio ayude a entender un poco el problema y tratar de descifrar un poquito tan velado secreto que encierra comprender cabalmente a un hombre (incluyéndome obviamente, claro está). Bueno pues, bajo un estricto orden cronológico comencemos a analizarlos, caso por caso.


Caso 1: Manolito (y su Re-Bruto)

Lo conocí en la secundaria, cuando ambos apenas frisábamos los doce años. Era una cosa bien rara, pues hasta ese momento nunca antes había sentido algo así por alguien de mi mismo sexo. Hasta ese entonces, era harto conocido en mi modesta "vida pública" que moría por cierta niñita algo simpaticona que años atrás había conocido en la escuela primaria. Con todo ello, igual ocurrió y un buen día me di cuenta que me encantaba estar al lado del susodicho Manolito. Lo raro del asunto es que el tipo no se caracterizaba por ser precisamente un estuche de monerías. Ni muy simpático, ni muy feo (aunque pensándolo bien, creo que tiraba más para esto último). Y bueno, como suele ocurrir en estos casos, no me detuve hasta convertirme en uno de sus amigos más cercanos en el aula, aunque jamás se me ocurrió por la cabeza entablar con él algo más que una simple y curiosa amistad (¿homosexual yo? ¡Nooooo....! típico pensamiento-escudo de ese entonces que nos auto-repetimos para borrar cualquier indicio de culpabilidad y cuidarnos de hacer algo "anormal"). De lo que sí estaba seguro era de que me encantaba estar a su lado y que de allí, no me detendría hasta ser su mejor amigo absoluto, que me llevase a conocer su casa, a su familia y disfrutar junto a él todo el tiempo posible (cosa que obviamente, no pude conseguir).

La cosa se puso enredada cuando al año siguiente tuvimos un nuevo compañero en clase. Un tipo que no me llamaba para nada la atención (por el contrario, antipático como él solo), pero que desafortunadamente SÍ interesaba a mi endiosado Manolito. De pronto y sin mucho esfuerzo (al menos no tanto como el que hice yo para ganar su atención) el Antipático logró arrebatarme el interés de Manolito. Y no sólo eso, de pronto mi platónico idilio y el pesado éste se volvieron una suerte de Dúo Dinámico. Inseparables como ellos solos, es decir uña y mugre... dejándome con ello obviamente de lado. Encima de todo, en más de una ocasión el Antipático le jugaba bromas tan pesadas al estúpido de Manolito sin que ello menguase para nada la "excelente" relación llevada por ambos. El asunto es que dicha situación me deprimió, sobre todo porque a pesar de todo, Manolito parecía gozar mucho más de la compañía de su antipático nuevo compañero que de la mía. ¿Qué coño le podía ofrecer este imbecil, que yo no le hubiese dado hasta ese momento?, pensaba una y otra vez. Y muy frustradamente, bajo esa premisa comencé a odiar a Manolito. Mucho más a su Antipático amigo por ser un reverendo idiota (cosa que hasta la fecha, sigo pensando que lo es). Pero sobretodo odiaba más la situación de ser quien definitivamente perdía todo: soga y cabra, tan fácilmente... Y todo por alguien que realmente no valía la pena.

De toda esta historia, lo máximo que pude lograr fue que ese mismo año, convenciese a Manolito de que visitase mi casa (en una encuentro relámpago) pero por una triste y dolorosa razón. Esa misma mañana, el Antipático no había asistido a clases y al buen Manolín le intrigaba qué podía haberle ocurrido a su amigo del alma. Estúpidamente yo, le ofrecí entonces que saliendo de clases podríamos visitarlo, pues el Antipático vivía a unas pocas casas de la mía (¿olvidé mencionar ese detalle? Horroroso ¿verdad?). Y contra todo pronóstico, Manolito aceptó.

No recuerdo a la fecha como ocurrieron las cosas, pero supongo que debí de sentirme muy feliz de tener viajando conmigo a mi idilio adolescente en el mismo bus y en el asiento de al lado. Me hubiese gustado presentarlo a mi familia cuando llegamos a mi casa, pero resultó que Manolito era muy tímido y -sobretodo- la razón principal que lo traía de tan lejos (pues él y yo vivíamos en las antípodas) realmente era conocer la casa de su "amigo" ausente y fastidiarlo un rato (pues por algo se había dado el trabajo de venir de tan lejos ¿no?).

Y bueno, la historia con este niño acabó cuando, luego de dos años de estudiar juntos en el mismo colegio (el primero, la gloria... el segundo, el infierno), mi interés no correspondido acabó cuando mudé de centro educativo y sin previo aviso dejé todo, no sin algo de dolor en el corazón. Sobre todo porque dejaba el campo libre a ese burdo personajillo (es decir, al Antipático) del cual nunca entendí por qué había granjeado tan fácilmente la atención de Manolito, si hasta el último momento en que pude verlos juntos, éste no dejaba de tratarlo como un mentecato más (¡ganaste, basura!). Y bueno, bastaron unos cuantos meses para olvidarme definitivamente de él. Sobre todo cuando en la nueva escuela a la que me cambié conocí nada más ni nada menos que a...


