domingo, julio 31, 2005

Hombres ( I )

Foto película "Cachorro" (2004), cortesía Manga Films

Desde que el mundo es mundo, mucho se ha escrito sobre las mujeres. Ejemplos sobran: existen desde los medievalmente artísticos hasta los arriesgadamente modernos. Faltaría espacio quizás en señalar alguna que otra ejemplar cita que nos ayude a descifrar el tantas veces llamado complejo y misterioso universo de la mujer.

Viendo más fácilmente desde nuestro presente, tratar de catalogar al tipo de mujeres con las cuales nos topamos durante nuestra efímera existencia no es tarea fácil (queda para el recuerdo la impecable prosa del flaco Joaquín Sabina en "Mujeres Fatal"). Y ni hablar del otro extremo lleno de ejemplos deleznables (sin ir muy lejos, pregúntale a Arjona y su desembozado ¿homenaje? "Mujeres", tan conmovedor como una patada a los ovarios).

Pero ¿y que me dicen de los hombres? ¿Acaso somos tan fáciles, sencillos, menos complicados o poco misteriosos como para jactarnos de ello? Pues me atrevería a decir que no. Y es curioso que existan pocas referencias, tratados o incluso canciones que se atrevan siquiera a hablar del no menos confuso mundo masculino. Paradójicamente cierto, aunque me encuentre casi absolutamente seguro de que por cada mujer catalogada por el común de caballeros como "complicada", existe un varón con las mismas características, locuras, misterios y demás mitos-realidades que éste arrastre consigo (hasta me atrevería a afirmar que existen dos o más por cada fémina, pero bueno...).

Tratar de comprender a un hombre no es tarea fácil. Lo es sí, llamar su atención, acercársele, ser su amigo e incluso convertirte en su confidente más cercano. Más los problemas comienzan cuando precisamente, deseas continuar ser ese alguien especial para él... sobre todo cuando comprendes que el impulso que te empuja a dicho acercamiento es algo más que una simple y sencilla amistad.

Por un curioso designio del destino, un buen y lejano día descubrí que los hombres me atraían mucho más intensamente que las mujeres. Peliaguda decisión admitir tamaña declaración (créanme, cuesta tiempo) y que no viene al caso detallar en este momento. El quid del asunto comienza cuando luego de comprender mi realidad, asumo el consecuente reto de encauzar mi destino junto a algún otro individuo con quien compartir afinidades y sentimientos en el campo afectivo. Reto más peliagudo aún, pues en ese ámbito tal parece que la buena fortuna no ha estado de mi parte al cien por ciento. Y es que en toda mi vida, habré puesto mis ojos en hombres (¡y de qué tipo!) que de una u otra forma consideré en su momento que valían la pena. Claro, todo ello de acuerdo a las circunstancias y etapas (considérese sobretodo el alocado e imprudente período adolescente). Y a decir verdad, en tales oportunidades, obtuve poco o nulo éxito. ¿Tendrá ello que ver quizás con el misterio que encierra comprender el mundo masculino en su completa cabalidad? Quién sabe. A lo mejor, examinar estos casos colocándolos bajo el microscopio ayude a entender un poco el problema y tratar de descifrar un poquito tan velado secreto que encierra comprender cabalmente a un hombre (incluyéndome obviamente, claro está). Bueno pues, bajo un estricto orden cronológico comencemos a analizarlos, caso por caso.


Caso 1: Manolito (y su Re-Bruto)

Lo conocí en la secundaria, cuando ambos apenas frisábamos los doce años. Era una cosa bien rara, pues hasta ese momento nunca antes había sentido algo así por alguien de mi mismo sexo. Hasta ese entonces, era harto conocido en mi modesta "vida pública" que moría por cierta niñita algo simpaticona que años atrás había conocido en la escuela primaria. Con todo ello, igual ocurrió y un buen día me di cuenta que me encantaba estar al lado del susodicho Manolito. Lo raro del asunto es que el tipo no se caracterizaba por ser precisamente un estuche de monerías. Ni muy simpático, ni muy feo (aunque pensándolo bien, creo que tiraba más para esto último). Y bueno, como suele ocurrir en estos casos, no me detuve hasta convertirme en uno de sus amigos más cercanos en el aula, aunque jamás se me ocurrió por la cabeza entablar con él algo más que una simple y curiosa amistad (¿homosexual yo? ¡Nooooo....! típico pensamiento-escudo de ese entonces que nos auto-repetimos para borrar cualquier indicio de culpabilidad y cuidarnos de hacer algo "anormal"). De lo que sí estaba seguro era de que me encantaba estar a su lado y que de allí, no me detendría hasta ser su mejor amigo absoluto, que me llevase a conocer su casa, a su familia y disfrutar junto a él todo el tiempo posible (cosa que obviamente, no pude conseguir).

La cosa se puso enredada cuando al año siguiente tuvimos un nuevo compañero en clase. Un tipo que no me llamaba para nada la atención (por el contrario, antipático como él solo), pero que desafortunadamente SÍ interesaba a mi endiosado Manolito. De pronto y sin mucho esfuerzo (al menos no tanto como el que hice yo para ganar su atención) el Antipático logró arrebatarme el interés de Manolito. Y no sólo eso, de pronto mi platónico idilio y el pesado éste se volvieron una suerte de Dúo Dinámico. Inseparables como ellos solos, es decir uña y mugre... dejándome con ello obviamente de lado. Encima de todo, en más de una ocasión el Antipático le jugaba bromas tan pesadas al estúpido de Manolito sin que ello menguase para nada la "excelente" relación llevada por ambos. El asunto es que dicha situación me deprimió, sobre todo porque a pesar de todo, Manolito parecía gozar mucho más de la compañía de su antipático nuevo compañero que de la mía. ¿Qué coño le podía ofrecer este imbecil, que yo no le hubiese dado hasta ese momento?, pensaba una y otra vez. Y muy frustradamente, bajo esa premisa comencé a odiar a Manolito. Mucho más a su Antipático amigo por ser un reverendo idiota (cosa que hasta la fecha, sigo pensando que lo es). Pero sobretodo odiaba más la situación de ser quien definitivamente perdía todo: soga y cabra, tan fácilmente... Y todo por alguien que realmente no valía la pena.

De toda esta historia, lo máximo que pude lograr fue que ese mismo año, convenciese a Manolito de que visitase mi casa (en una encuentro relámpago) pero por una triste y dolorosa razón. Esa misma mañana, el Antipático no había asistido a clases y al buen Manolín le intrigaba qué podía haberle ocurrido a su amigo del alma. Estúpidamente yo, le ofrecí entonces que saliendo de clases podríamos visitarlo, pues el Antipático vivía a unas pocas casas de la mía (¿olvidé mencionar ese detalle? Horroroso ¿verdad?). Y contra todo pronóstico, Manolito aceptó.

