
Precisamente ellos, los demás miembros de mi clan familiar, aún se encontraban sentados en la mesa, departiendo de una amena conversación, luego de haber disfrutado todos juntos de una opípara cena, propia de estas fechas. Minutos antes, habíamos compartido ya del brindis de rigor, los saludos respectivos, los buenos deseos y todas aquellas cursilerías que se estilan en ocasiones como estas. Culminado entonces este ritual familiar, tal y como es mi costumbre, me retiré muy cortésmente del grupo, dispuesto a desparramarme a mis anchas en el mueble más amplio de la casa, a hacer la digestión respectiva.

La verdad, a mí poco o nada me entusiasmaba la idea de desatarme en excesos un uno de enero. Hasta hace unos años sí, por supuesto, como todo el mundo. Pero hablamos de añejos tiempos, cuando la efervescente adolescencia me empujaba por curiosos y vericuetos destinos, sólo para tratar de divertirme como todo los demás y no quedarme estúpidamente en casa por ningún motivo.

Mas hoy, no tenía ganas de comunicarme con él y acordar algún escabroso encuentro de ésos y lanzarnos una vez más a alguna otra aventura fiesteril o discotequera, condenada muy ciertamente al fracaso, sobre todo porque nunca me satisfizo del todo salir con él. Pero no se me malentienda,

Ahí estaba yo entonces, ese primer día de este nuevo 2002.

En algún momento, se me cruzó por la cabeza la idea de que a lo mejor Ivana se tomaría la molestia de llamar y saludarme por estas fechas.

Trescientos sesenta y cinco días atrás -si mal no recordaba-, había llamado a Ivana por estas mismas circunstancias. Y otros trescientos sesenta y cinco días antes, hice exactamente lo mismo, pero en aquella oportunidad no la encontré en casa. Recordé entonces que la última ocasión en que la llamé para desearle un feliz 2001 noté que mi saludo telefónico no le había caído muy en gracia que digamos. Creo incluso que en aquella oportunidad, ésa última llamada de mi parte fue "celebrada" muy bochornosamente por sus padres, casi casi como si de un acontecimiento pre-nupcial se tratase, avergonzándola muy terriblemente. No fue mi intención ponerla en semejantes aprietos, pero bueno... ya la metida de pata estaba hecha y la moraleja clarísima de esta historia era de que,

Volviendo al punto, esta noche de año nuevo no quería importunar a nadie, ni mucho menos quería que alguien me importunase a mí. Aplicando sabiamente la ley del Talión, o mucho mejor, la ley descrita en la misma palabra divina, pero con palabras mucho más efectivas y comprensibles para estos acelerados tiempos: "no jodas a otros, tal como no quisieras que te jodan a ti". Estaba segurísimo entonces, de que esta noche no ocurriría nada especial que arruinase mi tan bien ganado letargo. Dudaba muchísimo que alguien se acordara de mí para saludarme por esta fecha, o lo que era peor, que por ejemplo, algún incauto (Edgardo, segurito que únicamente él ¿quién más si no?) osará caer por mi casa para animarme a salir a sortear los duros peligros que ofrecería esta aún humeante noche. No, nica, never...

Visualicé entonces el desperdicio de día que resultaría horas más tarde. Y es que no hay nada más terrible que vivir el primer día de enero, bajo la deprimente luz del día. Las calles, todas sucias, cubiertas todas ellas con el hollín y cenizas provocadas por la mugrosa colectividad, ebrios zigzagueando por doquier en impúdicas e insanas circunstancias, mocosos y mocosas corriendo y gritando como orates -dizque jugando- con más y más productos explosivos, bajo la negligente anuencia de sus padres... Y bajo tan miserables condiciones, si en ese preciso momento el Ser Supremo o algún providencial geniecillo me hubiese podido conceder un único deseo...