Caso 2: El Último de los Juanínes

Cuando lo conocí, las circunstancias estaban a mi favor. Ambos ese mismo año, nos aproximábamos a los catorce años y éramos nuevos no sólo en la escuela, sino también en el mismo salón. Cosa que aproveché raudamente para acercármele y ganar su confianza y amistad.

Tampoco es que fuera un adonis o alguien que deslumbrara espectacularmente por su atractivo físico. Sin embargo Juanín tenía ese algo que llamaba poderosamente mi atención (y no sólo a mí, como descubrí tiempo después). Mas, en la atracción que me despertaba también jugaba un rol importante el aspecto sexual (cosa que no ocurrió mucho con Manolito, por ejemplo). Era inevitable no deleitarme observándolo de pies a cabeza cuando se encontraba a cierta distancia mía. Ya sea mientras jugaba sus pichanguitas de fútbol a la hora de recreo, o verlo saltar y ejercitarse en esos benditos pantalones de educación física (curiosamente, no lo recuerdo mucho en shorts) y que día a día despertaba en mí un cada-vez-menos-desconocido morbo, acrecentándolo más y más.

Obvio que por previas experiencias en estos menesteres, decidí mantener un perfil bajo en esta particular relación amical. Opté pues por mantener un status de cercanos amigos de aula, tratándolo como uno más de la muchachada y evitando preferentemente un contacto algo más cercano con él (pues yo no hubiese tolerado otro cruel rechazo en tan poco tiempo). Aunque valgan verdades, creo que a Juanín tampoco le pareció buena la idea de juntarse preferentemente conmigo más que con otros compañeros de clase. Me hubiese gustado ganarme su confianza y ser uno de los más allegados en su entorno, pero bueno... la imagen de duro que quizás él optó por tomar para ganar cierta reputación entre los demás compañeros lo volvía una tarea casi imposible. Preferí entonces mantener un oculto apasionamiento por Juanín y resignarme a verlo de lejos, pero con el invaluable premio consuelo de contemplar su cuerpo que despertaba mis -cada vez más- candentes fantasías eróticas (¡y vaya que lo eran!).

Con todos esos inconvenientes a cuestas, comprenderán entonces que de antemano la batalla para ganarme al bendito Juanín estaba marcada por la derrota, pues éste nunca demostró ser tan blando como para ganarse un "amigo especial" y mucho menos andar con él de un sitio para otro. Pienso que jamás le interesó tal cosa, a pesar de que si se hubiesen dado las circunstancias y me lo hubiese pedido, tonto sería de no haber aceptado. La cosa se puso fea cuando un mal día me enteré por boca suya, que desafortunadamente comenzaba a interesarle una tipa por la que los otros mañosones de nuestro salón (y de otros) también alucinaban. Una chica que según comentaban los inculpados, se manejaba una interesante anatomía (la verdad, no podría dar fe de ello) pero que -admitámoslo- no resultaba tan bonita y era casi nada carismática.

Y ni que decir, cuando poco tiempo después, una compañerita de aula que -para variar- en algún momento intenté afanar (¡¡¡¿¿¿ Whaaaat....???!!!), me confesó muy ruborizada ella, que moría porque Juanín fijara también su atención en ella. Carajo, sí que el tipo está recontra pedido, pensé. Y lo más triste de todo era comprobar que el condenado Juanín sólo tenía ojos para una sola tipa: la condenada esa del buen cuerpo. No importaba que ella lo hubiese desairado -en público y privado- en más de una ocasión. Igual para él, su atención sólo merecía la pena fijarla en ella. Y viendo estos hechos a la distancia de los años en la actualidad, creo que su deseo por la tipa ésta, bien podría equipararse al mismo deseo que sentía yo por él. Dudo mucho que en ese interés existiese algún sentimiento de por medio en Juanín, ni mucho menos. Sólo las ganas que sentía por tenerla cerca (no sólo él) y en algún afortunado/furtivo momento explorar su anatomía cada vez con mayor vehemencia. Tal y como yo me sentía cada vez que veía a él aproximarse hacia mí y desear tenerlo cada vez más cerca, con su ropa tan exquisitamente entallada y por qué no... tenerlo desnudo frente a mí para obsequiarle lo mejor de mis caricias y expresarle mis candentes deseos en fuertes abrazos, besos apasionados y otras actividades que ya pueden estar ustedes maliciosamente adivinando.

La cosa no duró mucho. Al año siguiente nos separaron de aula y por ende la relación amical también se vio afectada. Aún así hubiese querido que fuese lo contrario, habían pocas oportunidades para verlo o siquiera intercambiar palabras. Además, tales ocasiones sólo daban cabida a fríos y rápidos apretones de manos o saludos a lo lejos que no daban tiempo para más. Así estaban las cosas y prácticamente se podría decir que luego de ese único año que llevamos juntos en el mismo aula, no volví a saber más de él. Salvo que acabado el colegio viajó a provincia, muy lejos de la capital a la tierra de sus padres y que era más que probable que radicara definitivamente por allá.