No recuerdo a la fecha como ocurrieron las cosas, pero supongo que debí de sentirme muy feliz de tener viajando conmigo a mi idilio adolescente en el mismo bus y en el asiento de al lado. Me hubiese gustado presentarlo a mi familia cuando llegamos a mi casa, pero resultó que Manolito era muy tímido y -sobretodo- la razón principal que lo traía de tan lejos (pues él y yo vivíamos en las antípodas) realmente era conocer la casa de su "amigo" ausente y fastidiarlo un rato (pues por algo se había dado el trabajo de venir de tan lejos ¿no?).

Y bueno, la historia con este niño acabó cuando, luego de dos años de estudiar juntos en el mismo colegio (el primero, la gloria... el segundo, el infierno), mi interés no correspondido acabó cuando mudé de centro educativo y sin previo aviso dejé todo, no sin algo de dolor en el corazón. Sobre todo porque dejaba el campo libre a ese burdo personajillo (es decir, al Antipático) del cual nunca entendí por qué había granjeado tan fácilmente la atención de Manolito, si hasta el último momento en que pude verlos juntos, éste no dejaba de tratarlo como un mentecato más (¡ganaste, basura!). Y bueno, bastaron unos cuantos meses para olvidarme definitivamente de él. Sobre todo cuando en la nueva escuela a la que me cambié conocí nada más ni nada menos que a...


Caso 2: El Último de los Juanínes

Cuando lo conocí, las circunstancias estaban a mi favor. Ambos ese mismo año, nos aproximábamos a los catorce años y éramos nuevos no sólo en la escuela, sino también en el mismo salón. Cosa que aproveché raudamente para acercármele y ganar su confianza y amistad.

Tampoco es que fuera un adonis o alguien que deslumbrara espectacularmente por su atractivo físico. Sin embargo Juanín tenía ese algo que llamaba poderosamente mi atención (y no sólo a mí, como descubrí tiempo después). Mas, en la atracción que me despertaba también jugaba un rol importante el aspecto sexual (cosa que no ocurrió mucho con Manolito, por ejemplo). Era inevitable no deleitarme observándolo de pies a cabeza cuando se encontraba a cierta distancia mía. Ya sea mientras jugaba sus pichanguitas de fútbol a la hora de recreo, o verlo saltar y ejercitarse en esos benditos pantalones de educación física (curiosamente, no lo recuerdo mucho en shorts) y que día a día despertaba en mí un cada-vez-menos-desconocido morbo, acrecentándolo más y más.

Obvio que por previas experiencias en estos menesteres, decidí mantener un perfil bajo en esta particular relación amical. Opté pues por mantener un status de cercanos amigos de aula, tratándolo como uno más de la muchachada y evitando preferentemente un contacto algo más cercano con él (pues yo no hubiese tolerado otro cruel rechazo en tan poco tiempo). Aunque valgan verdades, creo que a Juanín tampoco le pareció buena la idea de juntarse preferentemente conmigo más que con otros compañeros de clase. Me hubiese gustado ganarme su confianza y ser uno de los más allegados en su entorno, pero bueno... la imagen de duro que quizás él optó por tomar para ganar cierta reputación entre los demás compañeros lo volvía una tarea casi imposible. Preferí entonces mantener un oculto apasionamiento por Juanín y resignarme a verlo de lejos, pero con el invaluable premio consuelo de contemplar su cuerpo que despertaba mis -cada vez más- candentes fantasías eróticas (¡y vaya que lo eran!).

Con todos esos inconvenientes a cuestas, comprenderán entonces que de antemano la batalla para ganarme al bendito Juanín estaba marcada por la derrota, pues éste nunca demostró ser tan blando como para ganarse un "amigo especial" y mucho menos andar con él de un sitio para otro. Pienso que jamás le interesó tal cosa, a pesar de que si se hubiesen dado las circunstancias y me lo hubiese pedido, tonto sería de no haber aceptado. La cosa se puso fea cuando un mal día me enteré por boca suya, que desafortunadamente comenzaba a interesarle una tipa por la que los otros mañosones de nuestro salón (y de otros) también alucinaban. Una chica que según comentaban los inculpados, se manejaba una interesante anatomía (la verdad, no podría dar fe de ello) pero que -admitámoslo- no resultaba tan bonita y era casi nada carismática.

Y ni que decir, cuando poco tiempo después, una compañerita de aula que -para variar- en algún momento intenté afanar (¡¡¡¿¿¿ Whaaaat....???!!!), me confesó muy ruborizada ella, que moría porque Juanín fijara también su atención en ella. Carajo, sí que el tipo está recontra pedido, pensé. Y lo más triste de todo era comprobar que el condenado Juanín sólo tenía ojos para una sola tipa: la condenada esa del buen cuerpo. No importaba que ella lo hubiese desairado -en público y privado- en más de una ocasión. Igual para él, su atención sólo merecía la pena fijarla en ella. Y viendo estos hechos a la distancia de los años en la actualidad, creo que su deseo por la tipa ésta, bien podría equipararse al mismo deseo que sentía yo por él. Dudo mucho que en ese interés existiese algún sentimiento de por medio en Juanín, ni mucho menos. Sólo las ganas que sentía por tenerla cerca (no sólo él) y en algún afortunado/furtivo momento explorar su anatomía cada vez con mayor vehemencia. Tal y como yo me sentía cada vez que veía a él aproximarse hacia mí y desear tenerlo cada vez más cerca, con su ropa tan exquisitamente entallada y por qué no... tenerlo desnudo frente a mí para obsequiarle lo mejor de mis caricias y expresarle mis candentes deseos en fuertes abrazos, besos apasionados y otras actividades que ya pueden estar ustedes maliciosamente adivinando.

La cosa no duró mucho. Al año siguiente nos separaron de aula y por ende la relación amical también se vio afectada. Aún así hubiese querido que fuese lo contrario, habían pocas oportunidades para verlo o siquiera intercambiar palabras. Además, tales ocasiones sólo daban cabida a fríos y rápidos apretones de manos o saludos a lo lejos que no daban tiempo para más. Así estaban las cosas y prácticamente se podría decir que luego de ese único año que llevamos juntos en el mismo aula, no volví a saber más de él. Salvo que acabado el colegio viajó a provincia, muy lejos de la capital a la tierra de sus padres y que era más que probable que radicara definitivamente por allá.

Por cosas de la vida, hace algunas semanas atrás, mientras esperaba el bus que me llevase rumbo a la universidad, me encontré en el paradero con un tipo que me parecía extrañamente familiar. Bastó acercármele un poco más para que éste notara mi presencia y reconociese inmediatamente. Cuando me sonrió y pude verlo directamente a los ojos, me sorprendí. Era Juanín, quien también estaba sorprendido de verme, casi catorce años después. A grosso modo, pudo contarme que ya había terminado de estudiar en la universidad y que había vuelto a Lima para trabajar en su carrera. Pude observar que los años habían menguado en algo su aspecto. Se le veía algo agotado, ya maduro y con un incipiente bigote sobre los labios. Y mientras lo contemplaba así, frente a frente, trataba yo de escudriñar en sus actuales rasgos a los de aquel muchachito por el cual más de una jovencita del colegio se moría por tener como enamorado. Y sí pues, ahora se le veía menos guapo que antes.