Imaginé entonces, que de haber podido elegir un acompañante con quién huir a tan paradisíaco destino, inevitablemente hubiera escogido a Matías. Cierto, ya no tenía noticias suyas desde que separamos caminos desde un año atrás. Ahora él se encontraba estudiando una respeble carrera universitaria, en una no tan prestigiosa universidad, pero eso era lo de menos. Hoy, Matías estaba muy bien posicionado -valorativamente hablando-, al menos mucho mejor que yo. Y por ello y por otras razones más, dudaba mucho que justo el día de hoy, fuese él quien en este momento se acordase precisamente de mí.
Exactamente un año atrás, por estas mismas fiestas, guardé celosamente la esperanza de que Matías recordara llamar a mi casa para saludarme. En cada timbrada telefónica de aquella nochebuena y año nuevo respectivos, mi corazón no dejaba de acelerarse cada vez más y más. Lamentablemente, ninguna de aquellas llamadas eran para mí, o por lo menos provenían remotamente de él. Y tal actitud despectiva e inmisericorde de su parte, me hirió tan profundamente al punto de que el resto de aquellas disipadas noches, no dejé de pensar un sólo minuto en él, imaginando si a lo mejor me recordaría por lo menos un par de fugaces minutos, evocando los momentos que pasamos juntos, las estupideces que cometí a causa de su reacia actitud hacia mí, y sobre todo,

No tenía entonces más nada que hacer en mi sala. Era poco más de la una de la mañana y las llamadas al teléfono y a la puerta de mi domicilio, poco a poco comenzaban a desaparecer. La casa entonces comenzaba a sentirse más sola, más silenciosa, más mía, como siempre ocurre estos últimos uno de enero. Ya los demás miembros de mi familia comenzaban a abandonar el hogar, dispuestos a amanecerse en alguna que otra francachela por ahí, y bien sabía que no regresarían hasta bien entrada la luz del día. Mis viejos, por otra parte, más tranquilos y sabios, se disponían a descansar merecidamente en su habitación, luego de tanto alboroto y ajetreo contraídos por esta disparata celebración.

Esos mocosos, sí que te hacían ver las cosas de manera ejemplar. Y como me dijo alguna vez el buen Edgardo -y por quien una vez más le doy absoluta razón-, el contenido y mensaje final de este inteligente programa, distaba mucho de sólo ser una mera sátira a la sociedad norteamericana, mas unas cuantas dosis cargadísimas de hablar soez. Esta pandilla de avezados infantes de este ¿imaginario? pueblo de Colorado, de pronto se habían convertido en mis héroes absolutos al tratar sabiamente y sin miramiento alguno, temas tan disímiles y controversiales, como lo pueden ser la política, la religión, el sexo, y muchos otros más.


Prendí entonces la tele. Mis viejos ya se habían retirado a dormir. No había entonces ningún roche o vergüenza de por medio para ver a mis engreídos. Sintonicé el canal acostumbrado, pero... algo muy extraño estaba sucediendo. Sencillamente ¡había desaparecido! En su lugar habían puesto otra cosa, otro canal de los tantos aburridos que no deja de colocar la estúpida compañía de cable. "A lo mejor lo han cambiado de ubicación", pensé.

Era imposible. Casi todos los canales de siempre estaban allí, ofreciendo su insípida programación de todos los días. Mas el único canal que me importaba y por el cual valía la pena volver a tener fe en la televisión, sencillamente había desaparecido, no aparecía por ninguna parte.

Basuras... hijos de perra... malparidos... asomaron por mi cabeza todas las maldiciones imaginables e insultos dirigidos a los responsables de semejante abuso. Bonito regalo que la compañía de mierda del cable, se había esmerado en ofrecernos por estas fiestas. Es cierto que esperaron hasta después de navidad para hacer esta jugada tan infame, pero de todos modos... igual habían liquidado -por razones que aún no alcanzaba a comprender del todo-, a uno de los canales por los cuales tenía la camiseta bien puesta.


- ¡Hijos de puta...!