Por cosas de la vida, hace algunas semanas atrás, mientras esperaba el bus que me llevase rumbo a la universidad, me encontré en el paradero con un tipo que me parecía extrañamente familiar. Bastó acercármele un poco más para que éste notara mi presencia y reconociese inmediatamente. Cuando me sonrió y pude verlo directamente a los ojos, me sorprendí. Era Juanín, quien también estaba sorprendido de verme, casi catorce años después. A grosso modo, pudo contarme que ya había terminado de estudiar en la universidad y que había vuelto a Lima para trabajar en su carrera. Pude observar que los años habían menguado en algo su aspecto. Se le veía algo agotado, ya maduro y con un incipiente bigote sobre los labios. Y mientras lo contemplaba así, frente a frente, trataba yo de escudriñar en sus actuales rasgos a los de aquel muchachito por el cual más de una jovencita del colegio se moría por tener como enamorado. Y sí pues, ahora se le veía menos guapo que antes.

No me atreví a preguntarle si continuaba soltero o si ya tenía familia, pues no quise llevarme una decepción tan temprano esa mañana (algo me decía que el castigado paso de los años por su faz no era en balde). Y mientras se despedía al ver que su bus llegaba a nuestro paradero, me preguntaba hasta ese instante qué cosa pude ver yo antaño a Juanín alguna vez como para haberlo deseado tan ardientemente durante mi impetuosa adolescencia. Para cuando el vehículo volvió a partir comprendí el motivo: un voluptuoso y bien moldeado trasero se avizoraba en el pantalón que llevaba puesto en ese momento (confeccionado por su madre seguramente) mientras de espaldas, su figura se alejaba cada vez más de mí y las imprudentes portezuelas del bus comenzaban a ocultar obcecadamente el estupendo regalo visual divisado aquella mañana.

domingo, julio 17, 2005

I Want You


Hola Pequeño:

Han pasado exactamente treinta días desde la última vez que tú y yo conversamos por messenger. ¿Y sabes por qué no te he escrito durante todo este tiempo? Bueno pues, entre otras cosas porque precisamente en muchas de nuestras consabidas y peculiares coyunturas, alguna vez me comentaste que varios de los emails que te enviaba te resultaban tan stressantes que optabas sencillamente por eliminarlos antes de abrirlos. Cualidad que seguramente intuirás, jamás he podido alcanzar.

¿Sabes? Todos tus emails me parecen tan sagrados -así te suene estúpido que te lo diga de esta forma- que creo los conservo todos. O casi todos los que me has enviado hasta la fecha, debidamente ordenados y encarpetados en alguna parte de mi correo personal. Y no sólo eso. También guardo algunos chats que hemos sostenido a lo largo de estos tres años que te conozco (¡cómo pasa el tiempo!) y una que otra copia de los "stressantes" mails que te envié en más de una oportunidad. Te preguntarás seguramente por qué sigo haciéndolo. La verdad, no lo sé. Quizás porque de cuando en cuando me gusta revisar las cosas tan deliciosamente risueñas que solías escribirme hasta no hace mucho y que jamás dejé de hacerte saber que salvaban mis días, haciéndome sentir inmensamente feliz. Más aún cuando en algunas ocasiones, tales mensajes abrigaban la inquieta esperanza de pactar un ansiado encuentro entre los dos lo más pronto posible. Y fue entonces, gracias a ti, cuando comprendí que un hombre verdaderamente se enamora a partir de los veinticinco años.

Exactamente treinta días han pasado desde que hablamos -vía messenger, para variar- por última vez. Paradójicamente en esa ocasión, horas antes de cerrar tu sesión, logré arrancarte la confesión de que estos últimos meses también me habías extrañado y que anhelabas que las cosas volvieran a ser como antes. Prefiero no pensar que respondiste así sólo por compromiso, sino porque sinceramente tenías ganas de hacérmelo saber y te interesaba saber por mí o qué cosas estarían ocurriendo conmigo durante estos últimos meses. Después de todo, no volvernos a ver luego de la última vez -a finales de febrero de este año-, no ha sido tan fácil de sobrellevar, pequeño. Al menos no para mí.

¿Sabes? Si te sirve de consuelo, te diré que sí, que siempre te tuve en cuenta durante todo este tiempo. De cuando en cuando te mandaba uno que otro mail para que no olvidaras de que existo. De que, de una u otra forma, mi mente y mi corazón siempre estaban puestos en ti y viajaban las veinticuatro horas a donde fueras. Desde que saltabas de la cama para irte a la universidad, o mientras viajabas -solo, seguramente- sin nadie con quien hablar en el bus que te llevase de regreso a casa. O también cuando, por esas cosas que sólo ocurren en las universidades, te encontrases en medio de una engorrosa reunión con compañeros de tu facultad y que en el fondo, lo que realmente querías hacer era largarte de allí. Pero, con todo el tiempo que te conozco, dudo que te hayas encontrado en un situación así. Todo lo contrario. Amas las reuniones con aquellos a quienes gustas llamar amigos en tu facultad. Sé que darías todo por agradarles, porque ellos te tomasen en cuenta cada vez más. Y porque noten también que eres un chico normal que tarde o temprano no tardará en conseguir enamorada.