No me atreví a preguntarle si continuaba soltero o si ya tenía familia, pues no quise llevarme una decepción tan temprano esa mañana (algo me decía que el castigado paso de los años por su faz no era en balde). Y mientras se despedía al ver que su bus llegaba a nuestro paradero, me preguntaba hasta ese instante qué cosa pude ver yo antaño a Juanín alguna vez como para haberlo deseado tan ardientemente durante mi impetuosa adolescencia. Para cuando el vehículo volvió a partir comprendí el motivo: un voluptuoso y bien moldeado trasero se avizoraba en el pantalón que llevaba puesto en ese momento (confeccionado por su madre seguramente) mientras de espaldas, su figura se alejaba cada vez más de mí y las imprudentes portezuelas del bus comenzaban a ocultar obcecadamente el estupendo regalo visual divisado aquella mañana.

domingo, julio 17, 2005

I Want You


Hola Pequeño:

Han pasado exactamente treinta días desde la última vez que tú y yo conversamos por messenger. ¿Y sabes por qué no te he escrito durante todo este tiempo? Bueno pues, entre otras cosas porque precisamente en muchas de nuestras consabidas y peculiares coyunturas, alguna vez me comentaste que varios de los emails que te enviaba te resultaban tan stressantes que optabas sencillamente por eliminarlos antes de abrirlos. Cualidad que seguramente intuirás, jamás he podido alcanzar.

¿Sabes? Todos tus emails me parecen tan sagrados -así te suene estúpido que te lo diga de esta forma- que creo los conservo todos. O casi todos los que me has enviado hasta la fecha, debidamente ordenados y encarpetados en alguna parte de mi correo personal. Y no sólo eso. También guardo algunos chats que hemos sostenido a lo largo de estos tres años que te conozco (¡cómo pasa el tiempo!) y una que otra copia de los "stressantes" mails que te envié en más de una oportunidad. Te preguntarás seguramente por qué sigo haciéndolo. La verdad, no lo sé. Quizás porque de cuando en cuando me gusta revisar las cosas tan deliciosamente risueñas que solías escribirme hasta no hace mucho y que jamás dejé de hacerte saber que salvaban mis días, haciéndome sentir inmensamente feliz. Más aún cuando en algunas ocasiones, tales mensajes abrigaban la inquieta esperanza de pactar un ansiado encuentro entre los dos lo más pronto posible. Y fue entonces, gracias a ti, cuando comprendí que un hombre verdaderamente se enamora a partir de los veinticinco años.

Exactamente treinta días han pasado desde que hablamos -vía messenger, para variar- por última vez. Paradójicamente en esa ocasión, horas antes de cerrar tu sesión, logré arrancarte la confesión de que estos últimos meses también me habías extrañado y que anhelabas que las cosas volvieran a ser como antes. Prefiero no pensar que respondiste así sólo por compromiso, sino porque sinceramente tenías ganas de hacérmelo saber y te interesaba saber por mí o qué cosas estarían ocurriendo conmigo durante estos últimos meses. Después de todo, no volvernos a ver luego de la última vez -a finales de febrero de este año-, no ha sido tan fácil de sobrellevar, pequeño. Al menos no para mí.

¿Sabes? Si te sirve de consuelo, te diré que sí, que siempre te tuve en cuenta durante todo este tiempo. De cuando en cuando te mandaba uno que otro mail para que no olvidaras de que existo. De que, de una u otra forma, mi mente y mi corazón siempre estaban puestos en ti y viajaban las veinticuatro horas a donde fueras. Desde que saltabas de la cama para irte a la universidad, o mientras viajabas -solo, seguramente- sin nadie con quien hablar en el bus que te llevase de regreso a casa. O también cuando, por esas cosas que sólo ocurren en las universidades, te encontrases en medio de una engorrosa reunión con compañeros de tu facultad y que en el fondo, lo que realmente querías hacer era largarte de allí. Pero, con todo el tiempo que te conozco, dudo que te hayas encontrado en un situación así. Todo lo contrario. Amas las reuniones con aquellos a quienes gustas llamar amigos en tu facultad. Sé que darías todo por agradarles, porque ellos te tomasen en cuenta cada vez más. Y porque noten también que eres un chico normal que tarde o temprano no tardará en conseguir enamorada.

Ay pequeño. En la mejor época de nuestra estadía juntos, tu presencia iluminó mi espíritu al punto de que hacías que brotaran de mí, palabras bañadas de una insólita sabiduría. Como por ejemplo, cuando te decía que lo que verdaderamente contaba ver en las personas era su interior. De que, seas como seas, quienes te quieran de verdad, te aceptarán y sin remilgos tal cual eres. De que a tu corta edad, el cigarro sólo te hacía ver lo débil y dependiente que podías llegar a ser -entre otras razones- por causa de agradar a unos cuantos. Y todo tan sólo para ser aceptado por gente que muy probablemente no valdría la pena siquiera tomar en cuenta para un relativo acercamiento. Te lo dije y repetí un sinfín de veces. De que me gustabas tal como eres y que no me interesaba cambiar en ti un solo pelo (previa aclaración "evitando malas interpretaciones" para tranquilidad tuya). De que me sentía más que orgulloso de caminar contigo por las calles. De que cuando me tomabas en cuenta para compartirme tus cosas no sólo me enternecías, sino que además me invadía una inmensa y desconocida dicha en el alma; y cuando ocurrentemente me agradecías por comprenderte, en medio de la vía pública, con un tierno y emotivo arranque de sinceridad, y simultáneamente uno de tus brazos rodeaban mis hombros, apegándome vigorosamente a ti. O mejor aún, cuando en otras ocasiones, me pedías que te abrazase fuertemente. Con ternura. Con cariño. Con respeto. Y por lo bajo, alguna vez presumí que, también con amor.

Un mes, pequeño. Más de treinta días sin saber de ti. No quiero imaginármelo, pero intuyo que debes de odiarme. Pensarás seguramente que soy de lo peor, que abusé de tu confianza, de que soy un maldito pervertido, de que hoy por hoy, mi recuerdo solo te provoca nauseas. Imagino eso y muchas cosas más porque -vueltas que da la vida- alguna vez, más o menos a tu edad, pasé por la misma situación que tú. Aunque claro, lo mío fue más crítico. Pero no viene al caso comentar lo que me ocurrió hace más de diez años. Me encantaría saber sí, qué cosa estará pasando contigo en estos momentos. Aunque también me da miedo enterarme. Analizando fríamente las cosas, lo peor que puede pasar después de todo esto, es que sencillamente des vuelta a la página y no quieras saber ya nunca más sobre mí. Es más, ya me hice la idea de eso buen tiempo ya. Pero créeme, "me cuesta tanto olvidarte".