Ay pequeño. En la mejor época de nuestra estadía juntos, tu presencia iluminó mi espíritu al punto de que hacías que brotaran de mí, palabras bañadas de una insólita sabiduría. Como por ejemplo, cuando te decía que lo que verdaderamente contaba ver en las personas era su interior. De que, seas como seas, quienes te quieran de verdad, te aceptarán y sin remilgos tal cual eres. De que a tu corta edad, el cigarro sólo te hacía ver lo débil y dependiente que podías llegar a ser -entre otras razones- por causa de agradar a unos cuantos. Y todo tan sólo para ser aceptado por gente que muy probablemente no valdría la pena siquiera tomar en cuenta para un relativo acercamiento. Te lo dije y repetí un sinfín de veces. De que me gustabas tal como eres y que no me interesaba cambiar en ti un solo pelo (previa aclaración "evitando malas interpretaciones" para tranquilidad tuya). De que me sentía más que orgulloso de caminar contigo por las calles. De que cuando me tomabas en cuenta para compartirme tus cosas no sólo me enternecías, sino que además me invadía una inmensa y desconocida dicha en el alma; y cuando ocurrentemente me agradecías por comprenderte, en medio de la vía pública, con un tierno y emotivo arranque de sinceridad, y simultáneamente uno de tus brazos rodeaban mis hombros, apegándome vigorosamente a ti. O mejor aún, cuando en otras ocasiones, me pedías que te abrazase fuertemente. Con ternura. Con cariño. Con respeto. Y por lo bajo, alguna vez presumí que, también con amor.

Un mes, pequeño. Más de treinta días sin saber de ti. No quiero imaginármelo, pero intuyo que debes de odiarme. Pensarás seguramente que soy de lo peor, que abusé de tu confianza, de que soy un maldito pervertido, de que hoy por hoy, mi recuerdo solo te provoca nauseas. Imagino eso y muchas cosas más porque -vueltas que da la vida- alguna vez, más o menos a tu edad, pasé por la misma situación que tú. Aunque claro, lo mío fue más crítico. Pero no viene al caso comentar lo que me ocurrió hace más de diez años. Me encantaría saber sí, qué cosa estará pasando contigo en estos momentos. Aunque también me da miedo enterarme. Analizando fríamente las cosas, lo peor que puede pasar después de todo esto, es que sencillamente des vuelta a la página y no quieras saber ya nunca más sobre mí. Es más, ya me hice la idea de eso buen tiempo ya. Pero créeme, "me cuesta tanto olvidarte".

¿Sabes como he celebrado este mes de mantenernos oficialmente incomunicados? No con una, sino con DOS fiestas a las que acabo de ir. Amigos y de los otros, que conocen mi problema, me han recomendado de que salga más seguido de casa. Que nada gano rumiando desesperanzas, que la vida sigue adelante. Que sería estúpido seguir guardando un involuntario luto el cual seguramente ni te interesa saber que estoy atravesando. Pero pequeño, esto no lo hago por ti. Es sólo que, sencillamente mi alma se encuentra así. Sola, triste, desencajada de este mundo. Y cada día o situación que vivo, me confirma con mucha más razón la idea de que no encontraré a nadie que se te parezca, siquiera remotamente.

Pero bueno, te decía que no pudo ocurrírseme mejor idea que celebrar mi alicaído espíritu en dos agasajos, a la sazón, celebrados en dos días consecutivos (¡vaya aguante! ¿no?). Por lo menos me hubiese gustado llevarte al primero de ellos, creo que te hubieras divertido algo. Aparte de que, me hubiera encantado presentarte a los chicos y chicas que estuvieron allí. Imagínate, aparecer allí, de pronto, delante de mis amigos, juntos el uno del otro. Y yo con el pecho henchido de mucho orgullo. Sobre todo porque, déjame decirte que tenerte al lado mío y en público nunca dejará de hacerme sentir así. Y eso lo sabes mejor que nadie.

Incluso en medio de la celebración, en un momento que decidí hacer un alto y tomé a bien descansar unos minutos, se me ocurrió imaginarte. Que de pronto, entrabas por la puerta principal de la casa y te sentabas al lado mío, sin que te llamase o hiciese señal alguna para que lo hagas. Tal y como casi siempre lo hacías cuando te invocaba con el pensamiento, sin siquiera mirarte a los ojos, pero con mi corazón y mi espíritu reclamando tu presencia, y tenerte al lado mío. Tú, feliz y risueño, como siempre. Y yo, contemplando sabiamente tus pequeños y preciosos ojos, tan expresivos, tan dulces y tan atentos cuando me querías decir algo. ¿Notabas tú cuando yo te observaba de tal manera que no podía evitar emocionarme, y disimulaba con una nerviosa sonrisa lo taradamente feliz que me ponía verte frente a mí, tan cerca, tan contento... contándome cosas que, obviamente a un amigo cualquiera le hubiese despertado más de una morbosa suspicacia, pero que sabías que a mí me halagaba harto harto y me convertía en el hombre más dichoso de este universo?

Y ni qué decir cuando mi vista se perdía en tu primorosa cabellera, que en más de una ocasión no podía contener los deseos de tocarla, perdiendo mis dedos en tus elaborados y ensortijados cabellos. O también cuando veía detenidamente tus rebosantes mejillas, ansiosas por ser besadas por algún privilegiado amor que aún no conoces y que me emocionaban profundamente, pues la profusa barba -convenientemente afeitada- que podía divisarte en ellas, en más de una ocasión aceleraban el pulso de mi ajetreado corazón e incitaba a seguir examinándote cada vez con mayor fruición. Como por ejemplo, cuando distinguía más arriba, tu amplia frente... sutil invitación a ser besada por unos labios que me desesperanzaba imaginar no serían los míos. O las vedadas golosinas que podían resultar esas masticables orejas tuyas, incitándome siempre a la más disparatada lascivia pública que jamás pude cometer. O tu níveo cuello, refrescado siempre bajo una generosa fragancia masculina que estremecía todos mis sentidos y hacía florecer en ellos los más contraproducentes deseos de amor, ternura, pasión y también decepción. O ver más debajo de tu excitante y profusa barba recién rasurada, los copiosos vellos que te asomaban tímidamente por la abertura de tu camiseta y que te avergonzaban mostrar, pero que eran una delicia para mi vista e imaginación contemplar y seguir extraviándome con ellos en febriles desvaríos. Tú, mostrándome tu velludo pecho y yo besándolo, abrazándote con profunda e infinita devoción. Porque no sólo tu cuerpo atormentaba mis deseos, pequeño. Sino también tu alma y corazón, que hasta cierto punto conocí y me confirmaba cada vez más, de que eras el hombre ideal con el cual yo quería vivir el privilegio de amar, mientras comprendía sabiamente que haber vivido durante más de veinticinco años, sólo y sin haber conocido antes lo que es el amor, bien había valido la pena esperar.

Así nuestra diferencia de edad sea un pequeño tropiezo apenas advertido en algún momento, ¿fue impedimento acaso para continuar frecuentándonos y seguir compartiendo encantadoras vivencias a lo largo de estos tres años? Sin ir muy lejos, ¿acaso fue impedimento la más notoria barrera de la edad en la conocida historia de amor de un reputado político de estos lares y su jovencísima compañera, con quien mantenía una impúdica relación hasta hace poco? No sé si a ti se te pasó por la cabeza, pero más de una vez me sentí identificado con lo ocurrido con la vulnerada parejita en cuestión. ¿Recuerdas cuando ya alejados del país, a ellos les tomaron unas fotos en la playa, solos, los dos y departiendo un agradable momento juntos? Bueno, ¿acaso tú y yo no pasamos lo mismo en febrero de este año y nos largamos a un balneario al sur, lejos del mundanal ruido de la capital (y de algunas miradas curiosas para ti, pensándolo bien), solos, únicamente tú y yo? Claro, lamentablemente en tal oportunidad ninguno disponía de una cámara fotográfica para inmortalizar ese momento (y conste que la luché hasta el último momento para conseguirla), pero ¿qué hubiera pasado si algún indiscreto paparazzi nos hubiese fotografiado en aquella ocasión? En el caso de la popular pareja mencionada anteriormente, ninguna de las instantáneas revelaban alguna situación comprometedora. Pero ello no fue necesario para confirmar lo que efectivamente era evidente: que vivían un ya-no-tan furtivo romance. Mas, volviendo a lo nuestro ¿qué existía realmente entre tú y yo? ¿Alguna vez te lo preguntaste, pequeño? ¿Sinceramente? A fin de cuentas, las hipotéticas fotos de nuestro encuentro tampoco hubiesen revelado alguna sospechosa circunstancia, pero ¿por qué irnos solos, tú y yo? ¿Y tan lejos? ¿Cómo te hubiese caído el hecho de que nos hubiesen tomado algunas fotografías de ese encuentro? ¿Pasaste por alto lo que quizás sentiste por mí alguna vez y lo encaletaste bajo el rótulo de simple e inocente amistad? Preguntas que te dejo en el tintero y que quizás nunca obtengan respuesta.