¿Sabes como he celebrado este mes de mantenernos oficialmente incomunicados? No con una, sino con DOS fiestas a las que acabo de ir. Amigos y de los otros, que conocen mi problema, me han recomendado de que salga más seguido de casa. Que nada gano rumiando desesperanzas, que la vida sigue adelante. Que sería estúpido seguir guardando un involuntario luto el cual seguramente ni te interesa saber que estoy atravesando. Pero pequeño, esto no lo hago por ti. Es sólo que, sencillamente mi alma se encuentra así. Sola, triste, desencajada de este mundo. Y cada día o situación que vivo, me confirma con mucha más razón la idea de que no encontraré a nadie que se te parezca, siquiera remotamente.

Pero bueno, te decía que no pudo ocurrírseme mejor idea que celebrar mi alicaído espíritu en dos agasajos, a la sazón, celebrados en dos días consecutivos (¡vaya aguante! ¿no?). Por lo menos me hubiese gustado llevarte al primero de ellos, creo que te hubieras divertido algo. Aparte de que, me hubiera encantado presentarte a los chicos y chicas que estuvieron allí. Imagínate, aparecer allí, de pronto, delante de mis amigos, juntos el uno del otro. Y yo con el pecho henchido de mucho orgullo. Sobre todo porque, déjame decirte que tenerte al lado mío y en público nunca dejará de hacerme sentir así. Y eso lo sabes mejor que nadie.

Incluso en medio de la celebración, en un momento que decidí hacer un alto y tomé a bien descansar unos minutos, se me ocurrió imaginarte. Que de pronto, entrabas por la puerta principal de la casa y te sentabas al lado mío, sin que te llamase o hiciese señal alguna para que lo hagas. Tal y como casi siempre lo hacías cuando te invocaba con el pensamiento, sin siquiera mirarte a los ojos, pero con mi corazón y mi espíritu reclamando tu presencia, y tenerte al lado mío. Tú, feliz y risueño, como siempre. Y yo, contemplando sabiamente tus pequeños y preciosos ojos, tan expresivos, tan dulces y tan atentos cuando me querías decir algo. ¿Notabas tú cuando yo te observaba de tal manera que no podía evitar emocionarme, y disimulaba con una nerviosa sonrisa lo taradamente feliz que me ponía verte frente a mí, tan cerca, tan contento... contándome cosas que, obviamente a un amigo cualquiera le hubiese despertado más de una morbosa suspicacia, pero que sabías que a mí me halagaba harto harto y me convertía en el hombre más dichoso de este universo?

Y ni qué decir cuando mi vista se perdía en tu primorosa cabellera, que en más de una ocasión no podía contener los deseos de tocarla, perdiendo mis dedos en tus elaborados y ensortijados cabellos. O también cuando veía detenidamente tus rebosantes mejillas, ansiosas por ser besadas por algún privilegiado amor que aún no conoces y que me emocionaban profundamente, pues la profusa barba -convenientemente afeitada- que podía divisarte en ellas, en más de una ocasión aceleraban el pulso de mi ajetreado corazón e incitaba a seguir examinándote cada vez con mayor fruición. Como por ejemplo, cuando distinguía más arriba, tu amplia frente... sutil invitación a ser besada por unos labios que me desesperanzaba imaginar no serían los míos. O las vedadas golosinas que podían resultar esas masticables orejas tuyas, incitándome siempre a la más disparatada lascivia pública que jamás pude cometer. O tu níveo cuello, refrescado siempre bajo una generosa fragancia masculina que estremecía todos mis sentidos y hacía florecer en ellos los más contraproducentes deseos de amor, ternura, pasión y también decepción. O ver más debajo de tu excitante y profusa barba recién rasurada, los copiosos vellos que te asomaban tímidamente por la abertura de tu camiseta y que te avergonzaban mostrar, pero que eran una delicia para mi vista e imaginación contemplar y seguir extraviándome con ellos en febriles desvaríos. Tú, mostrándome tu velludo pecho y yo besándolo, abrazándote con profunda e infinita devoción. Porque no sólo tu cuerpo atormentaba mis deseos, pequeño. Sino también tu alma y corazón, que hasta cierto punto conocí y me confirmaba cada vez más, de que eras el hombre ideal con el cual yo quería vivir el privilegio de amar, mientras comprendía sabiamente que haber vivido durante más de veinticinco años, sólo y sin haber conocido antes lo que es el amor, bien había valido la pena esperar.

Así nuestra diferencia de edad sea un pequeño tropiezo apenas advertido en algún momento, ¿fue impedimento acaso para continuar frecuentándonos y seguir compartiendo encantadoras vivencias a lo largo de estos tres años? Sin ir muy lejos, ¿acaso fue impedimento la más notoria barrera de la edad en la conocida historia de amor de un reputado político de estos lares y su jovencísima compañera, con quien mantenía una impúdica relación hasta hace poco? No sé si a ti se te pasó por la cabeza, pero más de una vez me sentí identificado con lo ocurrido con la vulnerada parejita en cuestión. ¿Recuerdas cuando ya alejados del país, a ellos les tomaron unas fotos en la playa, solos, los dos y departiendo un agradable momento juntos? Bueno, ¿acaso tú y yo no pasamos lo mismo en febrero de este año y nos largamos a un balneario al sur, lejos del mundanal ruido de la capital (y de algunas miradas curiosas para ti, pensándolo bien), solos, únicamente tú y yo? Claro, lamentablemente en tal oportunidad ninguno disponía de una cámara fotográfica para inmortalizar ese momento (y conste que la luché hasta el último momento para conseguirla), pero ¿qué hubiera pasado si algún indiscreto paparazzi nos hubiese fotografiado en aquella ocasión? En el caso de la popular pareja mencionada anteriormente, ninguna de las instantáneas revelaban alguna situación comprometedora. Pero ello no fue necesario para confirmar lo que efectivamente era evidente: que vivían un ya-no-tan furtivo romance. Mas, volviendo a lo nuestro ¿qué existía realmente entre tú y yo? ¿Alguna vez te lo preguntaste, pequeño? ¿Sinceramente? A fin de cuentas, las hipotéticas fotos de nuestro encuentro tampoco hubiesen revelado alguna sospechosa circunstancia, pero ¿por qué irnos solos, tú y yo? ¿Y tan lejos? ¿Cómo te hubiese caído el hecho de que nos hubiesen tomado algunas fotografías de ese encuentro? ¿Pasaste por alto lo que quizás sentiste por mí alguna vez y lo encaletaste bajo el rótulo de simple e inocente amistad? Preguntas que te dejo en el tintero y que quizás nunca obtengan respuesta.