Pero bueno pequeño, no deseo ir por las ramas. Hace un momento te contaba sobre una fiesta a la que fui hace unos días. ¿Y sabes? A pesar de que me había jurado a mí mismo no volver a hacerlo -por lo menos durante esa noche-, pues no pude evitar recordarte. Imaginé por algunos instantes qué cosa estarías haciendo, o si por lo menos te interesaba saber si yo la estaba pasando bien, luego de lo que ocurrió entre ambos. Y en medio de tanta algarabía, cuando por fin había atinado en volver a sonreír, me apenó comprender que desafortunadamente tú no estabas allí, conmigo, para disfrutarlo. O lo que era peor, que quizás ya no lo estarías nunca más. Hubiese llorado allí mismo, de no ser porque las lágrimas me las agotaste hace un año, cuando noche tras noche te recordaba y esperaba una llamada tuya para volver a sentirme feliz. No te lloré como en esas otras ocasiones, pero el sinsabor quedó conmigo. Y traté de exterminar de alguna forma esa nefasta sensación de mi cabeza, girando y vitoreando como un poseso All I ever wanted, all I ever needed is here in my arms... Words are very unnecessary, they can only do harm... ("Todo lo que quiero, todo lo que necesito, está aquí en mis brazos... Las palabras son innecesarias, ellas sólo pueden hacer daño...") o You shut your mouth. How can you say I go about things the wrong way? I am Human and I need to be loved, just like everybody else does... ("Cierra la boca. ¿Cómo puedes decir que hago las cosas mal? Soy humano y necesito ser amado, como todos los demás"). ¿Te suena familiar, pequeño? Lo que tantas veces hemos discutido, no resultó tan original a fin de cuentas. Y hasta pienso que tú deberías estar bailando estos temas con mucha mayor razón que yo.

Y bueno, luego de tratar de olvidar en algo mis penas y no contento con vivir los estragos de la fiesta anterior, decidí jugarme el repechaje la noche siguiente en otro dizque bailongo, realizado esta vez por una comunidad gay. Seguramente si te enterases que fui a una discoteca de ese tipo, terminarías por asquearte más y no querer saber nunca más sobre mí. No te culpo, pues la verdad allí la pasé muy mal. ¿Y sabes por qué fui? Porque supuestamente un tipo que lee el tarot por internet, me dijo que en dicha fiesta encontraría al que sería el amor de mi vida. Sí, seguramente debes estar cagándote de risa por tamaña ocurrencia. Y tienes razón, soy un estúpido por creer que en un lugar así, en donde campean los excesos (¡y qué excesos!) encontraría a alguien que remotamente pudiera suplirte. Figúrate. Yo en medio de tanta celebración libertina y observando cosas que no sé si te habrán pasado por la cabeza alguna vez (Por cierto ¿te imaginaste alguna vez que yo frecuentase lugares como esos? Francamente, yo tampoco). Por mi parte, te diré que no es la primera vez que asisto a espectáculos así. Y si esto me sirve como expiación, te diré que mi alicaído espíritu se sintió mucho más infeliz esa segunda noche. Ni me interesó bailar o tratar de divertirme, ni mucho intercambiar palabra alguna con los insoportables parroquianos del lugar. También recordé por qué me juré alguna vez no volver a asistir jamás a cuchitriles como esos. Porque al frecuentarlos anteriormente -obviamente mucho antes de que Dios me otorgara la dicha de conocerte-, éstos nunca llenaron a final de cuentas cierto vacío y desazón que vivía yo en determinada época de mi existencia; muy por el contrario terminaban por acrecentármelo aún más... Pero bueno, te contaba que hace mucho había dejado de visitar esos nauseabundos lugares, sobretodo porque luego de conocerte y tenerte a mi lado, me convertías en un alma tan pura, tan dichosa y tan... inexplicable de tratar de definir con simples palabras, que tendría que haber sido mil veces estúpido para seguir cayendo en el juego de visitar lupanares como esos, si contigo lo tenía todo y más.

En fin, luego de presenciar tan frenéticas como patéticas cópulas gay entre desconocidos que se jugaban la vida esa noche, la cereza que coronó la torta al largarme de tan indeseable lugar, ocurrió cuando de pronto me vi solo, en medio del negro y gélido manto de la madrugada, esperando el transporte que me llevase de regreso a casa. Y paradójicamente por momentos, compartiendo vereda con travestis que ofrecían su cuerpo al mejor postor y hasta cumplían osadamente su faena en medio de la vía pública, tal y como seguramente operarán allí todas las noches. Comprendí entonces que hay diferentes formas de ser infeliz y que probablemente no era el único hombre desdichado en medio de la lúgubre alborada.

Luego de vivir esta nefasta experiencia me gustaría decir que fuiste el principal responsable de que me atreviese a viajar a semejantes infiernos, cual Orfeo contemporáneo, dicha madrugada infame. Pero no sería justo culparte, ambos los sabemos bien. Más, a lo que quiero llegar con todo esto, es decirte que ni en el lugar más tranquilo o juerguero, ni en el más siniestro y disoluto, pude desligar tu recuerdo de mí, ni mucho menos hallar la felicidad que alguna vez en ti encontré.

¿Y sabes algo? Al tipo ese que me aconsejó -tarot mediante- que fuese a ésta nefasta fiestita gay, de cuando en cuando le consulto cosas por messenger. Y lo tengo como loco cada vez que le consulto por ti. Bueno, no me culpes; ya que no sé nada de ti, no escribes, ni mucho menos llamas a mi casa, pues lo menos que puedo hacer es preguntar con lo que más tenga a la mano para enterarme. Y entre las pocas cosas que le puedo arrancar al cibernético adivino, éste me implora que deje de pensar en ti, pues según dice, simplemente ya no te importo. Que lo mejor que puedo hacer es voltear la página y mirar otros horizontes. Que siempre me utilizaste y que lo último que haces en estos momentos es pensar en mí. Quizás tenga razón, pero la verdad no quiero creer eso. Tantas cosas que vivimos juntos, la alegría que vi dibujada en tus ojos cada vez que nos teníamos frente a frente ¿puede derrumbarse tan fácil y rápidamente de tu vida, sin más ni más? ¿Será que a lo mejor el único que le encontró magia y sentido a esta relación fui yo? ¿Es verdad que no te interesa en lo más mínimo saber ya sobre mí? ¿Tan fácil es desligarte de todos los lindos recuerdos que evocan nuestros reconfortantes encuentros? ¿Tan indolente puede ser tu alma al respecto?

Quizás ese sea un lado de ti que desconocía durante todo este tiempo. Pero a la luz de las evidencias es lo que has demostrado hasta el momento. Y la inconformidad que me provocaba tu conducta estos últimos meses, bien te la hice saber. Pero poco o nada hiciste para remediar esta situación, salvo justificar con enredadas disculpas tu falta de tiempo y disponibilidad para atenderme. Y tan frustrante me parecía esta situación, que durante todo un año te mendigué migajas de tu atención y comprensión e hice de todo para que así lo comprendieras. Huelga la verdad citar todas y cada una de las dolorosas ocasiones en que traté de ablandar tu reacia indolencia. Más, ante el cansancio y la resignación de comprender mi derrota, opté entonces por mantener un perfil bajo y tratar de hacer mi vida por mi cuenta, pues luego de un año de lidiar en este plan, era más que estúpido seguir lamentándome y llorando por no tenerte a mi lado en los momentos en que te consideraba más que necesario.

Y si pues, como nunca me decidí entonces por frecuentar a un tipo mucho mayor que yo y que por su edad algunas mentes despistadas confundían con mi padre. Cuando tu sustituto y yo comenzamos a salir, todo parecía ir bien, de maravillas. Nos gustábamos mucho (yo más a él, al parecer) y juraba que quizás de este modo, con el tiempo, por fin podría enterrar para siempre esa nefasto y doloroso sentimiento que implicaba el recordarte y no volver a tenerte nunca más. Pero bueno, nada es perfecto dicen. Tal parece que a fin de cuentas, al tipo en cuestión no le interesó tanto seguir esta relación y poco a poco fue desentendiéndose del asunto, al punto de que apenas nos veíamos. Tanto así que prácticamente tuve que rebajarme a pedirle varias veces por teléfono que se diera tiempo para continuar viéndonos. Y mientras él juraba y rejuraba que sus múltiples ocupaciones le impedían seguir frecuentándonos, lo cierto es que tampoco movía un ápice para que dicha situación cambiara. Mas bien, decía que sí, que también quería verme y que siguiéramos manteniendo contacto vía internet para coordinar una próxima cita. Pero el muy sinvergüenza me tuvo en este plan por dos meses, figúrate. Al final y luego de cuatro meses aproximadamente en esta curiosa relación (bueno, dos meses en realidad, pues los otros dos me tuvo en ascuas posponiendo perennemente una próxima cita que nunca ocurrió) acabé por mandarlo al carajo vía mail. Sí, lo mandé a la mierda, porque ya me tenía harto de que contase el mismo cuento todas las veces que me daba la puta manía de marcar su número y preguntarle cuándo sería la próxima vez que nos encontraríamos, pues había pasado n tiempo desde la última vez. Y colmó mi paciencia al igual que tú en algún momento, cuando me decías que lo que más te faltaba era tiempo y que lamentabas no poder estar a mi lado cuando más te necesitaba. Y me sentía más bajo que una mierda de perro en el pavimento, cuando luego descubría o me enteraba por terceros que la pasabas de lo más bien con tus amigos de la facultad. O el acabose que fue el día que conversamos por messenger la última vez, cuando me dijiste que no tenías tiempo para verme porque saldrías más tarde con unos tipos de tu universidad a conocer unas amiguitas. Eso fue lo más indolente que te oí decir durante todo este tiempo que te conozco.

No lo soporté, me volví loco de ira. Me dieron ganas de insultarte, mandarte al carajo y desearte lo peor. Y si te hubiese tenido al frente, me hubiese abalanzado fereozmente contra ti y quien sabe, con consecuencias que lamentar. Una cosa era clara, tú no comprendías un soberano carajo las cosas que he afrontado por ti, desde que te conozco. Las veces en que invertí parte de mi tiempo y dinero para estar junto a ti en los momentos que implorabas mi presencia y apoyo. Y presuroso yo, como si fuese parte de una emergencia o de un asunto de vida o muerte, dejaba TODO lo que me encontraba haciendo en ese momento, sólo para fijar mi atención única y exclusivamente en ti. Volaba entonces raudo a tu encuentro y trataba de calmarte con las más reconfortantes palabras, que las cosas saldrían mejor, que trataras de ver la vida de una forma más sosegada, que no tenías en absoluto culpa alguna de muchas cosas nefastas que te ocurrían en ese momento... en fin. No me arrepiento de haber hecho eso ¿sabes? Pero... ¿contarme tan frescamente que más te interesaba salir a encontrarte con tipitas corrientes, a sabiendas de que te necesitaba en uno de los momentos más críticos por los que me encontraba pasando? Pues, sencillamente no lo soporté.