Pero bueno pequeño, no deseo ir por las ramas. Hace un momento te contaba sobre una fiesta a la que fui hace unos días. ¿Y sabes? A pesar de que me había jurado a mí mismo no volver a hacerlo -por lo menos durante esa noche-, pues no pude evitar recordarte. Imaginé por algunos instantes qué cosa estarías haciendo, o si por lo menos te interesaba saber si yo la estaba pasando bien, luego de lo que ocurrió entre ambos. Y en medio de tanta algarabía, cuando por fin había atinado en volver a sonreír, me apenó comprender que desafortunadamente tú no estabas allí, conmigo, para disfrutarlo. O lo que era peor, que quizás ya no lo estarías nunca más. Hubiese llorado allí mismo, de no ser porque las lágrimas me las agotaste hace un año, cuando noche tras noche te recordaba y esperaba una llamada tuya para volver a sentirme feliz. No te lloré como en esas otras ocasiones, pero el sinsabor quedó conmigo. Y traté de exterminar de alguna forma esa nefasta sensación de mi cabeza, girando y vitoreando como un poseso All I ever wanted, all I ever needed is here in my arms... Words are very unnecessary, they can only do harm... ("Todo lo que quiero, todo lo que necesito, está aquí en mis brazos... Las palabras son innecesarias, ellas sólo pueden hacer daño...") o You shut your mouth. How can you say I go about things the wrong way? I am Human and I need to be loved, just like everybody else does... ("Cierra la boca. ¿Cómo puedes decir que hago las cosas mal? Soy humano y necesito ser amado, como todos los demás"). ¿Te suena familiar, pequeño? Lo que tantas veces hemos discutido, no resultó tan original a fin de cuentas. Y hasta pienso que tú deberías estar bailando estos temas con mucha mayor razón que yo.

Y bueno, luego de tratar de olvidar en algo mis penas y no contento con vivir los estragos de la fiesta anterior, decidí jugarme el repechaje la noche siguiente en otro dizque bailongo, realizado esta vez por una comunidad gay. Seguramente si te enterases que fui a una discoteca de ese tipo, terminarías por asquearte más y no querer saber nunca más sobre mí. No te culpo, pues la verdad allí la pasé muy mal. ¿Y sabes por qué fui? Porque supuestamente un tipo que lee el tarot por internet, me dijo que en dicha fiesta encontraría al que sería el amor de mi vida. Sí, seguramente debes estar cagándote de risa por tamaña ocurrencia. Y tienes razón, soy un estúpido por creer que en un lugar así, en donde campean los excesos (¡y qué excesos!) encontraría a alguien que remotamente pudiera suplirte. Figúrate. Yo en medio de tanta celebración libertina y observando cosas que no sé si te habrán pasado por la cabeza alguna vez (Por cierto ¿te imaginaste alguna vez que yo frecuentase lugares como esos? Francamente, yo tampoco). Por mi parte, te diré que no es la primera vez que asisto a espectáculos así. Y si esto me sirve como expiación, te diré que mi alicaído espíritu se sintió mucho más infeliz esa segunda noche. Ni me interesó bailar o tratar de divertirme, ni mucho intercambiar palabra alguna con los insoportables parroquianos del lugar. También recordé por qué me juré alguna vez no volver a asistir jamás a cuchitriles como esos. Porque al frecuentarlos anteriormente -obviamente mucho antes de que Dios me otorgara la dicha de conocerte-, éstos nunca llenaron a final de cuentas cierto vacío y desazón que vivía yo en determinada época de mi existencia; muy por el contrario terminaban por acrecentármelo aún más... Pero bueno, te contaba que hace mucho había dejado de visitar esos nauseabundos lugares, sobretodo porque luego de conocerte y tenerte a mi lado, me convertías en un alma tan pura, tan dichosa y tan... inexplicable de tratar de definir con simples palabras, que tendría que haber sido mil veces estúpido para seguir cayendo en el juego de visitar lupanares como esos, si contigo lo tenía todo y más.

En fin, luego de presenciar tan frenéticas como patéticas cópulas gay entre desconocidos que se jugaban la vida esa noche, la cereza que coronó la torta al largarme de tan indeseable lugar, ocurrió cuando de pronto me vi solo, en medio del negro y gélido manto de la madrugada, esperando el transporte que me llevase de regreso a casa. Y paradójicamente por momentos, compartiendo vereda con travestis que ofrecían su cuerpo al mejor postor y hasta cumplían osadamente su faena en medio de la vía pública, tal y como seguramente operarán allí todas las noches. Comprendí entonces que hay diferentes formas de ser infeliz y que probablemente no era el único hombre desdichado en medio de la lúgubre alborada.

Luego de vivir esta nefasta experiencia me gustaría decir que fuiste el principal responsable de que me atreviese a viajar a semejantes infiernos, cual Orfeo contemporáneo, dicha madrugada infame. Pero no sería justo culparte, ambos los sabemos bien. Más, a lo que quiero llegar con todo esto, es decirte que ni en el lugar más tranquilo o juerguero, ni en el más siniestro y disoluto, pude desligar tu recuerdo de mí, ni mucho menos hallar la felicidad que alguna vez en ti encontré.

¿Y sabes algo? Al tipo ese que me aconsejó -tarot mediante- que fuese a ésta nefasta fiestita gay, de cuando en cuando le consulto cosas por messenger. Y lo tengo como loco cada vez que le consulto por ti. Bueno, no me culpes; ya que no sé nada de ti, no escribes, ni mucho menos llamas a mi casa, pues lo menos que puedo hacer es preguntar con lo que más tenga a la mano para enterarme. Y entre las pocas cosas que le puedo arrancar al cibernético adivino, éste me implora que deje de pensar en ti, pues según dice, simplemente ya no te importo. Que lo mejor que puedo hacer es voltear la página y mirar otros horizontes. Que siempre me utilizaste y que lo último que haces en estos momentos es pensar en mí. Quizás tenga razón, pero la verdad no quiero creer eso. Tantas cosas que vivimos juntos, la alegría que vi dibujada en tus ojos cada vez que nos teníamos frente a frente ¿puede derrumbarse tan fácil y rápidamente de tu vida, sin más ni más? ¿Será que a lo mejor el único que le encontró magia y sentido a esta relación fui yo? ¿Es verdad que no te interesa en lo más mínimo saber ya sobre mí? ¿Tan fácil es desligarte de todos los lindos recuerdos que evocan nuestros reconfortantes encuentros? ¿Tan indolente puede ser tu alma al respecto?

Quizás ese sea un lado de ti que desconocía durante todo este tiempo. Pero a la luz de las evidencias es lo que has demostrado hasta el momento. Y la inconformidad que me provocaba tu conducta estos últimos meses, bien te la hice saber. Pero poco o nada hiciste para remediar esta situación, salvo justificar con enredadas disculpas tu falta de tiempo y disponibilidad para atenderme. Y tan frustrante me parecía esta situación, que durante todo un año te mendigué migajas de tu atención y comprensión e hice de todo para que así lo comprendieras. Huelga la verdad citar todas y cada una de las dolorosas ocasiones en que traté de ablandar tu reacia indolencia. Más, ante el cansancio y la resignación de comprender mi derrota, opté entonces por mantener un perfil bajo y tratar de hacer mi vida por mi cuenta, pues luego de un año de lidiar en este plan, era más que estúpido seguir lamentándome y llorando por no tenerte a mi lado en los momentos en que te consideraba más que necesario.