Fue entonces cuando no aguanté más y te lo dije. Sabía que lo más probable era que estuviese partiendo a un punto del cual no había marcha atrás, que con esto cambiaría las cosas dramáticamente, que a lo mejor lo empeoraría todo. Pero ya no lo podía resistir más. Rompí el frágil hilo que separaba nuestra amistad del idílico amor que -equivocadamente quizás- comencé a profesarte secretamente tiempo atrás. Te digité entonces que no entendías absolutamente nada por lo que yo me encontraba pasando. Que eras un maldito indolente y que lo mejor era que no me molestases más, sobre todo porque existía un fuerte motivo para ello. Fue entonces cuando tomé absolutamente todo el endeble valor que aún me acompañaba en ese momento... para hacerte saber de una buena vez que me gustabas, no solamente como amigo, sino también como hombre.

Extraña declaración para un sentimiento tan idílico el que me inspirabas. Muchos en estos momentos concordaran seguramente en que no fue ni el momento ni el medio adecuado para soltar tan explosiva declaración. Tampoco hubo chance de escribir que a pesar de todas tus trastadas, aún sentía algo de amor por ti, o que desde hace buen tiempo te quería mucho más y mejor que a un simple amigo o hermano. Ni siquiera pude comentarte que despertabas en mí un sinfín de nobles sentimientos o algo por el estilo, pues ante la seca y -seguramente apabullante- confesión de digitar en mi teclado textualmente de que me gustabas, opté por la prudente alternativa de dejar que asimilases semejante noticia. Intuyo que en un primer momento te habrá parecido un chiste de mal gusto, que me equivoqué en escribir, que se cruzó el messenger o algo por el estilo. Pero luego de un instante, cuando te ratifiqué mi insólita declaración, lo más que pudiste hacer fue responderme con la lógica más comprensible del mundo: de que no se me ocurra volver a buscarte nunca más.

Luego de eso ya no hubo más respuestas. Sencillamente te fuiste y dejé de tener noticias tuyas hasta el día de hoy, que se cumple exactamente un mes en que tiré por la borda una preciosa, pero atormentada amistad. Y sólo por el hecho de ser lo más honesto posible contigo y tratar de no herirte bajo ninguna circunstancia. Luego de ese día, noté que tus emails sencillamente dejaron de existir. Y tus llamadas peor, pues esa candorosa costumbre de timbrar mi teléfono sólo para contarme cómo estás, la dejaste hace muchas lunas ya. La verdad, tampoco yo he intentado comunicarme contigo, por prudentes y comprensibles razones. La más fundamental de todas es porque temo que al responderme, me apuñales con la idea de que no vuelva a aparecer en tu vida nunca más, pero con palabras mucho más fuertes e hirientes. Y no tan sólo por su connotación, sino por su intención. Que no es otra que la de un joven al que quise (y quiero) mucho, al que de cuando en cuando recuerdo con mucho cariño y respeto. Y que además sigo extrañando, pero que, hoy por hoy quizás mantenga mi recuerdo como uno de los mas funestos que han cruzado por su vida. Y eso, pequeño, es muy doloroso para quien esto escribe. Por eso, prefiero seguir manteniendo un perfil bajo. Y por eso mismo, ten por seguro que este mensaje no llegará a tu bandeja de entrada. Prefiero enviarlo en una botella al mar virtual que acoge este blog y a sus eventuales visitantes. Y mientras eso sucede, optaré por ver y esperar qué pasará contigo. Quizás un buen día te animes a desbloquearme de tu messenger (pues obviamente, desde el mismo 17 de junio y en vista de las circunstancias, no tengo la más mínima duda que así has procedido) y podamos cruzar algunas palabras. Total ¿qué de malo podría haber en volver a chatear y saber cómo te encuentras? Bueno, eso ya depende de ti, pues como bien sabes, jamás te he presionado o comprometido a hacer algo en contra de tu voluntad.

Pero bueno, pequeño. A pesar de todo y aunque no lo creas, hay una cosa que me queda muy claro. Que a pesar de todo lo bueno o malo que hemos vivido durante estos últimos años desde que nos conocemos, pese a todos esos pleitos por los que tanto detestabas soportar, o los sinsabores que me dejaste en innumerables ocasiones, o las eternas discusiones sostenidas por messenger y que superábamos con otras tantas deliciosas reconciliaciones, o las muestras de cariño que aún recordabas en manifestarme... y miles de otros detalles más que sólo tú y yo comprendemos en su magnitud muy bien. Pues bien, pese a todo ello y más... aún tengo lugar, energía y tiempo para decirte algo muy importante y que no está de más, incluso el día de hoy. ¿Sabes qué cosa es? Pues que... con todo ello, te quiero.

Atte.

Mauricio