Y si pues, como nunca me decidí entonces por frecuentar a un tipo mucho mayor que yo y que por su edad algunas mentes despistadas confundían con mi padre. Cuando tu sustituto y yo comenzamos a salir, todo parecía ir bien, de maravillas. Nos gustábamos mucho (yo más a él, al parecer) y juraba que quizás de este modo, con el tiempo, por fin podría enterrar para siempre esa nefasto y doloroso sentimiento que implicaba el recordarte y no volver a tenerte nunca más. Pero bueno, nada es perfecto dicen. Tal parece que a fin de cuentas, al tipo en cuestión no le interesó tanto seguir esta relación y poco a poco fue desentendiéndose del asunto, al punto de que apenas nos veíamos. Tanto así que prácticamente tuve que rebajarme a pedirle varias veces por teléfono que se diera tiempo para continuar viéndonos. Y mientras él juraba y rejuraba que sus múltiples ocupaciones le impedían seguir frecuentándonos, lo cierto es que tampoco movía un ápice para que dicha situación cambiara. Mas bien, decía que sí, que también quería verme y que siguiéramos manteniendo contacto vía internet para coordinar una próxima cita. Pero el muy sinvergüenza me tuvo en este plan por dos meses, figúrate. Al final y luego de cuatro meses aproximadamente en esta curiosa relación (bueno, dos meses en realidad, pues los otros dos me tuvo en ascuas posponiendo perennemente una próxima cita que nunca ocurrió) acabé por mandarlo al carajo vía mail. Sí, lo mandé a la mierda, porque ya me tenía harto de que contase el mismo cuento todas las veces que me daba la puta manía de marcar su número y preguntarle cuándo sería la próxima vez que nos encontraríamos, pues había pasado n tiempo desde la última vez. Y colmó mi paciencia al igual que tú en algún momento, cuando me decías que lo que más te faltaba era tiempo y que lamentabas no poder estar a mi lado cuando más te necesitaba. Y me sentía más bajo que una mierda de perro en el pavimento, cuando luego descubría o me enteraba por terceros que la pasabas de lo más bien con tus amigos de la facultad. O el acabose que fue el día que conversamos por messenger la última vez, cuando me dijiste que no tenías tiempo para verme porque saldrías más tarde con unos tipos de tu universidad a conocer unas amiguitas. Eso fue lo más indolente que te oí decir durante todo este tiempo que te conozco.

No lo soporté, me volví loco de ira. Me dieron ganas de insultarte, mandarte al carajo y desearte lo peor. Y si te hubiese tenido al frente, me hubiese abalanzado fereozmente contra ti y quien sabe, con consecuencias que lamentar. Una cosa era clara, tú no comprendías un soberano carajo las cosas que he afrontado por ti, desde que te conozco. Las veces en que invertí parte de mi tiempo y dinero para estar junto a ti en los momentos que implorabas mi presencia y apoyo. Y presuroso yo, como si fuese parte de una emergencia o de un asunto de vida o muerte, dejaba TODO lo que me encontraba haciendo en ese momento, sólo para fijar mi atención única y exclusivamente en ti. Volaba entonces raudo a tu encuentro y trataba de calmarte con las más reconfortantes palabras, que las cosas saldrían mejor, que trataras de ver la vida de una forma más sosegada, que no tenías en absoluto culpa alguna de muchas cosas nefastas que te ocurrían en ese momento... en fin. No me arrepiento de haber hecho eso ¿sabes? Pero... ¿contarme tan frescamente que más te interesaba salir a encontrarte con tipitas corrientes, a sabiendas de que te necesitaba en uno de los momentos más críticos por los que me encontraba pasando? Pues, sencillamente no lo soporté.

Fue entonces cuando no aguanté más y te lo dije. Sabía que lo más probable era que estuviese partiendo a un punto del cual no había marcha atrás, que con esto cambiaría las cosas dramáticamente, que a lo mejor lo empeoraría todo. Pero ya no lo podía resistir más. Rompí el frágil hilo que separaba nuestra amistad del idílico amor que -equivocadamente quizás- comencé a profesarte secretamente tiempo atrás. Te digité entonces que no entendías absolutamente nada por lo que yo me encontraba pasando. Que eras un maldito indolente y que lo mejor era que no me molestases más, sobre todo porque existía un fuerte motivo para ello. Fue entonces cuando tomé absolutamente todo el endeble valor que aún me acompañaba en ese momento... para hacerte saber de una buena vez que me gustabas, no solamente como amigo, sino también como hombre.

Extraña declaración para un sentimiento tan idílico el que me inspirabas. Muchos en estos momentos concordaran seguramente en que no fue ni el momento ni el medio adecuado para soltar tan explosiva declaración. Tampoco hubo chance de escribir que a pesar de todas tus trastadas, aún sentía algo de amor por ti, o que desde hace buen tiempo te quería mucho más y mejor que a un simple amigo o hermano. Ni siquiera pude comentarte que despertabas en mí un sinfín de nobles sentimientos o algo por el estilo, pues ante la seca y -seguramente apabullante- confesión de digitar en mi teclado textualmente de que me gustabas, opté por la prudente alternativa de dejar que asimilases semejante noticia. Intuyo que en un primer momento te habrá parecido un chiste de mal gusto, que me equivoqué en escribir, que se cruzó el messenger o algo por el estilo. Pero luego de un instante, cuando te ratifiqué mi insólita declaración, lo más que pudiste hacer fue responderme con la lógica más comprensible del mundo: de que no se me ocurra volver a buscarte nunca más.

Luego de eso ya no hubo más respuestas. Sencillamente te fuiste y dejé de tener noticias tuyas hasta el día de hoy, que se cumple exactamente un mes en que tiré por la borda una preciosa, pero atormentada amistad. Y sólo por el hecho de ser lo más honesto posible contigo y tratar de no herirte bajo ninguna circunstancia. Luego de ese día, noté que tus emails sencillamente dejaron de existir. Y tus llamadas peor, pues esa candorosa costumbre de timbrar mi teléfono sólo para contarme cómo estás, la dejaste hace muchas lunas ya. La verdad, tampoco yo he intentado comunicarme contigo, por prudentes y comprensibles razones. La más fundamental de todas es porque temo que al responderme, me apuñales con la idea de que no vuelva a aparecer en tu vida nunca más, pero con palabras mucho más fuertes e hirientes. Y no tan sólo por su connotación, sino por su intención. Que no es otra que la de un joven al que quise (y quiero) mucho, al que de cuando en cuando recuerdo con mucho cariño y respeto. Y que además sigo extrañando, pero que, hoy por hoy quizás mantenga mi recuerdo como uno de los mas funestos que han cruzado por su vida. Y eso, pequeño, es muy doloroso para quien esto escribe. Por eso, prefiero seguir manteniendo un perfil bajo. Y por eso mismo, ten por seguro que este mensaje no llegará a tu bandeja de entrada. Prefiero enviarlo en una botella al mar virtual que acoge este blog y a sus eventuales visitantes. Y mientras eso sucede, optaré por ver y esperar qué pasará contigo. Quizás un buen día te animes a desbloquearme de tu messenger (pues obviamente, desde el mismo 17 de junio y en vista de las circunstancias, no tengo la más mínima duda que así has procedido) y podamos cruzar algunas palabras. Total ¿qué de malo podría haber en volver a chatear y saber cómo te encuentras? Bueno, eso ya depende de ti, pues como bien sabes, jamás te he presionado o comprometido a hacer algo en contra de tu voluntad.

Pero bueno, pequeño. A pesar de todo y aunque no lo creas, hay una cosa que me queda muy claro. Que a pesar de todo lo bueno o malo que hemos vivido durante estos últimos años desde que nos conocemos, pese a todos esos pleitos por los que tanto detestabas soportar, o los sinsabores que me dejaste en innumerables ocasiones, o las eternas discusiones sostenidas por messenger y que superábamos con otras tantas deliciosas reconciliaciones, o las muestras de cariño que aún recordabas en manifestarme... y miles de otros detalles más que sólo tú y yo comprendemos en su magnitud muy bien. Pues bien, pese a todo ello y más... aún tengo lugar, energía y tiempo para decirte algo muy importante y que no está de más, incluso el día de hoy. ¿Sabes qué cosa es? Pues que... con todo ello, te quiero.

Atte.

Mauricio

sábado, julio 09, 2005

¿Guerras Perdidas? Felizmente, ésta no...


Cosas de la vida. Cuando ya tenía todo listo para publicar lo que sería la segunda entrega de este blog, sucede algo inesperado que me haría cambiar de planes. Así es, por obra y gracia del destino, del Ser Supremo o la intersección de algún ser especial (mi ángel de la guarda o alguno de los santos a los que no dudé en encomendarme en algún momento), ocurrió el extraordinario milagro de poder continuar mis estudios universitarios sin ningún problema el próximo semestre.

Sucede que hace unos meses atrás, recaí en un fuerte estado depresivo. Afortunadamente la cosa no era de cuidado, aunque pienso que sí de peligro. Incluso hasta el día de hoy siento los rezagos de cierta tristeza que me embarga cuando recuerdo la particular situación por la que me encuentro pasando, pero bueno... volvamos al punto que iba. Sucedió que tan fuerte me agarró este abatimiento que poco o nada me importó continuar seguir adelante. Como se dice vulgarmente, me empinchaba todo... es decir, me daba lo mismo. Día a día veía que nada de las cosas que hacía, tenía sentido alguno. Hiciese lo que hiciese, todo seguiría igual. Me asfixiaba la idea de lidiar día a día con la maldita rutina de ver a todo el mundo feliz. A todos... menos a mí. Encontrarme una y otra vez con un montón de gente de la universidad: buenas o malas, simpáticas o antipáticas... menos con quien realmente me quería encontrar. Era insufrible ver a las parejitas besándose en los pasillos, en las escaleras, en las banquetas. O leyéndose cartitas escritas a mano, mails o mensajes de texto que se enviaban entre sí. O a las chiquillas mostrando con mucho orgullo las fotos de su enamorado a las amiguitas de al lado. O sin ir muy lejos, a un grupo de amigos sencillamente llevándose bien, con la sonrisa dibujada mientras conversan de esto o aquello. Sin ningún asomo que haga presagiar algo que ande mal entre todo este mar de gentita despreocupada ¿verdad? Al menos nada por lo que yo me encontraba pasando.

En resumidas cuentas, el hecho de sentirme el único infeliz en mi universidad... pues me hacía sentir más infeliz de lo que ya me encontraba. Situación algo exasperante, como comprenderán. Y al margen de esto, ver las escenitas amorosas de estos niños descritas líneas arriba, de una u otra forma me hacían redundar en lo mismo. Recordar esa inevitable sensación de pérdida. De lo que pudo ser pero no fue. De lo tiernamente vivido pero que ya no volverá a ser. Del no retorno a ese particular paraíso por el que transité poco más de un año y del que probablemente jamás volveré a cruzar.

Poco antes de llegar a este punto, creo fue necesario obrar como lo hice. Es decir, poner en claro mi posición ante una situación tan tormentosa. Al menos en ese momento cuando por fin lo hice y sabiendo los riesgos que ello implicaba (como por ejemplo embarcarme a un punto sin retorno), pues me sentí aliviado, aunque claro... en el momento en que lo hice no pude explayarme tanto como hubiese querido, ya sea por nerviosismo, cobardía o qué se yo... Jamás en la vida me había ocurrido esto antes ¡¡¿¿A quien consultarle entonces como hacer bien las cosas??!!

Pero bueno, no compliquemos esta historia y vayamos por partes. La razón por la cual me encontraba pasando esta terrible desesperanza me había cegado en absoluto. Poco a poco deje de asistir a las clases de la universidad. A lo mucho me presenté para las evaluaciones finales y no con mucho optimismo que digamos. La verdad es que poco me importaba si aprobaba o no las materias. Me daba lo mismo la verdad. Y si me expulsaban de allí (cosa muy probable debido a mis antecedentes) enhorabuena, pensé. La verdad, ni yo mismo daba medio centavo por aprobar los cursos necesarios para continuar el próximo semestre en la universidad.

Sin embargo, hay cosas que suceden por algo. De pronto sentí una gran culpa, sobre todo porque el riesgo de continuar en la universidad no era sólo mío. Hubo mucho esfuerzo para llegar a donde estoy ahora. Y sobre todo estaba el esfuerzo ajeno de mis padres, que mal que bien, han aportado muchísimo para que yo pudiese continuar estudiando allí. Es precisamente por ellos que, de alguna forma reaccioné -a último minuto, si se quiere- sobre lo crítica de mi situación. Pienso que el hecho de enterarse de mi virtual expulsión de la universidad los hubiese afectado dolorosamente. Y mucho. Sobre todo porque no ha sido nada fácil continuar estudiando allí, monetariamente hablando.

La verdad, habían pocas esperanzas de sobrevivir a mi crítica situación académica. Los milagros no suelen ocurrir faltando pocos días para entregar los registros de calificaciones. Pero... con todo ello, decidí jugar con todas las cartas que tenía a mi disposición. Y a decir verdad, si bien es cierto que imprimí harto optimismo en continuar adelante y tratar de salvar las notas de mis cursos más críticos, también hay que decir que no por ello dejé de ser realista. Veía bien difícil que pudiese salvar esos promedios. Por ello es que incluso arriesgué en encomendarme a cuanto santo y entidad divina estuviese al alcance (gracias San Expedito, gracias papá Chacalón) para que me ayudasen a pasar por este difícil trance. Sobre todo por mis padres, de quienes pienso no se merecen un golpe tan bajo como la expulsión de su hijo de una universidad que les costó muy caro para ayudarme a llegar allí.

Los designios del destino (o de Dios, como quieran llamarlo ustedes) son bien extraños. No dejo de pensar que nadie en su sano juicio hubiese apostado un céntimo porque yo hubiese salido libre del rollo en el que me encontraba metido... pero curiosamente y aunque no lo crean, salí librado. Y si bien es cierto que no salí cantando victoria (por ahí reprobé uno que otro cursillo), terminé con unos aceptables promedios en aquellos cursos en los que temía desaprobar y que de hacerlo. automáticamente me hubiese puesto de patitas en la calle y muy probable (y definitivamente), fuera de la universidad.

Recuerdo que en una de mis plegarias, le invoqué al Creador y sus intercesores: Bueno pues, si me vas a quitar aquello que me hizo tan feliz hasta hace poco, al menos no permitas que me quede sin carrera también, hazlo más que nada por mis viejos, que no se lo merecen ... Tal parece que no me equivoqué. De ser así, el Ser Supremo aceptó el trueque de quitarme lo que alguna vez dio esperanza a mi existencia y llenó de una -por ese entonces- desconocida alegría y gozo para mí. Y bueno, al margen de saber si esto del trueque es cierto o no (aunque la verdad, ya no guardo esperanzas en lo otro que supuestamente perdí a cambio), sólo me queda aprovechar inteligentemente esta oportunidad y sobre todo, valorarla.

En conclusión, de todas las guerras perdidas que he enfrentado estos últimos meses, afortunadamente ésta última no fue tal. De no ser así, el título de este post no estaría entre signos de interrogación y muy por el contrario, daría paso a una poco afortunada lista de reveses en mi haber, añadiendo éste último como el más flamante. Como para tener en cuenta que no todas son "guerras perdidas".

viernes, julio 01, 2005

Mírame Sólo Una Vez


He aquí el primer paso. Luego de una que otra dubitación, me encuentro aquí, delante de lo que sería el primer blog que me animo a perpetrar. Existen varias razones para haberlo llevado a cabo, quizás la más importante de ellas, descargar todas las ideas, pensamientos, sueños, esperanzas y desencantos con los que suelo encontrarme día a día. Y bueno, mal que bien he escogido este medio y desafortunadamente de una forma no tan auspiciosa.

Para comenzar, no tengo ni la más puta idea de cómo manejar o diseñar un blog. Claro, la gran mayoría que emplea este medio, tampoco lo sabe. Pero la idea es que, al no conocer lo suficiente sobre sus mañas y trucos tecnológicos, me veo obligado a presentar esta primera entrega bajo un pobre formato que a más de uno le interesará menos que un soberano carajo siquiera otear. No los culpo chicos, a mí tampoco me cuadra del todo este diseño prediseñado escogido para la ocasión. En fin... por ahora, la necesidad obliga. Y bueno, como todavía no exploro lo suficiente las herramientas de este blog, he de apelar a la comprensión de los eventuales lectores de este site y rogarles un poquito de paciencia. Créanme que ni bien domine el manejo de esta cosa, complementaré cuantas veces sea necesario la imagen y opciones para hacer de este modesto rincón un blog agradable para visitar de cuando en cuando.

Pues bien, otro punto (supongo) en contra de esta página sea quizás su no tan optimista título. Alegaré pues en mi defensa que, para comenzar, soy pésimo escogiendo nombres. Al parecer, en todos estos años en los que me encuentro habitando este planeta, aún no he podido desarrollar la extraordinaria y envidiable cualidad de colocar nombres siquiera medianamente aceptables. La primera vez que me crucé con el nombre de este blog* (que para variar, no es original) fue hace unos pocos años, rotulando uno de los trabajos solistas del -por ese entonces- ex Prisionero
Jorge González. Ignoro si auténticamente le pertenece este título, o a su vez, él lo sacó/pirateó de alguna otra parte. Pero lo cierto es que tal lema me impactó. Sobre todo por el concepto que encierra y que tiempo después, descubrí que calzaba perfectamente con la mayor parte de mis experiencias.

Pero vamos, tampoco seamos alarmistas. Estas líneas no pretenden justificar lo que a simple vista parece ser una labor de tinte netamente pesimista (espero que no, sinceramente). Es sólo que cada día que pasa, me convenzo cada vez más de que, efectivamente, el título que reza este blog es el leit movit de -por lo menos- los diez últimos años de mi vida. Cómo explicarlo... algo así como una sensación de haber estado a punto de disfrutar algo merecidamente alcanzable, pero que por una u otra causa, motivo, razón o circunstancia (gracias, profesor Girafales) nunca llegó a concretarse. Y precisamente para demostrar al mundo (ups, realmente lo estoy haciendo) de que ello no es motivo suficiente para transformarme en un viejo amargado y olvidado por todos (y sobre todo para recordármelo a mí mismo también), he decidido asumir el reto de volcar tales experiencias en este formato (y con una amplia sonrisa dibujada en el rostro mientras lo hago) al margen de que exista o no nauta alguno que le interese leer estos avatares.

También aquí figura el hecho de saldar un par de deudas. La primera, consecuencia de la inevitable costumbre de escribir y enviar fragmentos de las experiencias vividas por quien escribe, a uno que otro ciber-amigo y que como es lógico, les ha despertado la curiosidad de querer saber más: cómo continuó la historia y sobre todo, cómo acabó. Desafortunadamente, por una u otra razón (léase falta de tiempo, falta de responsabilidad y otras innumerables faltas y etcéteras más), nunca llegué a completar del todo mis escritos, o por lo menos ensamblar sus respectivas continuaciones. Este medio pretende pues, automotivarme para continuar registrando periódicamente dichas vivencias, sobre todo antes de que llegue el (in)voluntario momento de desecharlas de la sesera tal y como si nunca hubiesen ocurrido. Por ese lado, esta deuda pretende saldarse con aquellos amigos que me regalaron unos minutos de su atención y nunca se cansaron de preguntar cuándo les enviaba la segunda parte de aquellos acontecimientos que este servidor les contaba con tanto ahínco e interés vía messenger o mail.

La otra deuda es que... bueno, inicialmente el contenido de este blog estaría proyectado para una
pendiente novela, que hasta la fecha sigue encarpetada y durmiendo el sueño de los justos. Al menos pienso que al armar esta web, de alguna forma estaría dejando de marmotear y por fin la terminaría de llevar a cabo (bueno, al menos en teoría). Y precisamente por respeto a ustedes, público culto y sensible, es que he optado por manifestarme aquí con el firme compromiso de continuar escribiendo regularmente. Aparte de que la mente es muy frágil y es bueno manejar un soporte (y si es interactivo ¡qué mejor!) antes de que estas ideas terminen por caer en el olvido.

Bueno pues, basta de tanta palabrería. Y mil disculpas por la introducción algo sosa. Lo descrito líneas arriba se resume a una sola cosa: escribo aquí por la simple e irresistible razón de querer hacerlo. Por ustedes...
por ti... de repente por alguien más por ahí... pero especialmente, por mí.

____________________________________________

* Valga la aclaración, para todas aquellas personas "nuevas" que visiten este blog (¡saludos Princesa Soñadora!), anteriormente se titulaba "El Futuro Se Fue". Preferí cambiarle de nombre casi un año despues, pues pienso que "Retrospectiva" lo identifica mejor como concepto. De todos modos, el nombre del disco de González me sigue pareciendo genial y vaya de todos modos los comentarios y agradecimientos respectivos.